Época: Hispania visigoda
Inicio: Año 409
Fin: Año 711

Antecedente:
Instrumentos para el ejercicio del poder



Comentario

A lo largo de las páginas precedentes hemos ido apuntando en capítulos diversos cómo la Iglesia jugó un papel decisivo en la Hispania de los siglos VI y VII, especialmente a partir del III Concilio de Toledo, en función de la unificación religiosa de Recaredo y el intervencionismo cada vez mayor de la jerarquía eclesiástica en la vida política. Aunque con anterioridad ya tenía fuerza suficiente, que no pudieron contrarrestar los momentos más severos del predominio arriano. Piénsese nuevamente en el panorama que presentan las Vitas sanctorum patrum Emeretensium. Por ello, aquí sólo vamos a añadir algunas precisiones más relativas a esta cuestión y a su organización.
Relación Iglesia-Estado: Esta relación del poder de la Iglesia con el poder real se concreta en dos aspectos, ya mencionados. La importancia creciente de los concilios, donde se termina por trasladar buena parte de la actividad legislativa de los propios monarcas y su conformación como asamblea política en la que, sobre todo a partir del IV Concilio de Toledo, participa la nobleza. A su vez, el ejercicio de funciones judiciales y administrativas de los obispos, algunas junto a los comites civitatum. Por contra, la potestad del rey de nombrar obispos, aunque se siga manteniendo la fórmula oficial de consultar a la jerarquía eclesiástica correspondiente. Otro aspecto igualmente significativo es la intervención de los obispos en la unción real, contribuyendo decisivamente a la sacralización del poder.

Relación de la Iglesia hispana con Roma: Hubo siempre estrechas y buenas relaciones durante el Bajo Imperio y, en general, en la primera época de la penetración de los pueblos bárbaros. De hecho, existe una abundante correspondencia entre las jerarquías eclesiásticas hispanas con diferentes Papas. No obstante, a medida que el poder se afianzaba a través de la monarquía católica, las relaciones se distanciaron, se enfriaron, incluso llegaron a ser críticas. Así basta citar, como primera muestra, que la noticia de la conversión de Recaredo tardó bastante tiempo en ser conocida en Roma; pero, sobre todo, los episodios de amonestación del Papa Honorio I a los obispos hispanos, que obtuvo una dura respuesta por parte de Braulio de Zaragoza. O la crisis ocasionada con motivo del Apologeticum de Julián de Toledo, donde la Iglesia hispana volvió a mostrar su fuerza.

Poder económico: Era, sin duda, uno de los principales poderes económicos del reino, dado que tenía inmensas propiedades que formaban parte del patrimonio eclesiástico. El sistema administrativo y de explotación era exactamente el mismo que el aplicado por los grandes terratenientes civiles, aunque las tierras de la Iglesia eran más extensas, numerosas y ricas. El status del obispo como patronus es la plasmación más evidente de este hecho. Las propiedades de la Iglesia -tanto los bienes muebles como inmuebles- eran inalienables y de ellas dependían desde la más alta jerarquía eclesiástica hasta los siervos, pasando por los clérigos. El concepto de fidelidad, que existía con respecto al rey y a los campesinos dependientes con el propietario, se extendía a los dependientes de las propiedades eclesiásticas. La antes citada obra sobre los padres de Mérida es un claro ejemplo del poder económico al que había llegado la sede episcopal emeritense con los mandatos de Paulo, Fidel y Masona, poseedores de grandes propiedades, que con su gestión consiguieron aumentar. La jerarquía eclesiástica formaba parte de una oligarquía de poder, como puede verse, que en algún caso se concreta en ilustres familias, de origen praeclarus romano, como fueron las de Isidoro de Sevilla y de Braulio de Zaragoza.