Comentario
Desde el año 280 se consolidan las tendencias a formarse estados monárquicos hereditarios, resultado de los múltiples factores que se han ido desarrollando de múltiples maneras en el período de los Diádocos, la monarquía macedónica, el despotismo oriental y la ciudad griega, tras haberse fundido en la compleja obra de Alejandro. El resultado es una realidad múltiple y diversa, tendente a la unidad, sobre la base de que ésta sólo era posible en la conciencia de su propia heterogeneidad. Los reinos se han configurado en torno a las principales entidades territoriales que se formaron a la muerte de Alejandro. Ptolomeo II Filadelfo hereda el reino de Egipto; Antíoco, hijo de Seleuco, hereda el reino de Siria, formado sobre la satrapía de Babilonia y las conquistas llevadas a cabo sobre todo a costa de Antígono, mientras que Antígono Gonatas, el hijo de Demetrio, se convierte en rey de Macedonia. Aparecen en la escena entidades étnicas como la de los etolios, donde no llegó a formarse el tipo de comunidad identificado con la ciudad estado. Ahora actuaron en colaboración con Antígono Gonatas, para rechazar a los galos, actuación que luego utilizarían en su propia propaganda. También están presentes desde el principio de esta época las aspiraciones de Pirro, que primero las proyecta hacia Macedonia, para luego desviarlas hacia Italia y Sicilia y terminar intentando el control de Grecia. En Occidente trataba de reproducir la guerra de Troya, defendiendo a los griegos contra los sucesores de Eneas. Su muerte en Argos, en 272, sirvió para consolidar el poder de Antígono, sobre todo en la Grecia del norte, donde recibía el apoyo de las nuevas tiranías, consolidadas gracias a su propia presencia. En 275, en cambio, Antíoco era derrotado y frenado en sus aspiraciones occidentales, lo que significó el desarrollo de algunos reinos más pequeños en Asia Menor: los de Nicomedes de Bitinia, Mitríades del Ponto y, sobre todo, Éumenes de Pérgamo, independiente desde el año 262, fundador de la importante dinastía de los Atálidas.
Egipto fue convirtiéndose en el reino más fuerte del Egeo, donde apoyaba la independencia protegida de Atenas, de la Liga Aquea, nueva entidad confederal formada con las ciudades del norte del Peloponeso, y de Esparta. En los años setenta, la primera guerra siria sirvió para la consolidación de las grandes propiedades de Ptolomeo, que, en los sesenta, apoyó a Atenas en la guerra de Cremónidas frente a Antígono. La posterior alianza de Macedonia y Siria frente a Egipto llevó a la segunda guerra siria, en la década de los cincuenta, que convirtió a Antígono en el señor de Grecia por unos años, hasta 251, en que comenzó su declive, materializado en la independencia de las ciudades y, sobre todo, de la Liga Aquea, que comenzó así su etapa más gloriosa en la época en que estaba dirigida por Arato de Sición.
El periodo sucesivo, de gran oscuridad, está marcado por la tercera guerra siria y los problemas internos del reino de Siria, donde se señalan múltiples muestras de inquietud entre las heterogéneas poblaciones que lo forman. En el mar Egeo, los etolios manifiestan su poder actuando como piratas y poniendo sus propias condiciones para proteger la navegación contra la acción de los mismos piratas. Las pretensiones de la Liga Aquea de dominar el Peloponeso fueron frenadas por la oposición del rey Agis de Esparta, que recibe para ello el apoyo de los reyes Lágidas de Egipto. La Macedonia de Antigono Dosón los derrota y el rey consigue con ello hacerse dueño de Grecia, excepto del territorio controlado por los etolios. Ésta será la misión de Filipo V, su sucesor, cuando ataque Grecia en 219.
Entre tanto, el reino seléucida experimenta un proceso de desintegración que le afectó sobre todo en los territorios orientales, complicado por las guerras dinásticas y la formación del reino de Pérgamo en occidente. La muerte, entre los años 223 y 221, de Antígono Dosón, de Seleuco III de Siria y de Ptolomeo Evérgetes señala simbólicamente el final de los reinos helenísticos independientes, continuados por Filipo V y Antioco III, que tuvieron como principal objetivo la lucha defensiva contra los romanos, mientras en Egipto y Pérgamo se iniciaba un proceso integrador que llevó a soluciones más pacificas en el mismo sentido.