Comentario
Pronto Abd al-Rahman III no se limitaría a extender su control sobre el territorio de al-Andalus. La debilidad del poder central había tenido efectos desastrosos sobre todo en la frontera occidental, donde el rey Ordoño II de León se había atrevido a lanzar ataques devastadores contra Evora, cuyos habitantes fueron masacrados (913), contra Alange (915) y Talavera (918). En el año 917, Abd al-Rahman III pudo liberarse suficientemente de los problemas internos y encontrar los medios de lanzar una primera expedición contra los cristianos. Siguieron otras expediciones en los años posteriores. La del 917 fue un fracaso, al quedar las tropas musulmanas diezmadas en la plaza de San Esteban de Gormaz, que habían atacado. Las campañas de los años siguientes fueron más exitosas, sobre todo la llamada de Muez, en el 920, dirigida por el soberano mismo, luego la de Pamplona del año 924, en la que Abd al-Rahman III avanzó hasta la capital navarra, se apoderó de ella y la saqueó. La situación en las fronteras había mejorado sensiblemente, pero la amenaza leonesa no había desaparecido. Ramiro II atacó Madrid en el 932, derrotó a un ejército musulmán en Osma en el 933 y se alió con el poderoso gobernador tuyibí de Zaragoza. Abd al-Rahman III intentó restablecer la situación del lado cristiano. Más adelante, tras haber logrado someter a Muhammad b. Hashim en el año 937, organizó un gran ejército bajo su propio liderazgo y se dirigió contra la frontera castellana de León en el año 939.
Esta campaña, que el califa quería que fuera decisiva y le había dado por ello el nombre de ghazwat al-qudra (la campaña de la omnipotencia), se hizo famosa con el nombre de Simancas-Alhandega. El objetivo era restablecer la supremacía musulmana sobre la frontera del Duero, más allá de donde los castellanos empezaban a establecer puntos de poblamiento apoyados en particular sobre la fortificación de Simancas, sobre la orilla derecha del río, ocupada desde el año 899. La expedición no logró tomar la fortificación y tras unos días de combate sufrió una grave derrota -cuyas circunstancias suscitan controversias- en agosto del año 939, a manos de una coalición de leoneses y navarros. La caballería musulmana fue masacrada por los cristianos en un foso (al-jandaq, Alhandega). El califa, que tuvo que huir de forma bochornosa, dejando en su campamento un Corán de gran valor que le acompañaba en sus expediciones y su corselete de mallas de oro, achacó este desastre a la poca combatividad e incluso a la traición de parte de sus tropas. Algunas fuentes dejan entender que el yund y la aristocracia militar de la frontera -el gobernador de Huesca y el zanuní (miembro de la familia de los Dhi I-Nun) de Santaver en particular- les habría faltado combatividad e incluso habrían abandonado el combate a causa de la envidia que tenían de los jefes militares saqaliba -esclavos o libertos de origen europeo o eslavo- a los que el califa había empezado a dar puestos de mando importantes. A la vuelta, mandó crucificar a varios oficiales acusados de cobardía, entre los cuales estaba el gobernador muladí de Huesca, Furtun b. Muhammad al-Tawil. El gobernador de Zaragoza, Muhammad b. Hashim, se había hecho prisionero y quedó en manos del rey de León durante dos años.
Este humillante fracaso trajo un cambio notable en la política militar del califa, que se abstuvo desde entonces de participar personalmente en las campañas, que, por otro lado, parecen haber sido menos ambiciosas. La derrota no tuvo, de hecho, graves consecuencias territoriales porque los problemas internos paralizaron León y porque el poder cordobés, con su tenacidad, logró mantener una presión lo suficientemente fuerte sobre la frontera, y desplegó un gran esfuerzo para protegerla, fortificando los puntos estratégicos. En el año 940, se edificaron y reforzaron las defensas de Calatilifa y Saktan. En el año 946 el cuartel general de la frontera media, la de Toledo, se estableció en Medinaceli, donde se reforzó una antigua muralla abandonada y se repobló la ciudad.
No se constata una falta de confianza generalizada del califa hacia los señores de la frontera. Los Banu Shabrit o los Banu Amrus, parientes del gobernador muladí de Huesca, fueron mantenidos en sus puestos en el gobierno de la ciudad, como los Banu Tuyib en Zaragoza. El califato consolidó, por otro lado, la posición de las otras grandes familias de la región nororiental, en particular los linajes beréberes de las zonas montañosas situados al norte y al este de Toledo, como los Banu Zirwal de la región de Soria, los Banu Dhi I-Nun de Santaver, los Banu Ghazlun de Teruel, los Banu Razin de la Sahla: "dividió el país entre ellos en lotes, renovándoles a ellos y sus sucesores en cada parte y anualmente sus nombramientos con amplias atribuciones (Muqtabis)". El califato siguió dotando al ejército de buenos mandos y de contingentes saqaliba, reclutando un número importante de jóvenes esclavos a los que se daba una educación militar, política. Esta política había empezado ya desde antes de Simancas pero se activó tras el dudoso comportamiento del yund tradicional. Al final del reinado del primer califa de Córdoba, había varios miles de saqaliba.