Comentario
El mundo de la Antigüedad tardía es el reflejo de múltiples y variados cambios en todos los ámbitos -político, social, cultural, religioso-, y por ello debe ser analizado a través de una variada documentación. La reconstrucción y conocimiento de ese período histórico, al igual que muchos otros, está en función de un análisis conjunto y pormenorizado de las fuentes históricas escritas y la documentación arqueológica.
En cuanto a las manifestaciones arqueológicas producto de la instalación del pueblo visigodo sobre el suelo hispánico, éstas son diversas y están marcadas por una cierta heterogeneidad. Las investigaciones que se están llevando a cabo actualmente intentan definir con mayor exactitud este fenómeno que es la presencia visigoda en Hispania.
Los primeros trabajos realizados a finales del siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX centraron su atención en definir un arte monumental -arquitectónico y escultórico- con unos criterios estilísticos y tipológicos. Las primeras claves para su estudio fueron las emitidas por M. Gómez Moreno y seguidas esencialmente por E. Camps Cazorla. Así, en la literatura arqueológica, empiezan a aparecer una serie de edificios que antes eran dudosos y en aquel momento son aceptados como visigodos. De esta forma, y por citar sólo los más emblemáticos, San Juan de Baños (Palencia), Quintanilla de las Viñas (Burgos) y San Pedro de la Nave (Zamora), son los que plantearán serias dificultades cuando se intentan ampliar las series tipológicas incluyendo los llamados edificios de tradición paleocristiana y que poco tienen que ver con los que acabamos de citar. A mediados pasado siglo, dos investigadores como son P. de Palol y H. Schlunk, abrieron nuevos campos de investigación y sistematizaron el gran número de hallazgos hasta entonces realizado. Tanto uno como otro consideraron que el estudio de la arquitectura de época visigoda no podía llegar a buenos resultados sin tener en cuenta el contexto histórico y arqueológico en el que se hallan estos edificios. Todas estas construcciones, además de tener sus aspectos artísticos y estilísticos, responden a explicaciones litúrgicas, sociales y culturales, puesto que son el reflejo de una mentalidad y una época precisas. Las nuevas generaciones, desde T. Hauschild, T. Ulbert y L. Caballero, han enfocado los problemas de distinta forma, partiendo de la excavación minuciosa para poder llevar a cabo un análisis detallado. Los más jóvenes investigadores se han formado para resolver problemas más concretos y trabajar en equipos interdisciplinarios, con el fin de poder documentar mejor las problemáticas socio-económicas e histórico-culturales que emanan de todo estudio arquitectónico, ya sea de carácter religioso, civil o militar.
Por otra parte, estas nuevas líneas de investigación son lógicas cuando tenemos en cuenta que todas las construcciones arquitectónicas, o al menos muchas de ellas, se sitúan en ámbitos rurales y no urbanos, lo cual dificulta también el conocimiento de las grandes ciudades y su evolución urbanística. Quizá el único ejemplo que aboga en contra de esta consideración es el caso de la ciudad de Emerita Augusta (Mérida), de la que, gracias a la documentación de época imperial y a las recientes excavaciones, tenemos actualmente un panorama relativamente cercano a cómo fue la ciudad durante la Antigüedad tardía. Sobre este gran núcleo urbano volveremos cuando estudiemos las diferentes problemáticas generadas por los tejidos urbanos.
Es cierto que hoy, gracias a la arqueología, conocemos mejor el paisaje y el territorio que envuelve a las ciudades, pero no el tejido urbano en sí mismo, lo cual evidentemente impide imaginar y evolucionar en el tema de los edificios, palacios, iglesias, etcétera, y toda su organización y decoración, integrados dentro de lo que se ha dado en denominar la imagen de la ciudad. Sin embargo, cuando se llegue a una perfecta definición de lo que son las producciones visigodas, podremos empezar a considerar con mayor seguridad los términos en los que se llevó a cabo el poblamiento visigodo en los diferentes territorios de la geografía peninsular.
