Comentario
La importancia del caudal de los ríos hispanos en época romana resulta difícil de evaluar en relación con la actual; en consecuencia, las posibilidades de fijar la navegabilidad de cada uno de ellos también ofrece dificultades semejantes. No obstante, tanto la tradición literaria como las construcciones portuarias o los embarcaderos, además de la indicaciones proporcionadas por las anotaciones de los envases en los que se efectúa el comercio, nos permiten aproximarnos a su navegabilidad. Según Estrabón, el Betis (Guadalquivir) era navegable hasta más arriba de Corduba con distintos tipos de embarcaciones; con barcos de gran tonelaje hasta Hispalis; hasta llipa con barcos pequeños y con barcazas hasta Corduba; el Anas (Guadiana) permite la navegación con barcos adecuados hasta Emerita; el Ebro lo era hasta Veriea (Varea), mientras que el Tajo era transitable por grandes navíos hasta Morón y el Duero lo era durante 800 estadios.
Mediante embarcaciones adecuadas al caudal y al trazado de los ríos se realiza tráfico comercial, que se desarrolla esencialmente por las grandes rutas marítimas del Mediterráneo o del Atlántico. La conexión y la complementariedad entre ambas redes puede observarse en la ubicación de determinados faros, tales como el de Turris Caepionis, que, ubicado en la desembocadura del Guadalquivir, da lugar al nombre actual de Chipiona. La consolidación de las rutas comerciales marítimas se efectúa mediante la extirpación de la piratería, realizada en época republicana fundamentalmente por Pompeyo y de la que se vanagloria asimismo Augusto, y a través de la creación de la correspondiente infraestructura de puertos y faros.
La monumentalidad de algunas de estas construcciones puede observarse en la Torre de Hércules en La Coruña, que imita en su construcción al faro de Alejandría y de la que excepcionalmente conocemos el nombre de su arquitecto (C. Servius Lupus); su función tiene un ámbito local vinculable a las instalaciones portuarias de Bergidum Flavium (La Coruña), pero también reflejan la importancia que adquieren durante el Alto Imperio las rutas atlánticas que, abastecedoras del estaño de las Casitérides, habían sido controladas en la etapa precedente por los gaditanos. Mediante ellas se articulan las relaciones con Britania y con Aquitania, que tienen en otra serie de instalaciones portuarias referidas por la tradición literaria, como Portus Amanum, Portus Victoriae Iulibrigensium (Santander) o Portus Blendium (Castro Urdiales)-, posibles escalas.
Mayor intensidad tienen las relaciones comerciales mediterráneas que abastecen de productos provinciales a Roma e Italia, pero que a su vez facilitan los intercambios entre las distintas provincias del Imperio. La toponimia nos ha conservado el nombre de algunas instalaciones portuarias como Portus Albus (Algeciras), Portus Magnus (Bahía de Almería), etc. Entre las ciudades que canalizan la afluencia de productos se encuentran Hispalis, cuya importancia portuaria aumenta en la medida que decrece la de Gades; Malaca, que constituye, como anota Estrabón, un centro donde comercian los nómadas de la costa africana, o los puertos de Carthago Nova, Saguntum y Tarraco.
Dos rutas canalizan el tráfico marítimo: la septentrional se proyecta por el estrecho de San Bonifacio, entre Córcega y Cerdeña, hacia la península italiana, donde Puteoli (Nápoles) constituye durante el período republicano e inicios del Principado el gran centro portuario hasta que las necesidades de Roma dan lugar a la construcción por Claudio, la inauguración por Nerón y la remodelación por Trajano del puerto de Ostia, que permite el abastecimiento de la capital del Imperio. La ruta meridional bordea la costa africana hasta Cartago, desde donde se alcanzan las costas italianas, pero también los grandes centros comerciales del Mediterráneo oriental.
