Época: Al-Andalus omeya
Inicio: Año 711
Fin: Año 1031

Antecedente:
El gobierno de Al-Hakam II



Comentario

El pasaje citado al final del apartado anterior refleja bien la idea del "califato inmóvil". El califa reina realmente en el centro del mundo o al menos del mundo que el califato de Córdoba había llegado a dominar, que iba desde los reinos cristianos vasallos del norte hasta las regiones de Marruecos controladas por las tropas cordobesas y los príncipes y tribus del Magreb que se habían aliado con él o habían sido obligados a reconocer su supremacía. En los pasajes citados anteriormente se observa que se trataba de recibir el mismo día -y casi simbólicamente- a los embajadores enviados por Elvira, tía y tutora del rey de León Ramiro III por una parte y por otra, a los príncipes idrisíes de Marruecos y los notable de una ciudad del Rif, prueba evidente de la consolidación de la potencia cordobesa tanto en el Norte de la Península como en el Magreb occidental.
El final del reinado del primer califa vio también, como dijimos, al personal de origen servil -los saqaliba- jugar un papel creciente en el entorno del soberano y en la restauración del poder y de la administración. Con al-Hakam II este proceso de reforzamiento del poder utilizando elementos extranjeros siguió funcionando. Al-Hakam murió asistido por dos domésticos saqaliba de confianza, que intentaron, como veremos, controlar la transmisión del poder en su propio beneficio pero toparon con la oposición del partido del visir al-Mushafi y de su aliado, el director de la moneda Ibn Abi Amir. La política africana, sobre todo, había puesto el poder en contacto con numerosos jefes idrisíes y numerosas tribus beréberes aliadas al régimen omeya y, a partir del año 974, cuando se logró la victoria definitiva sobre el Idrisí al-Hasan b. Guennun, que había opuesto gran resistencia a las fuerzas omeyas, se incorporó al ejército regular un fuerte contingente militar de su clientela beréber. En la misma época o incluso un poco antes, los ejércitos califales habían integrado ya algunos grupos o clanes beréberes enteros, principalmente los zanata Banu Birzal, que siguieron estando organizados en una formación tribal bajo el mando de sus propios jefes.

Estos beréberes constituían una excelente caballería, superior, según parece, a la de los andalusíes que Ibn Hawqal consideraba, con o sin razón, una mala caballería. Según Ibn Hawqal, al-Hakam II, en sus últimos tiempos, se deleitaba admirando, sobre todo, los ejercicios ecuestres de estos guerreros beréberes, que ponía como ejemplo ante los que lo rodeaban y que podríamos comparar, salvando por supuesto las distancias, a los turcos del califato abasí. Probablemente la función de estos beréberes estaba lejos de ser tan importante como la de los turcos, pero hay que observar, sin embargo, que cuando al-Hakam murió en el 976, los Banu Birzal jugaron un papel destacado al formar una fuerza armada a disposición del partido del visir al-Mushafi (del que quizá conviene recordar el origen beréber andalusí) y de su aliado Ibn Abi Amir, primero para detener el proyecto de los saqaliba del palacio que pretendían descartar de la sucesión al hijo menor de al-Hakam, designado heredero, y apoyar la de su tío al-Mughira, luego para contrarrestar la amenaza de una posible reacción eslava en las semanas siguientes.

Al final del reinado de al-Hakam, el califato ya había establecido sólidamente su supremacía sobre el extremo occidental del Mediterráneo. En el Magreb occidental, Ceuta estaba bien controlada y los príncipes idrisíes del norte de Marruecos se vieron obligados a someterse y se integraron en el sistema omeya. Descendientes de Mahoma, eran garantes del régimen que les honraba a la vez que les vigilaba muy de cerca. Aliadas de Córdoba contra los fatimíes, las poderosas tribus zanata-maghrawa opuestas a los sanhaya del Magreb Central eran un elemento de peso en las alianzas cordobesas. Había intercambios constantes entre al-Andalus y la orilla africana: idas y venidas de tropas, generales y funcionarios, acogida de rehenes y de delegaciones de jefes magrebíes a Córdoba, intercambio de cartas, envío recíproco de regalos, sin olvidar las considerables inversiones en monedas de oro o de plata que consentía el califa para comprar a señores locales y a jefes de tribus, pagar las guarniciones de Ceuta y otros presidios, financiar las expediciones militares. Así, como sabemos, Muhammad b. Abi Amir, el futuro al-Mansur, fue enviado al final del reinado de al-Hakam, en el año 973-974, como gran cadí de las posesiones califales en el Magreb occidental, de hecho para controlar el empleo de los fondos transferidos al Magreb por los generales omeyas. Una de las consecuencias importantes de estos contactos incesantes fue el reclutamiento, ya mencionado, de algunos cientos de caballeros beréberes que llegaron para reforzar el ejército califal en la Península.

En el otro extremo del espacio califal, las fronteras septentrionales estaban sólidamente protegidas. Las impresionantes ruinas de la ciudad omeya cuyo nombre desconocemos -tal vez era Saktan- y que se encuentra ahora en el lugar llamado Vascos, cerca de Talavera, donde se han realizado excavaciones bajo la dirección de Ricardo Izquierdo Benito, es uno de los testimonios de esta preocupación del califato por vigilar y proteger la frontera cristiana, así como el célebre y sólido castillo de Gormaz, en la frontera de Medinaceli, edificado bajo al-Hakam II. Entre los dos tal vez haya alguna diferencia de concepción importante: Vascos, trátese de Saktan o no, era todavía una ciudad, edificada antes de mediados del siglo para establecer allí una población probablemente militarizada pero implantada de forma permanente sobre la frontera. La construcción está hecha de piedra tallada, con elementos todavía de la tradición romano-bizantina que le hace parecerse a las sólidas fortificaciones de piedra de la época del emirato y del comienzo del califato (la alcazaba de Mérida, el alcázar omeya de Sevilla). Gormaz era un castillo fronterizo más tardío destinado a concentrar las tropas durante las expediciones y servirles de punto de apoyo en sus campañas. La construcción, que todavía lleva piedra y algunos trozos de buen aparejo, es en su conjunto menos cuidada; el uso de la mampostería de piedras irregulares bañada en mortero estaba muy extendido.