Comentario
Desde el punto de vista poblacional, el siglo XI se va a caracterizar por la heterogeneidad étnica. La población de al-Andalus, que en el siglo X se podía calificar como de andalusí, en el siglo XI se encontraría enfrentada a nuevos contingentes de beréberes norteafricanos, coexistiendo, además, con otros elementos étnicos no integrados en el tejido de la sociedad andalusí, que podía dividirse así:a) El elemento autóctono, formado por muladíes (muwallads), mozárabes y judíos, responde a una clasificación de tipo confesional. Los muladíes configuran en el siglo XI el núcleo mayoritario de la población. Son los hispano-godos convertidos al Islam como resultado de la política de islamización del Estado iniciada por Abd al-Rahman II, que suponía la integración de la población valiéndose del Islam como religión del Estado y acompañada de un desarrollo profundo de la Administración. Este proceso culminará en el siglo X con el califato cordobés, en el que, según algunos estudios, la proporción de musulmanes alcanzaba posiblemente el 50 por 100 de la población. Sin embargo, es significativo comprobar que, a pesar del elevado volumen de este sector de la población, no existiese en el plano político una taifa que se denominara muladí o muwallad, salvo, tal vez, la de los Banu Harun del Algarve. Los mozárabes, aquellos que siguen profesando el cristianismo, parecen constituir en el período que tratamos un elemento bastante minoritario pero, en todo caso, muy arabizado. Su estatuto legal era el de dimmí, protegido, con garantías de ejercicio privado de su religión y con la obligación del pago de la chizya, tributo de capitación. A finales del siglo XI este sector poblacional, ahora más rural que urbano, será casi residual y con nula trascendencia en lo político. A la categoría de dimmí pertenecía, también, la población judía. Grandes comunidades existían en las más importantes ciudades de al-Andalus, como Toledo, Córdoba, Badajoz, Zaragoza, Valencia y Sevilla, pero será en la Granada zirí, ciudad de gran tradición judía, donde una familia de judíos, los Banu Nagrella, desempeñará un destacado papel político aportando visires del régulo Badis y de su hijo Buluggín. Los judíos andalusíes habían adoptado la lengua árabe, como refleja su excelente producción literaria, y, dedicados a actividades mercantiles, diplomáticas e, incluso, artesanales, vivían en barrios separados en las ciudades.b) El elemento foráneo, constituido por árabes y beréberes llegados a la Península en el siglo VIII, se puede definir, también, como el elemento invasor cuya entrada fue fluida y no interrumpida desde entonces. Su diferenciación corresponde a un criterio étnico, dado que confesionalmente profesan el Islam. Esta dualidad étnica trascenderá al plano geopolítico de modo que las taifas que surjan tras la caída del califato se distribuirán étnica y geográficamente según su procedencia. Numerosos linajes árabes y beréberes andalusíes asumieron, además, el poder en territorios en donde muchos de ellos ejercían su dominio desde antiguo. En la primera mitad del siglo XI se alzan independientes taifas arabo-andalusíes en el sur y en la Marca Superior, separadas por una importante franja central ocupada por taifas beréberes-andalusíes. Pero, a lo largo de la segunda mitad del siglo, el panorama se simplifica en favor de dos focos arabo-andalusíes: los Abbadíes, en el valle del Guadalquivir, y los Banu Hud, en el valle del Ebro, que se anexionaron varias taifas, situadas a su alrededor.Hubo familias arabo-andalusíes que permanecieron, durante todo el período o durante alguna etapa sólo, al frente de las taifas de Córdoba (los Chahwalies), Sevilla (los Abbadíes), Niebla (los Yahsubíes), Silves (los Muzayníes), Huelva (los Balkríes), Almería (los Banu Sumadih), Murcia (los Banu Tahir), Valencia (los Amiríes) y Zaragoza (primero los Banu Hud y luego los Tuchibíes). Todas estas familias reclamaban para sí un prestigioso origen árabe, y decían descender de tribus oriundas de la Península Arábiga, a través de antepasados llegados a al-Andalus en el siglo VIII, aureolados por la gloria de participar en la expansión