Comentario
Tras su crisis nerviosa, Hitler permaneció un rato llorando y después, más sereno, ordenó a su mayordomo Schautb que metiera sus papeles en una maleta y los incinerase. El mismo presenció la quema y en cierto momento exclamó: "¡Qué pérdida, mis queridas memorias..! pero da igual, tarde o temprano uno ha de renunciar a estas cosas". Después pidió a Schautb que se trasladase a su refugio de Baviera y destruyese los papeles que allí conservaba (10).
Aunque todo aquello era evidentemente el final, los colaboradores de Hitler no lo aceptaron. Keitel, Jodl, Burgdorff, Krebs, quisieron mantener insensatamente aquella ficción trágica. Quizás hubieran podido dar por concluida la guerra aquella misma tarde, aprovechando el desplome de Hitler. Pero le animaron a mantener la lucha. La guerra aún duró 15 días y medio millón más de seres perdieron la vida por culpa de aquella insensatez.
Göebbels, que llegó con su familia poco después de media tarde al bunker, apoyó los ruegos de los militares. Hitler debía de hacerse cargo de Berlín, morir matando en un grandioso final. Un eclipse wagneriano con Berlín en llamas... Hitler le cogió gusto a la idea.
Tanto en así que después del derrumbamiento del mediodía, por la noche despachaba fuera de Berlín a sus inseparables Jodl y Keitel para que inspeccionaran personalmente los frentes y se ocuparon de que las órdenes se cumplieran a rajatabla, ejecutando sumariamente a quienes desobedecieran, destituyendo de forma fulminante a los jefes de Ejército que titubearan...
Aquello, de hecho, equivalía a una renuncia formal de Hitler a continuar al frente de la dirección militar de la guerra. Se iba a quedar en una ciudad sitiada y con una comunicación telefónica o radiofónica problemática. A los ruegos de Keitel y Jodl de que les acompañara fuera de Berlín, Hitler se negó rotundamente, sugiriéndoles que, si les faltaba comunicación, acudieran a Göring como jefe superior...
Lo que ocurrió a continuación sólo pudo darse en aquel clima especial del búnker y entre aquellos increíbles personajes. Jodl, el meticuloso jefe de Estado Mayor, trazó sus últimos planes, quizás para librarse de su habitual inseguridad con una confirmación del Führer.
Keitel iría a movilizar las acciones de Schoerner, de Henrici, de Steiner. El mismo iría hasta el Elba, donde Wenck, con el XII Ejército, mantenía a raya a los aliados occidentales. Si los esfuerzos de los Grupos de Ejércitos Vístula y Centro no eran bastantes para quebrar las tenazas soviéticas, Wenck lograría destruirlas, tomándolas de revés.
¡Alucinante! Ya no era sólo que las tropas de Wenck fuesen un conjunto de retales de media docena de ejércitos pulverizados, sino que estaban a casi 100 kilómetros y que, además, debían dejar totalmente desguarnecido el Elba... cosa a la que se habían resistido tenazmente aquellos hombres hasta una semana antes.
Hitler aún parecía indeciso cuando penetró en el cuarto Göebbels. Venía muy excitado, asegurando que Ribbentrop, el ministro de Exteriores, llegaría pronto con alentadoras noticias: los aliados estaba dispuestos a negociar con Alemania. ¡La ruptura entre los aliados occidentales y la URSS parecía ya un hecho!
Todos pusieron manos a la obra. Las esperanzas de unos contagiaron a los restantes. Hitler volvió a sus mapas. Göebbels a sus alocuciones para relanzar la defensa de Berlín. Jodl y Keitel salieron de la capital dispuestos a mover cuantas tropas aún quedaban...
El día 23 aumentó el drama de Berlín. Desde hacía días las grandes arterias del este de la ciudad llegaban llenas de refugiados de Prusia, Pomeriana y Silesia, que después de haber cruzado el Oder debían seguir hacia el Oeste, empujados por los soldados soviéticos. El día 23 cesó ese flujo, pero por esas mismas calles, por la amplia avenida de Landsberg, avanzaban las columnas de carros soviéticos, pulverizando los frágiles obstáculos que contra ellos se habían levantado. También se había intensificado el cañoneo. Las granadas levantaban enormes nubes de polvo, removiendo escombros o provocando nuevos derrumbamientos.
A mediodía Göebbels emitió su nuevo comunicado: "El Führer se encuentra en Berlín... Nuestra jefatura ha decidido quedarse en Berlín y defender la capital del Reich hasta el último instante ..."
Pero Hitler, aunque siguiera con sus mapas, aunque aún hablase de la trampa que podría ser Berlín para el Ejército soviético si todas las tropas alemanas actuaban con decisión y sincronizadamente con Wenck, ya no creía en la victoria. Eva Braun escribía el día 23: "El propio Führer ha perdido todas las esperanzas de conseguir un final feliz, pero mientras tengamos vida, todos, incluso yo, tendremos esperanzas".