Época: Hispania republicana
Inicio: Año 237 A. C.
Fin: Año 30 D.C.

Antecedente:
Religión y cultura



Comentario

Son bien conocidos los santuarios ibéricos, algunos de ellos ya famosos por haber proporcionado gran cantidad de exvotos (más de 3.000 conocidos, en el santuario de Despeñaperros) y por la importancia de los restos arqueológicos de su recinto.
Desgraciadamente, varios se excavaron hace años con técnicas antiguas y destructivas, de modo que hoy sólo quedan los exvotos hallados en los mismos; tal es la situación, por ejemplo, del santuario del Cerro de los Santos (provincia de Albacete).

La diferencia entre los santuarios y las cuevas-santuario no siempre es cronológica aunque algunas de éstas sean anteriores, sino que se basan en la mayor monumentalidad de los santuarios. Más aún, el culto en los santuarios está asociado con frecuencia a cuevas de las que manan corrientes de agua. Las cuevas-santuario mejor conocidas se sitúan en el Este peninsular: Cova de la Font Major (en el Francolí, Tarragona), Cova de les Meravelles (Gandía), Cova de la Pinta de Callosa (Sarria), Cueva de la Albufereta, varias cuevas en el área valenciana, como la Cova de les Dones, Cova de las Palomas, etc. y, en Ibiza, la cueva d'Es Cuyram. Los santuarios ya conocidos desde hace años son: el de La Serreta de Alcoy, el de El Cigarralejo (Mula, Murcia), el de El Castellar de Santisteban y el de Despeñaperros, ambos en la provincia de Jaén y el del Cerro de los Santos. Hay otros mal conocidos hasta ahora que esperan una excavación sistemática de sus restos. Muchas analogías con los exvotos del Cerro de los Santos presentan los procedentes del santuario de Torreparedones (provincia de Córdoba).

Nos interesa ahora constatar, en primer lugar, que el momento de florecimiento de los tales santuarios se sitúa en época prerromana entre el siglo IV y siglo III a.C.; baja la actividad religiosa en los mismos a partir de la conquista romana por haber perdido la función de centros religiosos con funciones añadidas como las de servir de aglutinantes de los pactos entre particulares o comunidades en momentos en que el modelo urbano no estaba consolidado, pero siguen siendo centros religiosos para muchos creyentes durante el siglo II a.C. (Torreparedones) y otros posiblemente hasta comienzos del Imperio. Desconocemos el nombre de las divinidades veneradas en los mismos, pero, atendiendo a la diversidad de exvotos, bien estudiados por Nicolini, sabemos que se trataba de dioses dotados de advocaciones protectoras muy amplias (la salud, la virilidad, la fertilidad, la protección de los ganados y de los guerreros, etc.). En todo caso, las funciones protectoras no eran iguales en todos ellos: así, la divinidad del santuario de El Cigarralejo debió tener una advocación preferente de protección de los ganados a tenor de la abundancia de animales representados como exvotos. Algunos de ellos, como el del Cerro de los Santos y el de Despeñaperros, presentan edificios singulares de planta usual en la Italia romana que permiten pensar que es un exponente de una monumentalidad desarrollada después de la conquista romana.

Hoy sabemos bien que los santuarios extraurbanos no se encontraban sólo en el ámbito ibérico. Muchos de la Hispania céltica tuvieron una larga pervivencia en épocas muy posteriores a la conquista: son bien conocidos el de la diosa Atoecina, situado en un lugar no precisado del valle medio/bajo del Guadiana, el del dios Endovellicus de San Miguel da Mota (sur de Portugal), el de Vaelicus (provincia de Avila), etc. Muchas de las inscripciones votivas de época imperial consagradas a dioses indígenas de la Hispania céltica proceden de pequeños o grandes santuarios rurales que son menos conocidos por la austeridad de sus creyentes, que nos dejaron escasos testimonios de su culto. Pero no hay dudas sobre el arraigo de sus dioses cuando muchos de ellos resistieron hasta épocas tardías del Imperio en que fueron cristianizados.