Época: XX20
Inicio: Año 1950
Fin: Año 1960

Antecedente:
La posguerra española

(C) Virginia Tovar Martín



Comentario

El primero de los pintores informalistas -o matéricos- españoles que fue conocido y premiado fuera es Antoni Tapies (1923) un catalán que ocupa un lugar muy destacado en el arte internacional de la segunda mitad del siglo y que en 1993, ampliamente superado el movimiento informalista, ha recibido el premio de la Bienal de Venecia.Tapies empezó a pintar entre 1942 y 1943, a raíz de una enfermedad muy frecuente en los años de posguerra. Sus primeros contactos fueron con el reducto surrealista de Cataluña, Brossa, Prats y Poni, a través de los cuales conoció las obras de Klee y Miró, que fueron decisivas para él. Miembro de Dau al Set desde el principio, tuvo su primera exposición personal en Barcelona en 1950 y tres años después en Nueva York. A partir de entonces se convertiría en el primer artista español conocido en América y en Europa con premios desde 1958.En los primeros años su pintura está muy próxima al magicismo de Ponç y, sobre todo, a Paul Klee: el espacio, las formas abstractas, los monigotes y lo grotesco, el humor o la ironía, aparecen siempre. Pero desde fechas muy tempranas Tàpies da indicios del camino que seguirá su pintura: materiales inusuales (arroz, cuerdas, tierra, polvo...), un interés por la materia, la textura, la pasta pictórica, la superficie del cuadro como membrana -en la que actuar, rasgar, hacer incisiones, raspar, manchar, horadar...- y no como fondo ilusionista sobre el que representar. Ese interés le acerca a los matéricos franceses como Fautrier, con el que tiene relación también en sus cuadros de cuerpos: ambos comparten la idea de cuerpo como piel maltratada y erosionada.En la primera mitad de los cincuenta va configurando lo que será su lenguaje personal en estos años: los muros. Superficies de gran tamaño, no siempre verticales, construidas con una pasta muy densa, hecha de distintos materiales, y que aparecen pintarrajeadas, arañadas como los muros de las calles de las ciudades, viejas por el paso del tiempo y de los habitantes. Sobre esos muros vemos las señas de identidad de la colectividad a la que el artista pertenece, Cataluña. Los símbolos -la senyera o las huellas que dejan los pies en el suelo al bailar la sardana- culturales y políticos ocupan un lugar importante en la obra de Tàpies, como lo ocupa su actividad política de oposición al régimen autoritario y de oposición al centralismo. "Quizá es necesario -escribe- que mis esfuerzos aparezcan en el cuadro. Quizá son una forma de testimoniar esta búsqueda febril debida a mi, a nuestra ceguera en este país y en esta época, una forma de testimoniar nuestra aspiración a la luz y a la libertad".Quizá por su condición de catalán la obra de Tàpies no tuvo en Europa y en América una recepción semejante a la de El Paso. A Tàpies, que fue un buen escaparate, no se le identificó con la España negra, del mismo modo que a Oteiza y a Chillida, otros artistas que tienen triunfos internacionales tempranos. Tàpies trabaja como un artesano y Lucie Smith, no sin gracia y con un sentido diferente, ha comparado su labor con otras artesanías de lujo españolas como el cuero repujado.