Época: Reconquista
Inicio: Año 1000
Fin: Año 1300

Antecedente:
Economía de los reinos y condados cristianos



Comentario

Hacia el año mil se observa en Europa un progreso notable motivado por diferentes causas que se complementan entre sí: cambio climático favorable a la producción agrícola, cese o disminución de la amenaza militar y utilización de mejores utensilios y técnicas de trabajo agrícola que permiten poner en cultivo nuevas tierras. El incremento en términos absolutos y relativos de la producción se traduce en una mejor alimentación que da lugar a una expansión demográfica difícil de evaluar, pero manifestada de múltiples modos: ampliación o nueva construcción de iglesias y murallas, puesta en cultivo de tierras marginales o abandonadas, migraciones a veces de carácter militar y en otros casos en forma de peregrinaciones a Santiago de Compostela o a Jerusalén...El progreso no es sólo cuantitativo sino ante todo cualitativo: la roturación de nuevas tierras exige y lleva consigo la desecación de pantanos, tala de bosques y construcción de caminos a través de los cuales entran en contacto núcleos de población hasta entonces mal comunicados y que ahora pueden intercambiar sus productos, con lo que puede abandonarse el cultivo de plantas como la vid en tierras poco aptas pero que habían tenido que ser utilizadas en épocas anteriores porque la única forma de obtener el vino, necesario en la liturgia cristiana y en la alimentación, era producirlo localmente. Desde el momento en que existen excedentes y es posible transportarlos y hallar quienes se interesen por ellos, servirán para obtener por compra o cambio todo aquello que interesa o no se puede producir en el territorio. La comercialización de los excedentes agrícolas corre a cargo de mercaderes, de personas que viven fundamentalmente del comercio. A través de estos mercaderes, que se instalan junto a los posibles clientes, la ciudad recupera su función económica; sin perder su carácter administrativo, eclesiástico o militar, se transforma en lugar de intercambio, en mercado, en punto de contacto de economías complementarias al que pronto acuden los mercaderes internacionales y en cuyas proximidades surgen barrios o burgos en los que no tardan en instalarse artesanos liberados del trabajo agrícola al aumentar la población campesina y el rendimiento de la tierra y no ser necesaria su colaboración.El mercado deja de ser exclusivamente agrícola y en las ciudades se inicia la fabricación de objetos manufacturados destinados a atender la demanda de las comarcas próximas y a la exportación cuando la calidad y el precio hacen atractivos los productos. En todo el territorio hispánico puede observarse el surgimiento de estos nuevos burgos y de los artesanos y mercaderes que, sin dejar de ser laboratores, de vivir de su labor o trabajo, ya no son labradores; adquieren verdadera importancia en las zonas costeras del Mediterráneo o del Atlántico en contacto comercial con el mundo europeo.Generalmente, cuando se habla del comercio, los historiadores aluden sólo al comercio catalán a larga distancia, al que tiene como origen, destino o etapa final el norte de África, Siria, Grecia o Europa, y al lado de este comercio internacional existe un comercio interno menos brillante pero no de menor importancia, que conocemos gracias a aranceles aduaneros como el peaje de Barcelona de 1222, en el que figuran más de cien productos y entre ellos la pimienta, lino, algodón, cominos, incienso, canela, laca y otras especias importadas de Oriente; entre los productos locales figuran la cera, cueros y pieles de bueyes, conejos y corderos; lana y tejidos de fabricación local e importados; productos alimenticios como sal, aceite, azúcar, miel y harina; artículos como hierro, alquitrán, madera, naves, papel, plomo... La proyección exterior de los mercaderes barceloneses, catalanes, valencianos y mallorquines no habría sido posible sin una organización que coordinara sus actividades tanto en las ciudades como en el exterior. La primera organización de los mercaderes la hallamos en las Ordenanzas de la Ribera de Barcelona, de 1258, en las que se definen los derechos y obligaciones de marinos y mercaderes en Cataluña y en el exterior: tripulantes y mercaderes de cada nave nombran dos próceres con autoridad sobre todos cuantos van en ella y éstos a su vez eligen a otros cinco (dos en barcos de poco tonelaje) y juntos los siete deciden cuanto haya que hacer en la nave; su autoridad se extiende a "cuantos hombres de Barcelona encuentren en su viaje, tanto en tierra de cristianos como de musulmanes", pues su autoridad es delegada de la del rey y de los prohombres de la Ribera de Barcelona.En 1266, la figura del cónsul en el exterior se concreta aún más y su nombramiento queda en manos del Consell de Barcelona, al que el monarca autoriza a nombrar cada año "cónsules... en las naves y leños que navegan hacia las partes ultramarinas con jurisdicción no ya sólo sobre los barceloneses sino sobre todas las personas de nuestras tierras que naveguen hacia dichas partes ultramarinas, y sobre los que residan en ellas y sobre todas las naves y leños de nuestras tierras navegando en la misma dirección o de escala en sus puertos y sobre los bienes de todos y cada uno". Entre 1260 y 1270 los barceloneses procederán a una nueva redacción de las Ordenanzas, conocidas ahora como Libro del Consulado, que serviría de pauta al Consulado de Valencia creado en 1283; los mercaderes valencianos perfeccionaron las costumbres recibidas y añadieron diversos epígrafes y mejoras que llevaron a extender esta nueva forma legal a Mallorca, Barcelona, Tortosa, Gerona, Perpiñán y Sant Feliu de Guixols.Una gran parte de los artículos mencionados en los diversos peajes procede del comercio exterior, que según hemos indicado anteriormente, se halla estrechamente relacionado con la expansión política. Entre las causas que se han buscado a esta expansión se ha dado un lugar preferente a las económicas, hasta el punto de afirmarse que la política expansiva no fue obra de la monarquía sino de los burgueses, de los poderes económicos. Cataluña en general y Barcelona en particular, disponían en el siglo XII, y aun antes, de una marina dedicada al comercio y al corso, actividades que se veían perjudicadas frecuentemente por los piratas musulmanes de Almería, las Baleares y Tortosa, y la conquista de estas plazas en el siglo XII por Alfonso VII de Castilla, Ramón Berenguer III y Ramón Berenguer IV de Barcelona contará con el apoyo de barceloneses, pisanos y genoveses interesados en mantener activos el comercio y la navegación mediterráneos; y algo parecido podría decirse al hablar de la ocupación de Mallorca, de Valencia, Sicilia o de los intentos de Jaime II de ocupar Almería, para facilitar el comercio o evitar, al menos, las trabas puestas en las rutas comerciales por los corsarios-mercaderes musulmanes del norte de África, donde los catalanes terminarán instalándose como mercaderes a lo largo del siglo XIII.