Comentario
La estrategia utilizada por Roma durante la guerra contempló dos objetivos: la expulsión de Anibal de Italia y la eliminación del poder cartaginés en España, ya que ésta era la base que suministraba los medios a Cartago para la continuación de la guerra. Por su parte Cartago jugó una baza, tal vez la única oportunidad que se le ofrecía, que consistía en alimentar los sentimientos de independencia de los galos del Norte, dominados políticamente por Roma, pero cuya soberanía aún no estaba consolidada.
En el 218 a.C. Aníbal atravesó los Alpes con su ejército. Sólo con 20.000 soldados de infantería y 6.000 caballeros llegó Aníbal a Italia. Todavía antes de terminar el año logró sus dos primeras victorias sobre los ejércitos romanos en dos afluentes del Po, Tesino y Trebia. Como Aníbal esperaba, los galos se unieron a él. En el 217 a.C. Aníbal atravesó los Apeninos, contando con la presencia de muchos galos que reforzaban su ejército. En el lago Trasimeno (cerca de Perugia) derrotó de nuevo a un ejército romano muy superior a él, a cuyo mando estaba el cónsul Cayo Flaminio. Prácticamente el ejército romano fue aniquilado. Murieron más de 15.000 soldados y otros tantos fueron hechos prisioneros. La estrategia de Aníbal en este caso era significativa: si los prisioneros no eran romanos, Aníbal los dejaba marchar sin rescate. Sabía que su éxito dependía de las brechas que pudiera abrir entre Roma y sus aliados. Pero los etruscos adoptaron una actitud pasiva. Aníbal decidió entonces abandonar Etruria y se dirigió hacia el Piceno. Gran conocedor de los puntos débiles de Roma, se encaminó desde el Piceno hacia la Apulia. Desde allí esperaba lograr el apoyo de los samnitas y lucanos. En el 216 a.C. se produjo uno de los acontecimientos bélicos más trascendentes de la historia militar antigua: en la Apulia, en Cannas, el ejército cartaginés con no más de 40.000 infantes y 10.000 caballeros se enfrentó con un ejército romano que le doblaba en número, al mando de los generales Paulo y Varrón. Aníbal logró que cayeran más de 70.000 soldados romanos e hizo prisioneros a otros 10.000. Por su parte, el ejército de Aníbal perdió únicamente 6.000 soldados.
La conmoción en Roma fue tremenda. Después de Cannas, la mayor parte de la Italia meridional se pronunció a favor de Aníbal: los samnitas, los mesapios, lucanos y brutios, las ciudades de Capua, Tarento, Metaponto y Turios. Incluso Siracusa -cuyo rey Hierón murió pocos meses después de la batalla de Cannas- se puso de acuerdo con Aníbal.
Además, en el 215, Aníbal concluyó un tratado de alianza con Filipo V de Macedonia -cuyo consejero era Demetrio de Faros, sin duda el gran impulsor de esta alianza- por el que se comprometía a desembarcar en Italia un ejército y doscientos barcos.
La estrategia de Roma ante esta coalición consistió, por una parte, en neutralizar a Macedonia, para lo cual en el 212 Roma firmó con los etolios un pacto bastante deshonroso contra Macedonia: la tierra conquistada en Macedonia sería para los etolios y el botín transportable, para los romanos. En segundo lugar, decidió aplicar en aquellos lugares -por insignificantes que fueran- que habían hecho defección a favor de Aníbal, escarmientos que inculcaban el temor sobre los otros pueblos aliados de Cartago. Así, por ejemplo, en el 214 a.C., Casilino fue destruida por completo, poco después cayó Tarento y 30.000 de sus habitantes fueron vendidos como esclavos.
En tercer lugar, Roma había enviado tropas a Hispania para impedir el envío de tropas cartaginesas y de ayuda económica a Aníbal. Allí, al frente del imperio cartaginés estaban un hermano de Aníbal, Asdrúbal, y Magón. Publio Cornelio Escipión, al frente de un ejército romano emprendió la conquista de la zona peninsular controlada por Cartago, llegando a controlar la propia Cartago Nova, que era el centro del poder cartaginés en Hispania. En el 208 a.C., Asdrúbal, el hermano de Aníbal, abandonó Hispania con los restos de su ejército intentando llegar hasta el Sur de Italia sin conseguirlo, ya que fue derrotado por los romanos junto al Metauro. Pero además, la muy superior flota de guerra romana prácticamente tenía cerrado todo el movimiento de tropas cartaginesas por mar y, sobre todo, impidió el desembarco de mercenarios enviados desde Cartago a Italia e hizo imposible todo intento del rey de Macedonia de cumplir la promesa hecha a Aníbal.
Aníbal resistió este cerco, manteniéndose en los Abruzos, hasta el 203 a.C., año en que condujo a Cartago por mar a sus últimas tropas. Al llegar, ya había desembarcado Escipión en Africa y en el 202 a.C. tuvo lugar la última y definitiva batalla de la llamada segunda Guerra Púnica, en Zama. Aníbal ya no pudo ganarla y el tratado de paz impuesto por Escipión el Africano significó el fin de Cartago como poder independiente.
Después de la segunda Guerra Púnica, Roma como era previsible, aplicó en Italia durísimas represalias a aquellas comunidades que habían apoyado a Aníbal. Así, por ejemplo, los brutios fueron desprovistos de todo tipo de instituciones urbanas y sólo se les permitió participar en los ejércitos romanos como criados. Por el contrario, otras comunidades fueron castigadas a proporcionar tropas en cantidades enormes. Todas ellas perdieron además territorios que fueron a engrosar el ager publicus, tierras del Estado romano. Respecto a los galos, los boyos dejaron sencillamente de existir, como antes había sucedido con los senones. Los cenomanos e ínsubros perdieron la libertad. En la práctica, gran parte de la Italia del siglo II a.C. quedó sometida al gobierno directo de Roma; muchas comunidades perdieron cualquier tipo de autonomía o independencia. La zona del Po fue sembrada de colonias militares romanas desde Aquileya a Plasencia y definitivamente sometida. Y como consecuencia del éxito militar romano, gran parte de la Peninsula Ibérica -la franja costera mediterránea y el Sur- quedaron bajo el dominio romano.