Con respecto a la problemática que plantean los primeros asentamientos visigodos en la Península y el poblamiento que de ellos se genera, la arqueología funeraria sigue siendo uno de los instrumentos más eficaces para resolverla. Los primeros estudios llevados a cabo en este campo estuvieron presididos, mayoritariamente, por investigadores de origen alemán preocupados en subrayar el carácter germánico de los adornos personales que se hallan en el interior de las sepulturas, deduciendo de ello la presencia de individuos nórdicos. Estas conclusiones influyeron de forma radical en la investigación española. En su mayoría estos investigadores se interesaron sólo indirectamente por el lugar de hallazgo de los materiales y cómo se asociaban entre sí. Por ello, no extraña que las cronologías sean relativamente arbitrarias y estilísticamente un poco simplistas. A principios del pasado siglo, arqueólogos como J. Martínez Santa-Olalla, C. de Mergelina y el ya mencionado E. Camps Cazorla, todavía con un espíritu muy romanticista, tuvieron la suerte de poder excavar espléndidos conjuntos cementeriales, como Herrera de Pisuerga (Palencia), El Carpio de Tajo (Toledo), Duratón y Castiltierra (Segovia), entre otros. Evidentemente las técnicas de excavación, estudio y publicación difieren mucho de las actuales y no permiten extraer toda la información que sería deseable. Así, por ejemplo, poco sabemos de la constitución física de los individuos enterrados, de los tipos de alimentación y enfermedades, de la organización de los cementerios, etcétera. A todos estos problemas debidos a las excavaciones antiguas se suman otros que dificultan enormemente el estudio del mundo funerario. Por un lado, los yacimientos excavados, en gran parte, han desaparecido, y por otro, las referencias cronológicas que puede proporcionar la arqueología son muy escasas. A mediados del pasado siglo y de la mano del ya mencionado P. de Palol, se han ido matizando los conceptos de germanismo y romanismo, al que hay que sumar también el de bizantinismo. Es precisamente en la correlación de estos tres conceptos que se entiende el asentamiento y evolución del pueblo visigodo en Hispania.
Las fuentes escritas, por su parte, constituyen la otra base fundamental de documentación y de aproximación a la historia de la Antigüedad tardía. Como veremos en el siguiente capítulo, dichas fuentes no son excesivamente numerosas y, además, de valor muy diverso. Hay que tener en cuenta también que toda la información que proporcionan debe ser examinada cuidadosamente, ya que en ellas se combinan el tipo de fuente, sea literaria o epigráfica, con los objetivos para los que fue creada. No podemos, por ejemplo, sustraernos al enjuiciamiento crítico de obras históricas en sentido estricto -crónicas, biografías, historias-, considerando tanto al autor, su implicación social y política, su formación cultural, corno el género literario en el que escribe. Tampoco podemos tomar como base de testimonio histórico obras de carácter hagiográfico, o literatura de tipo exegético o doctrinal, sin partir de la prevención del tipo de literatura a que corresponden y del valor propagandístico que puedan tener. Las fuentes epigráficas y numismáticas que, en muchas ocasiones, ofrecen datos fríamente analizables y, teóricamente, más próximos a ciertas realidades, sin embargo en multitud de casos son parciales, fragmentarias, sin contextos arqueológicos claros; otras, en cambio, constituyen auténticas piezas literarias -nos referimos a los tituli metrici-, donde la carga de tópicos literarios, los usos métricos y, una vez más, la intención propagandística, el carácter elogioso, pueden desvirtuar la realidad.
