Comentario
La ciudad, la metrópoli, han ocupado un lugar absolutamente central en la cultura arquitectónica y artística del siglo XX ya sea como objetos de transformación o reforma o bien como espectáculo, lugar de la angustia y de la tragedia. La gran ciudad se ha convertido en depositaria de todas las pasiones. Los distintos lenguajes y aspiraciones ideológicas se medirán por su relación dialéctica con lo metropolitano.Las transformaciones motivadas por la revolución industrial y el crecimiento demográfico durante el siglo XIX actuarían de manera decisiva en los nuevos planteamientos arquitectónicos y urbanísticos. De hecho, hemos podido ver al principio cómo la historia de la arquitectura del siglo XX siempre ha construido sobre el caos y el desorden de la ciudad histórica del capital durante el siglo anterior. En ese contexto no sólo surgen propuestas disciplinares urbanísticas para controlar racionalmente el crecimiento de las ciudades, sino también diagnósticos críticos y utópicos, verdaderas anticipaciones heroicas del pensamiento urbanístico del Movimiento Moderno.Podría decirse que cada historia de la arquitectura del siglo XX cada propuesta, cada alternativa, lleva consigo una idea de ciudad. Se trata de un termómetro que mide la temperatura de la propia arquitectura, ya se plantee como operación quirúrgica sobre el entramado urbano, o que entienda la ciudad como espacio de consuelo. Aunque también es cierto que, en muchas ocasiones, la arquitectura rechaza la metrópoli, es esencialmente antiurbana, o se relaciona con ella como si de una abstracción se tratase. Sin olvidar tantas propuestas que buscan no sólo que la arquitectura se disuelva en la ciudad, sino que la propia ciudad encuentre su alternativa en su disolución, título, como se recordará, de una célebre obra de Bruno Taut.Las ciudades históricas sufrieron durante el siglo XIX una serie de transformaciones que rompieron definitivamente el equilibrio antiguo. Nuevos temas aparecieron ante arquitectos y urbanistas: la vivienda obrera, los espacios industriales, los ensanches, entendidos como una nueva idea de ciudad, la ciudad como negocio, y trazados a partir de una metodología proyectual que contaba con nuevos instrumentos legales y disciplinares. Si ante el caos se pronunciaban las utopías de un R. Owen, de un Ch. Fourier o de un E. Cabet, algunas de sus ideas sirvieron como estímulo ideológico, aunque no tipológicos ni de lenguaje arquitectónico, para varias de las propuestas urbanísticas de finales del siglo XIX y comienzos del XX Propuestas, casi todas ellas, que no enfrentan el caos y el desorden de la gran ciudad, sino que negándola buscan un equilibrio entre el campo y la ciudad, entre la naturaleza y la industria. Me refiero, sobre todo, a propuestas como las de la Ciudad-Jardín, formulada por Ebenezer Howard en 1898, o la Ciudad Lineal, planteada por Arturo Soria en 1882-1883 y parcialmente realizada en Madrid entre 1894 y los años treinta del siglo XX. Por otra parte, L. Benevolo ha visto en el Falansterio de Fourier un antecedente de la unité d'habitation de Le Corbusier.Antes de comentar brevemente algunas de estas propuestas, cabe recordar una utopía decimonónica enormemente sugerente. Me refiero al "Viaje a Icaria", publicado por Etienne Cabet en 1840. Tomando como modelo la ciudad de Amauroto, capital de la "Utopía" de Tomás Moro, situó en cada una de las sesenta manzanas de su ciudad ideal, con una estructura ortogonal, edificios con caracteres propios de cada una de las sesenta principales naciones existentes. Se trata de una ciudad que es posible verla en los cementerios. Y es que ese lugar simbólico, casi como irónica ciudad análoga, ha sido depósito de numerosos ensayos tipológicos y formales que han acompañado como arquitecturas silenciosas y críticas las distintas transformaciones de la arquitectura del siglo XX. Esa otra ciudad no es conflictiva, es fundamentalmente un lugar, un espacio, para el ejercicio de la disciplina, casi como la hoja de papel que recoge los dibujos de los proyectos.El problema de la vivienda, progresivamente encaminado hacia la investigación tipológica sobre el asentamiento de los nuevos barrios, va a adquirir caracteres funcionales en la ordenación de la ciudad capitalista. Se trata de operaciones que en la práctica suponen una reproducción y mantenimiento de las relaciones de producción existentes. Desde las Siedlungen alemanas a las aplicaciones del modelo de la ciudad-jardín o de la ciudad lineal, así como los asentamientos urbanos vinculados a centros industriales, se plantean como iniciativas que no afectan a la metrópoli, que surgen lejos de ella, negándola, convertidas en supuestos lugares de paz social, con contenidos ideológicos muy diferentes entre sí. Además de estas propuestas, el urbanismo como disciplina recibe las importantes aportaciones de Camillo Sitte o Patrick Geddes. La de este último marcadamente despolitizada, que expuso sus teorías en "Cities in Evolution" (1915). Sitte, que publicó sus ideas en "Der Städtbau nach seinen künstlerischen Gründsätzen" (1889), se alza en portavoz de un modo de proyectar la ciudad que debía asumir la permanencia de la ciudad histórica. Su nostalgia por el equilibrio comunitario y figurativo de la ciudad medieval pretende otorgar al proyecto una suerte de adaptación orgánica, también en cuanto a la utilización de los lenguajes, capaces de devolver la condición humana a la metrópoli.