Comentario
Se trata de una manifestación artística bastante menos abundante que las esculturas exentas, realizado también en piedra como aquellas, aunque de gran interés, sobre todo después de los descubrimientos de Pozo Moro estudiados por M. Almagro Gorbea. Precisamente los hallazgos de Pozo Moro dan pie para intentar descubrir su naturaleza y función, así como su disposición dentro de los monumentos arquitectónicos que les servirían de soporte. Para M. Almagro Gorbea en Pozo Moro existió, sobre una hilera de piedras, un friso en bajorrelieve ocupando los cuatro lados del recinto arquitectónico, aunque sólo parte de ellos ha llegado hasta nosotros. Para todo lo relacionado con su descripción pormenorizada pueden verse las distintas noticias de Almagro Gorbea, excavador del monumento, pero conviene enumerar algunos de los restos encontrados. En la esquina sudeste hay un personaje con casco redondo y cimera, túnica corta y cinturón. La escena que más completa nos ha llegado es la del lado oeste y en ella se ve a la izquierda un personaje con dos cabezas superpuestas, lenguas largas que caen hacia afuera, sentado en un trono con respaldo y garras de león. Sostiene un cuenco en una mano y un jabalí sobre una mesa de ofrendas situada delante de él en la otra. Detrás de la mesa hay un personaje de pie con cabeza de gran boca abierta y lengua bífida, vistiendo túnica larga. Otros restos recompuestos y descritos por Almagro Gorbea de los restantes lados nos hablan de otros personajes grandes y pequeños, algún animal en actitud amenazante hacia un personaje, flores de loto, escenas sexuales, un monstruo de tres cabezas y un sillar en el que aparece un jabalí con dos cabezas, una a cada lado, luchando con un ser mitad humano y mitad serpiente. Según su excavador este monumento puede fecharse hacia el año 500 a. C.
Pero lo más interesante de Pozo Moro son los problemas que plantea en cuanto a sus relaciones con mundos artísticos bastante alejados, concretamente el norte de Siria, con sus relieves neohititas con influjo arameo y fenicio. Todavía hay mucho que investigar sobre el tema y, como afirma Tarradell, futuras investigaciones pueden deparar grandes sorpresas, pero hay un hecho innegable: en el área ibérica del Sudeste, a fines del siglo VI a. C., hay unos artistas que realizan unos relieves que tienen influencias de culturas muy lejanas en el espacio.
Aparte de los relieves de Pozo Moro, a los que hemos hecho referencia siguiendo a M. Almagro Gorbea, tenemos en la zona ibérica otros conjuntos importantes, acotados geográficamente en el extremo occidental por los de Osuna, pero con la máxima concentración en la Alta Andalucía y el Sudeste. Los más importantes, sin pretender realizar una enumeración exhaustiva, son los de Osuna (el relieve de la flautista y un hombre con capa y el de las dos damas oferentes, ambos en el Museo Arqueológico Nacional, así como otro sillar en ángulo en el que se representa a dos guerreros luchando, vestidos y tocados con los trajes y elementos defensivos que ya hemos visto en los bronces y en las esculturas en piedra, y otro fragmento de un guerrero a caballo sujetando las riendas, fechables hacia el siglo II a. C.); el relieve de la Albufereta (pequeña metopa en la que se representa una figura masculina frente a una femenina, fechable por los datos de Llobregat hacia el siglo IV); esculturas de animales procedentes de toda el área de influencia tartésica y el Levante (casi en su totalidad animales monstruosos y sin contexto arqueológico, por lo que poco podemos saber de su significado y función); el importante hallazgo de Pozo Moro, al que ya nos hemos referido con antelación; el grifo de Redován (Orihuela), que parece que hay que fechar, según Presedo, alrededor del año 500 a. C.; la esfinge de Agost, sentada sobre las patas traseras y con el rabo entre ellas, sin patas anteriores y con cara femenina, así como con plumas rectas, todo lo cual denota la influencia de los tipos griegos arcaicos por lo que hay que situarla hacia finales del siglo VI; la esfinge de Bogarra, en la misma postura que la anterior, pero con las patas delanteras flexionadas, así como alas, de las que únicamente se conserva el arranque; la bicha de Balazote, con cuerpo de toro y cabeza humana con cuernos cortos, que, según García y Bellido, tiene prototipos claros en el mundo griego, aunque con rasgos orientales evidentes y que debe datarse en el siglo IV a. C.; la bicha de Tova, de un tipo similar a la anterior y datable en el siglo IV; el toro de El Molar, procedente de una necrópolis también del siglo IV; los toros de Rojales (seis toros que se encuentran en el museo de Alicante, que García y Bellido cree deben situarse en el siglo III a. C.); las leonas del Minguillar (tres ejemplares hallados cerca de Baena que se encuentran en el Museo Arqueológico Nacional); los leones de Nueva Cartaya (hallazgos casuales y sueltos de trozos de leones que se conservan en el Museo de Córdoba y que tienen rasgos similares a los de Pozo Moro, aunque con una mayor perfección); el toro de Porcuna, tendido sobre sus cuatro patas con referencia directa a los toros orientales y, según Blanco Freijeiro, relacionado con las influencias griegas que, penetrando por el Sudeste, llega a la Alta Andalucía, donde se sincretiza con el influjo orientalizante de la zona de influencia tartésica y la leona de Los Molinillos, animal sentado sobre sus patas traseras y amamantando un cachorro, procedente de esta localidad cercana a Baena.
Continuamente esta larga nómina va aumentando a medida que se realizan nuevos trabajos arqueológicos por toda Andalucía y el Levante y cuya enumeración sería demasiado prolija.
Aunque aún sea difícil establecer una evolución cronológica, Blanco Freijeiro propone tres períodos, uno primero con influencias griegas de la época arcaica tardía y clásica y elementos fenicios, un segundo coincidente con la época helenística con influencias celtas y aportaciones helenístico-romanas y un tercero que sería ya de plena época romana, concretamente de final de la República.