Mediante barcos especializados en determinados transportes, tales como caballos (hippagogoi), piedras y mármoles (lapidiariae), o en ánforas envasadoras de diferente productos, se puede alcanzar Ostia en siete días desde Gades o en cuatro desde la Hispania Citerior Tarraconense; las limitaciones técnicas del transporte marítimo se manifiestan en su estacionalidad, que permiten tan sólo la navegación durante un período que en su mayor proyección va desde comienzos de marzo, en que se celebra la fiesta del navigum Isidis, y el 11 de noviembre, en que se declara el mare claussum.
También la difusión e intensificación de la circulación monetaria facilita las actividades comerciales. Su impulso se había producido desde los inicios de la conquista mediante una doble iniciativa que anula la proyección de las acuñaciones púnicas y griegas e introduce el patrón monetario modificado con las reiteradas devaluaciones que se efectúan desde la Segunda Guerra Púnica. El resultado es la instauración de múltiples cecas que acuñan bronces en la Hispania Ulterior, donde destaca Carteia por la reiteración de sus emisiones y el período de las guerras civiles por la intensidad de las acuñaciones, y la realización de emisiones en plata en la Provincia Citerior por algunos centros a los que se le considera como las capitales de las distintas regiones en las que, según Plinio el Viejo, quedó organizada esta provincia.
Semejante dispersión de acuñaciones se perpetúa a comienzos del Principado, donde se constata que 21 ciudades llegaron a realizar emisiones propias. El panorama incluso adquiere mayor complejidad como consecuencia del desarrollo de las guerras contra astures y cántabros, ya que se ponen en funcionamiento determinadas cecas militares que acuñan moneda de bronce con P. Carisio y con posterioridad monedas con los bustos de los césares Cayo y Lucio, como documenta el hallazgo en Tricio (Logroño) de los correspondientes cuños.
La transformación fundamental que se opera durante el Alto Imperio en la circulación monetaria está constituida por la desaparición de las cecas locales y la difusión como contrapartida de moneda emitida por las cecas imperiales o senatoriales. Concretamente, la finalización de las emisiones locales de las ciudades hispanas se produce en época de Claudio, aunque la circulación de las monedas acuñadas continúa. En múltiples monedas se aprecia la existencia de contramarcas realizadas por ciudades, sociedades mineras o unidades militares que certifican de esta forma la validez de su curso. La reactivación de emisiones en Hispania tan sólo se produce en el contexto de la desestabilización y de la guerra civil que se desencadena tras el asesinato de Nerón; Galba, candidato al trono imperial, realiza emisiones en Tarraco y Clunia para hacer frente a las necesidades económicas que genera su pretensión. Con posterioridad, no se constatan emisiones específicamente hispanas e incluso las monedas acuñadas por Adriano con la leyenda Hispania lo fueron probablemente por la ceca de Roma.
La homogeneización de la circulación monetaria afecta a las emisiones en bronce, con moneda emitida en la ceca de Nemausus (Mimes) hasta el reinado de Nerón y de la de Roma desde los Flavios. Esta misma procedencia se observa en las emisiones de plata y oro. La desaparición de las emisiones hispanas y la progresiva difusión de las emisiones que dominan en gran medida la circulación monetaria en el Occidente del Imperio facilitan la gestión administrativa al tiempo que favorece el desarrollo de las actividades comerciales.
La intensificación de la circulación monetaria con sus implicaciones administrativas -derivadas del pago de salarios a la burocracia imperial y ciudadana- y comerciales se proyecta en la difusión de la banca en Hispania con funciones esencialmente de cambio y de préstamo; conocemos algunos datos sobre su funcionamiento, tales como la existencia de fundaciones que llegan a rentar durante el siglo II d.C. el 5 o el 6 por 100. Excepcionalmente se nos ha conservado un formulario en el Bronce de Bonanza, descubierto en la desembocadura del Guadalquivir, en el que se contempla la garantía fiduciaria por el préstamo concedido.