Época: Al-Andalus omeya
Inicio: Año 711
Fin: Año 1031

Antecedente:
Restauración del poder central



Comentario

El proceso exacto de las tensiones socio-económicas es difícil de determinar. Acién y otros autores como Salvatierra proponen un atractivo esquema: la población rural que, al socaire de los disturbios provocados por la conquista, se había liberado en parte de la dominación de la aristocracia visigoda, se vio progresivamente sometida a una fiscalidad estatal cada vez más pesada. La aristocracia indígena proto-feudal que subsistía vería la renta que obtenía de los derechos sobre la tierra y los hombres afectada por la extensión del sector administrativo, por las crecientes recaudaciones del Estado en el mundo campesino y por el desplazamiento de una parte de la población rural hacia las ciudades. Este doble malestar provocaría, por una parte, la huida de los campesinos hacia los husun (refugios) que servían habitualmente a la población rural y por otra parte, un encastillamiento de los ashab (señores) de las tierras en los lugares fortificados más complejos, desde donde intentarían controlar a una población que pretendía escapar. El afianzamiento de las estructuras estatales y el desarrollo de la civilización urbana engendraría, por otro lado, tensiones paralelas en los medios tribales, beréberes y árabes.
Este esquema tiene el mérito de proporcionar a la vez una causalidad económico-social y un cuadro explicativo de conjunto que permiten integrar la complejidad de las disidencias que pusieron en peligro el poder omeya. Me parece que el único defecto es que no sitúa en su justo lugar los antagonismos étnico culturales que las fuentes árabes consideran determinantes y de los que es imposible hacer caso omiso. Aunque no se vea en ellos más que una manifestación superestructural de tendencias o de movimientos más profundos, el caso es que los contemporáneos y sus sucesores inmediatos explicaron los conflictos civiles que desgarraron alAndalus en términos étnicos. La oposición entre los elementos arabo-beréberes por un lado y los elementos indígenas por otro probablemente no explica todos los enfrentamientos y abundan las excepciones, como en los antagonismos Qays-Yemen y Butr-Baranis en los medios árabe y béreber. Sin embargo, estos enfrentamientos emergen constantemente en los textos, aun considerando solamente los múltiples poemas compuestos -en árabe- entre las llamas de las luchas civiles que componían los poetas "nacionalistas" pertenecientes a una y otra etnia. En el marco de una arabización lingüística ampliamente adquirida, el poeta se vanagloriaba de su etnia árabe o cantaba los éxitos de los muladíes y el prestigio de sus jefes. Allí donde los acontecimientos se pueden seguir con más claridad, se observa que los que se llevaban la palma eran los elementos árabes. Este era el caso de Zaragoza, donde los Tuyibíes sustituyen a los Banu Qasi, y de Sevilla, donde los autóctonos son masacrados y dominan, al final del emirato, jefes árabes. En estos dos casos, la victoria de los árabes se hizo con la garantía del poder central que, después de parecer por un tiempo en trance de encontrar un acuerdo con los elementos muladíes, terminó aceptando el hecho consumado que le imponían los árabes.

En el centro, los muladíes de Toledo resistían con dificultad al afianzamiento del poderoso linaje beréber de los Banu Dhi I-Nun en los bordes orientales de su territorio. En Mérida, tampoco se acabó con el elemento indígena, sino que disminuyó su fuerza y abandonó la ciudad para reagruparse en Badajoz. En este caso como en el de Pechina, ciudad que creció vertiginosamente, el poder dejó que se constituyera un núcleo indígena islamizado de poblaciones trasplantadas que se estructuraron conforme al modelo urbano arabo-musulmán. El procedimiento es muy claro en el caso de Badajoz: Ibn al Yilliqi, refugiado durante cierto tiempo en territorio cristiano, volvió a la ciudad nueva donde logró el reconocimiento del poder central cordobés. Según al-Bakri, escribió al emir Abd Allah, que acababa de acceder al poder, para pedirle que delimitara sus tierras en un acto oficial y que reconociera la situación de sus muladíes a través de un pacto. Esta petición fue aceptada. Ibn Marwan envió una segunda misiva diciendo que no tenía grandes mezquitas donde proclamar la oración a nombre del emir ni baños públicos para lavarse y que sus compañeros, a pesar de su sedentarización, eran en su mayoría rurales. Pedía que se enviaran obreros encargados de construir la mezquita y los baños: la ciudad podría, entonces, rivalizar con las otras metrópolis. De hecho, el emir le concedió todo lo que había pedido. En la lejana Mallorca, conquistada por Ibn al-Jawlani con el consentimiento del emir Abd Allah, Ibn Jaldun indicaba que se habían apresurado a urbanizar la isla edificando mezquitas, baños y funduqs. La construcción de Pechina se hizo alrededor de una gran mezquita levantada por un notable árabe. Muhammad al-Tawil invirtió los beneficios del botín ganado a los cristianos en la urbanización de Huesca.