Comentario
Para los europeos perseguidos, América era el paraíso. Un país joven, dinámico, en progreso continuo, de aluvión, habitado por gentes que procedían de todo el mundo y con un gobierno democrático. Un país que situaba a la entrada de su ciudad más importante un gigante de 92 metros, la estatua de la Libertad. Un país en el que el arte contemporáneo tenía el terreno abonado: en 1913 la exposición del Arsenal, Armory Show, había dado a conocer en Nueva York, Chicago y Boston el arte moderno europeo; allí estaban representados Cézanne, Rousseau el Aduanero, Gauguin, Van Gogh, Matisse, Picasso, Duchamp, Kandinsky y Kirchner, seleccionados por críticos norteamericanos a partir de la primera exposición moderna de verdad que se había hecho en Alemania, la del Sonderbund de Colonia en 1912. Y aunque las críticas americanas fueron implacables, jugó un papel decisivo en la modernización del panorama artístico de Nueva York. Pero no quedó ahí todo: el fotógrafo Alfred Stieglitz (1864-1946), con la revista "Camera Work" y la galería 291, mantenía viva la llama de la modernidad, haciendo exposiciones de arte contemporáneo europeo. A todo esto vino a añadirse la presencia en Nueva York de Francis Picabia (1879-1953) y Marcel Duchamp (1887-1968), ambos de origen francés, y la unión de otros americanos como Man Ray (1890-1977), que dio lugar a uno de los más importantes focos dadaístas en la segunda decena del siglo.Atraídos por la libertad, los europeos fueron llegando a Nueva York: en 1933 Joseph Albers (1888-1976); en 1939 Salvador Dalí (1904-1989), Yves Tanguy (1900-1955) y Roberto Matta (1911); en 1940 Piet Mondrian (1872-1944), Man Ray y Fernand Léger (1881-1955); en 1941 Max Ernst (1891-1976), André Breton (1896-1966), Marc Chagall (1887-1985) y Wifredo Lam (1902-1982), y así sucesivamente.La acogida americana fue buena. Ya en 1942 Pierre Matisse, el hijo del pintor, que era marchante en Nueva York, organizó para ellos una exposición en su galería, Artistas en el exilio. En el mismo año, Peggy Guggenheim, casada entonces con Max Ernst, abrió Art of This Century (Arte de este siglo), que se convertiría en el hogar del nuevo arte y los nuevos artistas americanos. También en 1942 el MOMA, Museum of Modem Art (Museo de Arte Moderno), colaboró en esta tarea de acogida, creando un Comité de Rescate Internacional para acoger artistas europeos. Este Comité invitó a Matisse a trasladarse a Estados Unidos, pero el viejo pintor rechazó la oferta.La disposición de los americanos respecto a los europeos que llegaban era buena (aunque la crítica más reciente señala algunos puntos negros, como la negativa a acoger al bailarín Nijinsky, por loco). Internacionalistas y receptivos desde 1940 y aún más desde 1943, estaban convencidos de tener un nuevo papel en el mundo, como garantes de la futura paz mundial y defensores -además de depositarios- del legado cultural y artístico occidental. Esta avalancha de emigrantes europeos en América se vio llena de posibilidades culturales. En América podía volver a florecer el maltratado arte europeo. Y, aunque Washington trató durante unos años de quedarse con esa capitalidad artística, a principios de los cuarenta ya estaba claro que sólo Nueva York era suficientemente cosmopolita como para sustituir a París. Las palabras proféticas de John Peale Bishop en 1941, con motivo del simposium "The American Culture: Studies on Definition and Prophecy" (La cultura americana: estudios sobre definición y profecía), lo dejan claro: "(..) el futuro de las artes está en Norteamérica (..) sin esperar el resultado (de la guerra), sin siquiera intentar predecirlo, resulta posible afirmar que el centro de la cultura occidental no está ya en Europa. Está en Norteamérica. Somos nosotros los árbitros de su futuro y nuestras sus inmensas responsabilidades (..) La presencia entre nosotros de estos escritores, eruditos, artistas y compositores europeos es un hecho. Puede suponer para nosotros un hecho tan crucial como lo fue la llegada a Italia de los eruditos bizantinos tras la captura de su antigua y civilizada capital por las hordas turcas (..) Por lo que sé, los exiliados bizantinos hicieron poco por iniciativa propia después de llegar a Italia. Pero su presencia, el conocimiento que trajeron consigo, resultaron enormemente fecundos para los italianos".Como para confirmar estas palabras, en 1944 mientras los norteamericanos compraban obras de arte moderno y los nuevos pintores exponían con éxito en Art of This Century, el público del París liberado que asistía al Salón de Otoño -este año se llamó Salon de la Libération- y rendía homenaje a Picasso, irritado ante la vista de obras que no comprendía, destrozó algunas, en un acto sin precedentes en Francia, como señaló la prensa. Definitivamente el cetro había pasado a Nueva York y las palabras que escribe Tristan Tzara a Miró a comienzos de 1947 apenas pueden ocultarlo: "Nos alegramos de verle pronto aquí, donde, a pesar de todo, la vida es todavía vivible: Sobre todo, no se deje influir por los cuentos de los Yankis sobre conflictos problemáticos: todo eso no tiene sentido y la repercusión en la vida tal como se desarrolla en nuestros medios intelectuales es casi nula. No sé si le dije que había hecho recientemente algunos viajes; a Londres, Yugoslavia y Macedonia, Rumania, Hungría, Checoslovaquia y Praga. En todas partes todavía se ve París como el único centro donde pasa algo".