islámica.Por su parte, otras familias que lograron la soberanía de alguna taifa eran de origen beréber, pero estaban asentadas en al-Andalus desde el siglo VIII también, llegadas, asimismo, con la expansión islámica. Con el paso de los siglos se habían arabizado totalmente, y pretendían incluso tener una prestigiosa ascendencia árabe. Sus taifas se sitúan en el centro peninsular, en la franja central beréber, en Badajoz (los Aftasíes), Toledo (los Du l-Nún), Alpuente (los Banu Qasim) y Albarracín (los Banu Ratín). Constituían un elemento de reciente implantación en la Península y, por ello, poco aglutinados con el resto de la población. En contraste con los andalusíes, formaban el sector menos arabizado y apenas hablaban árabe. Su llegada a al-Andalus fue fruto de la política intervencionista norteafricana de Abd al-Rahman III, incrementada en tiempos de Almanzor. Un gran número de tribus beréberes que pasaron a engrosar el ejército amirí se vio, al comienzo de la fitna, desprovisto de función, por lo que decidieron apoyar como grupo a uno de los candidatos, Sulayman al-Mustain, quien en pago de los servicios prestados les concedió territorios en calidad de feudos, originando así la creación de nuevas taifas, legitimadas por el reconocimiento otorgado por el califa. Una particularidad importante a destacar es su pertenencia a dos grandes confederaciones beréberes, la de los Zanata y la de los Sinhacha, del Magreb. Estas taifas de beréberes nuevos se instalan en el sur de la Península, con el siguiente reparto según su origen tribal:-Eran Zanatas, o Zenetes, las familias que rigieron las pequeñas taifas de Ronda (los Yafraníes), Carmona (los Birzalíes), Arcos (los Jizruníes) y Morón (los Dammaríes).-Eran Sinhachas los régulos de la taifa de Granada, los Ziríes, que fueron muy importantes y llegaron a anexionarse la taifa malagueña de los Hammudíes, los cuales eran árabes idrisíes descendientes del Profeta, aunque muy berberizados, por residir en el Magreb hasta que, en los albores del siglo XI, empezaron a actuar en la Península Ibérica. Otro grupo advenedizo está formado por los eslavos, saqálibas, esclavos de origen europeo y del norte peninsular que ocupaban altos cargos en la administración y en el ejército califal. Convertidos muchos de ellos en libertos, mawali, crecieron en número y poder, pero no llegaban a integrarse del todo en la sociedad andalusí. Durante la crisis del califato intervinieron en apoyo de los omeyas, especialmente de los amiríes, y ante las turbulencias políticas producidas en la capital a principios del siglo XI, abandonaron Córdoba y se instalaron en el levante y sureste de la Península, consiguiendo, en un proceso bastante oscuro, forjar unas taifas en Tortosa, Valencia, Denia, Baleares, Almería y Murcia. Sin embargo, poco a poco fueron perdiendo poder y al comienzo del período propiamente de taifas sólo estaban consolidados en Denia y Baleares. Sus regímenes inestables y sin arraigo social se vieron dificultados por las circunstancias personales de muchos de ellos, que, siendo eunucos, carecían de garantías sucesorias. Los abid, esclavos negros de origen africano, proceden del intenso tráfico servil desarrollado durante el califato. Incorporados a la guardia personal de los califas, tuvieron un destacado papel en la crisis de principios del XI, pero, a diferencia de los eslavos, generalmente se pusieron del lado de los beréberes.El estatuto personal de mawali, manumitidos, sólo se obtenía con la conversión al Islam e implicaba una relación de patronato bajo sus antiguos dueños.El siglo XI produce dos hechos importantes en el espacio geopolítico de al-Andalus: la fragmentación del espacio interior y el retroceso de la frontera norte ante la presión cristiana, afectando particularmente al territorio de las Marcas, que ahora dejan de ejercer el papel defensivo para el que fueron creadas. Separando los nuevos Estados, existen en el interior de al-Andalus unas fronteras imprecisas, fluctuantes e inestables en función de la relación de fuerza pero que no parecen influir en otro tipo de relaciones como, por ejemplo, las mercantiles y culturales.