Comentario
Durante la segunda mitad del siglo XIII, al finalizar el impulso expansivo, resurgen los problemas que las campañas militares habían enmascarado. Alfonso X de Castilla, Alfonso III de Portugal, Jaime I de Aragón y sus sucesores tienen que hacer frente a continuas revueltas nobiliarias en las que se ven implicados miembros de las familias reinantes, que actúan como jefes naturales de los nobles en la lucha por el poder que les enfrenta a la monarquía. Las causas de las revueltas son complejas y no es posible determinar exactamente cuál precede en orden cronológico o de importancia a las restantes. La introducción del Derecho Romano en Occidente disminuyó las atribuciones y privilegios de la nobleza al reforzar la posición y autoridad del monarca, y la debilidad política de los nobles va acompañada de una pérdida de importancia militar, económica y social. La caballería, pesada y con pocas posibilidades de maniobra, pierde importancia ante la infantería; las huestes feudales, nobiliarias, dejan de ser el grupo militar exclusivo y, por otra parte, el aumento de la circulación monetaria permite contratar y utilizar soldados mercenarios profesionales de la guerra. Económica y socialmente, la nobleza vio amenazada su posición privilegiada por el ascenso de mercaderes y juristas: el desarrollo del comercio favoreció inicialmente a los nobles propietarios de tierras al conseguir mejores precios por los productos agrícolas, pero la mayoría de las tierras estaba arrendada mediante contratos a largo plazo que impedían actualizar los ingresos de la nobleza, y en ningún caso el alza de los productos agrícolas fue equiparable a la de los artículos manufacturados, cuya venta enriqueció a los mercaderes y los situó económicamente por encima de los nobles. Los juristas, convertidos en funcionarios de la monarquía, adquirieron un gran prestigio social y, en ocasiones, importantes riquezas a través de los cargos que desempeñaban y, para mantener su preeminencia sobre los mercaderes y oponerse a los juristas, la nobleza recurrió a la revuelta y a la guerra para ampliar sus dominios y posesiones en el interior de los reinos, adquirir nuevas tierras en el exterior y forzar al rey a limitar la influencia de los juristas, a reducir su autoridad. Problemas europeos y sublevaciones nobiliarias internas se condicionan mutuamente en los últimos años del reinado de Alfonso X y de Jaime I. Los matrimonios de Fernando III con Beatriz de Suabia y de Jaime con Violante de Hungría obedecieron, sin duda, al deseo de los pontífices de evitar los problemas de parentesco que habían llevado a anular numerosos enlaces de reyes y príncipes peninsulares; pero ambos matrimonios tendrán efectos contrarios a los intereses de Roma. El hijo de Beatriz, Alfonso X, será aceptado a la muerte de Federico II como emperador de Alemania por una parte de los electores y por algunas ciudades italianas opuestas a la política pontificia, que ven en el monarca castellano la posibilidad de imponerse a Roma. Las pretensiones imperiales de Alfonso sólo sirvieron para empobrecer al reino y para obligar al monarca a aceptar las exigencias nobiliarias. Si el matrimonio de Fernando determinó la política exterior de Castilla e indirectamente la interior, la unión de Jaime y Violante de Hungría repercutió gravemente sobre la situación interna de Aragón y condicionó la expansión mediterránea de la Corona. Para dotar a los hijos de este matrimonio, Jaime redacta diversos testamentos en los que separa Valencia y Mallorca e incluso Aragón y Cataluña, provocando así el malestar de la nobleza aragonesa, cuya oposición influye en la política mediterránea al negar su apoyo a Pedro el Grande cuando éste ocupa Sicilia contra la voluntad del Papa. Al morir Federico II, Roma separó los dominios alemanes de los italianos y cedió los segundos a Carlos de Anjou, señor de Provenza gracias al apoyo de los papas y de los cruzados de Simón de Montfort; con la cesión de Sicilia al enemigo tradicional de los aragoneses, Roma ponía en peligro el comercio catalán con el Norte de África, y frente a los Anjou y frente al Pontífice, Pedro el Grande, actuando en nombre de su esposa Constanza de Sicilia, ocupará la isla en 1282. Por caminos distintos, Castilla y Aragón entraban en la política europea e intentaban, con diferente resultado, convertirse en herederos de los emperadores alemanes: Alfonso X en Alemania y Pedro el Grande en Sicilia.