Época: Al-Andalus omeya
Inicio: Año 711
Fin: Año 1031

Antecedente:
Al-Andalus omeya
Siguientes:
Conflictos étnicos y declive muladí
La jornada del foso zamorano
La revuelta de lbn Hafsun
Fragmentación del poder



Comentario

En el tercer cuarto del siglo IX las condiciones políticas se trastornaron a causa de la fitna que afectó al emirato de Córdoba. Hacia finales del siglo VIII o principios del IX, los disturbios suscitados por el espíritu independiente de la aristocracia tribal árabe se habían calmado. Su última manifestación conocida había sido la guerra tribal que había sacudido la región de Tudmir en los años 20 del siglo IX y había impulsado al poder central a fundar la ciudad de Murcia en el 831. En la primera mitad del siglo IX ya no se oía hablar de los elementos beréberes, entre los que se había desarrollado el movimiento fatimí de Shayka durante el emirato de Abd al-Rahman I, o que se habían dejado arrastrar en las revueltas yemeníes de la misma época. Las disidencias de las poblaciones muladíes urbanas (en Toledo y Mérida) o las de los jefes del mismo origen, habían, de alguna forma, tomado el relevo, en Toledo, en Mérida, y en la Marca Superior donde siempre había sido necesario mandar ejércitos para restaurar la autoridad del poder central.
Pero hasta el año 870, estos movimientos dispersos de agitación, aunque localmente peligrosos, habían sido contenidos en su conjunto. No parecen haber supuesto un peligro para el régimen omeya. La islamización de la sociedad había ido paralela al afianzamiento político de la autoridad central. Toledo, separada del reino cristiano astur-leonés solamente por grandes espacios poco poblados, y con frecuencia aliada de los soberanos cristianos contra el poder cordobés, estaba, en cuanto a su civilización, perfectamente integrada en Dar al-Islam y no parece haber pensado en ningún momento dar marcha atrás. Progresivamente, la autoridad del poder central se había consolidado y perfeccionado. Como se ha dicho, esta situación se refleja claramente en la curva de las emisiones monetarias conocidas, que parece significativa en la medida en que la acuñación de la moneda está absolutamente centralizada. El aumento del número de acuñaciones parece casi continuado desde la reanudación de la actividad monetaria con Abd al-Rahman I, hasta alrededor del 880 y prueba, según parece, que la percepción de impuestos se había ido regulando en el conjunto del territorio.

Una ruptura manifiesta se produce en este momento, y se reflejará tanto en la caída rápida del número de emisiones de monedas como en los acontecimientos político-militares. Antes de intentar interpretarlos, habrá que recordar primero su desarrollo.

Por muy rápida que haya sido, la degradación de la situación político-administrativa no fue resultado de una revolución (como la caída del califato), sino de un proceso de desorganización que se extendió a lo largo de algunos años. Hasta entonces aisladas y contenidas sin demasiados problemas, las revueltas locales parecen ser más amenazantes en el decenio del 870 al 880 y se generalizan después de esta fecha. La rebelión en Toledo era endémica pero no era novedad. El muladí Ibn al-Yilliqi se sublevó en el año 868 en Mérida y después del 875 dirigió una rebelión más grave desde Badajoz. Pero según el Muqtabis, la fitna habría empezado realmente con un conflicto entre árabes mudaríes y yemeníes que se produjo en el 265/878-879 en al Andalus meridional, en las kuras de Algeciras, Sidonia y Málaga. A partir del 880, la anarquía se agravó por todos lados y, después del 885, el poder cordobés fue incapaz de hacer otra cosa que no fuera enfrentarse a lo más urgente, luchando contra la disidencia generalizada de las regiones que rodeaban los territorios que dependían inmediatamente de la capital. Ningún ejército cordobés se aventuró más allá de estos límites. Sobre un gráfico de las emisiones monetarias, se observa en el año 268/881-882 un fenómeno muy curioso: la acuñación de varias monedas de cobre fechadas, desconocidas anteriormente, ya que los emires omeyas prácticamente sólo acuñaban monedas de plata y no fechaban las de cobre, que parecen haber sido, por otra parte, poco abundantes. A lo largo de los cinco años siguientes este hecho no se había repetido y las emisiones de dirhams disminuyeron hasta ser insignificantes a partir del reinado de al-Mundhir (886-888) y desaparecer completamente con Abd Allah (888-912), a partir del año 285/898-899.

La actividad militar del poder central cordobés cambió completamente de naturaleza a lo largo de estos años. Las últimas expediciones importantes desarrolladas lejos de Córdoba tuvieron lugar en el período entre 882-884. Los ejércitos dirigidos por el príncipe heredero al Mundhir y el influyente general Hashim b. Abd al-Aziz se esforzaron todavía por imponer la autoridad de Córdoba en Zaragoza -gobernada por los Banu Qasi- y hasta se aventuraron en el territorio cristiano, en los confines orientales del reino astur-leonés. Parece que lograron reponer a un gobernador omeya en la capital del Ebro: el poder omeya habría comprado Zaragoza a Muhammad b. Lubb b. Qasi en el 884 por la suma -que parece modesta- de 15.000 dinares y así habría podido instalar en la ciudad al gobernador omeya Ahmad b. al-Barra al-Qurashi.