Otra cuestión, igualmente fundamental, es la transmisión de textos. La destrucción de manuscritos y la pérdida de los mismos con el curso de los siglos provoca serias dificultades para el conocimiento de la elaboración de un texto, su difusión, distribución, etc. Algunos textos tan cruciales, como veremos, como los legislativos, han llegado parcialmente o, sencillamente, no han llegado. En otros la reconstrucción del original ofrece serios problemas. Problemas que ya se daban en la época misma de su elaboración. Piénsese, por ejemplo, en la doble redacción de algunas obras, como el De viris illustribus de Isidoro; la reelaboración de las Vitas sanctorum patrum Emeretensium; la complejidad de la cronología y procedencia de las Leges Visigothorum.
Esta complejidad, de la que sólo hemos presentado una mínima muestra, se ha vertido y tratado en los estudiosos contemporáneos. El mundo de la Hispania de la Antigüedad tardía ha sido y es objeto de una profunda revisión, tanto por historiadores y juristas, como por filólogos o epigrafistas, al igual que sucede en el terreno de la arqueología. Debe tenerse en cuenta, en primer lugar, que esta época ha sido tratada secularmente, en muchas ocasiones, desde la mitificación. Pasando por épocas en las que se consideraba que aquel tiempo fue un tiempo oscuro, donde se hundió el mundo romano, o se pensaba que era un simple epígono del mismo; o se veía, en cambio, el nacimiento de la Edad Media, del símbolo de la unidad territorial y política, o se idealizaba la implantación del pueblo visigodo, a veces con tonos épicos. Por ello, durante este siglo, asistimos a una revisión en profundidad, bien es cierto que también desde posturas a veces polarizadas, como tendremos ocasión de ver en algunos puntos concretos. Pero, para lo que aquí interesa, es indudable que los nuevos estudiosos parten de un análisis crítico y esmerado que trata de aunar todos los elementos de juicio disponibles y cuyos resultados son meritorios. Desde grandes precursores en el estudio de la Antigüedad tardía como P. Brown y H.-I. Marrou, a las revisiones históricas hechas por autores como, por citar algunos nombres, Reinhart, Görres, Sánchez Albornoz, Thompson, Claude, Diesner, Stroheker, Orlandis, Arce, García Moreno -con evidentes diferencias entre unos y otros, a veces claras oposiciones-, al estudio de las fuentes del derecho, la organización administrativa, social y económica, etc., donde pueden mencionarse, además de varios de los ya citados: Zeumer, García Gallo, D'Ors, Gibert, Ureña, Merêa, Schlessinger, Canellas, Vismara, Pérez Prendes, Hillgarth, García de Valdeavellano, y un largo etcétera, también en ocasiones con muy diferentes puntos de vista. Una de las cuestiones que más claramente se dibuja en la problemática actual es, como acabamos de apuntar; la toma de posiciones con respecto al alcance de la romanización y pervivencia del mundo latino en la Hispania de la Antigüedad tardía, y a la mayor o menor asimilación de los nuevos pueblos que penetran en el siglo V.
El estudio de los aspectos culturales y de la educación, de la literatura y la lengua, el análisis y edición de textos y fuentes documentales ha aportado grandes avances al conocimiento de esta época. No podemos dejar de mencionar los trabajos señeros de Fontaine y Díaz y Díaz o Riché, impulsores de unas nuevas formas de enfocar y considerar estos temas. Pero, dentro de este campo, quizá lo más significativo sea la iniciativa de múltiples autores de dotar a la investigación de todos los sectores de fuentes fiables de trabajo. Así pues, la edición crítica de textos es, y seguirá siendo en un futuro, una incuestionable y meritoria contribución: ediciones de autores de la época como las elaboradas por Lindsay, Díaz y Díaz, Fontaine, Codoñer, Hillgarth, Rodríguez Alonso, Riesco, Tranoy, Burgess, Chaparro y otros muchos; la elaboración de corpora epigráficos, como el de Vives (citaremos como ICERV), por mencionar sólo el más significativo. Todas estas ediciones ponen de manifiesto la ineludible necesidad de partir de esta ardua tarea filológica para estos estudios.