Comentario
El ideal político islámico materializado en el control del poder desde una estructura gubernamental única se había extinguido en al-Andalus, de hecho, desde la caída del califato omeya y la aparición de las primeras taifas en pleno siglo XI. El territorio se fragmentó a partir de una serie de poderes locales sin vínculos gubernamentales ni ideales de acción común. Un hecho importante los aglutinaba, sin embargo: la amenaza de los cristianos del Norte. Tras ser convocados en 1086 por ciertos reyes taifas, los almorávides, procedentes del Norte de África, se establecieron en al-Andalus a partir de 1091. A esta dinastía la impulsaba un estricto espíritu religioso y un impetuoso programa político de unificación y de enfrentamiento a las fuerzas enemigas del Norte. Pero la realidad histórica demostró que la población, descontenta, desunida y desesperada, no estaba dispuesta a soportar los imperativos de unos gobernantes a los que pronto consideró inadecuados. De ahí que surgieran de manera paulatina las que se han venido llamando segundas taifas, ya que el territorio andalusí volvió a fragmentarse en diferentes poderes locales que desde distintos enclaves de la Península hicieron frente a los almorávides al tiempo que procuraron su expulsión definitiva.Mientras tanto, al otro lado del Estrecho adquirían protagonismo los almohades, quienes en defensa del unitarismo divino consiguieron extender su poder desde Marrakech hasta al-Andalus, donde sustituyeron a la dinastía almorávide en 1145-1146. La tarea de instalación en la Península no fue tan fácil como hubieran esperado, ya que a pesar de ofrecer, en principio, un nuevo soplo de esperanza a la población musulmana, los hechos demostraron que la presión castellana era superior a las fuerzas de contrarresto de la nueva dinastía y que persistía la desunión entre los andalusíes. Los almohades, en efecto, no pudieron hacer frente a las fuerzas cristianas respaldadas por un ideal común de cruzada y una estructura militar superior. La historia se repitió y ciertos gobernantes locales, desde diversos puntos de la Península, prefirieron independizarse y sobrevivir a su suerte antes que continuar dependiendo de un falso poder central que se desvanecía sin remedio. Así aparecieron las terceras taifas, las que protagonizaron la agonía política, intensa y obcecada, de lo que fue al-Andalus. Estas taifas estuvieron regidas por gobernantes musulmanes que defendían un espacio propio, el de sus antepasados establecidos en la Península, en muchos casos desde hacía siglos; éstos hicieron frente a los proyectos expansionistas de los cristianos y, por tanto, a un orden político más potente y organizado, y se mantuvieron, ya fuera mediante las armas ya mediante el vasallaje, antes que sufrir el desarraigo de la expulsión, el abandono de sus tierras o el sometimiento absoluto. Estas taifas marcaron el final de la presencia musulmana en la Península, sólo dilatada con los mudéjares y después moriscos, persistiendo los rasgos culturales de los últimos andalusíes, como es sabido, a través de varios siglos.Cuatro fueron los gobernantes en torno a los cuales se estableció el orden político y territorial de estas terceras taifas: Muhammad ibn Yusuf al-Ydami Ibn Hud, de 1228 a 1238 en Murcia; Zayyan ibn Mardanis en Onda, desde 1228, y Valencia, desde 1229 a 1238; Muhammad ibn al-Ahmar, desde 1232 en Arjona, fundador del reino nazarí de Granada y Suayb ibn Muhammad ibn Mahfuz, desde 1234 a 1262 en un reino que se extendía de Niebla al Algarve.Según indica alguna crónica árabe, Ibn Hud protagonizó en la primera veintena del siglo XIII algunas hazañas militares que le hicieron ganar adeptos. Estos apoyaron su levantamiento en Ricote en 1228; poco después se le reconocía como emir de los musulmanes en Murcia, al tiempo que proclamaba su dependencia del califa bagdadí. Sin duda, contó con el apoyo de determinadas capas de la población que decididamente deseaban enfrentarse a los almohades. Estos, por su parte, en proceso de inflexión política, tuvieron que atender problemas de gran envergadura en el Magreb, por lo cual sus fuerzas de contraataque en al-Andalus se vieron seriamente mermadas. Hay que tener en cuenta que Ibn Hud llevó a cabo el último intento de unificación político-territorial andalusí, ya que lo reconocieron de manera paulatina, en 1229, el gobernador de Córdoba y los de Málaga, Granada, Almería y Sevilla. Tomada por la fuerza de las armas añadió Algeciras, probablemente en 1231, así como Gibraltar y Ceuta, a su dominio, controlando así, aunque temporalmente, el Estrecho. Se trató de una efímera situación de privilegio, ya que en 1232 se declaraba autónoma Ceuta con gobernante independiente. Sevilla y Granada le volvieron la espalda igualmente. Valencia se le había resistido desde el primer momento, así como la zona más occidental de la Península, lugares, ambos, en los que se establecieron, como veremos, otros gobernantes con plena autonomía. Mientras tanto en Arjona, en 1232 se proclamó nuevo líder Ibn al-Ahmar. Al mismo tiempo, las incursiones de los cristianos no cesaban: los leoneses tomaron en 1230 Badajoz, Mérida y, poco después, Trujillo; Fernando III asedió Ubeda en 1233. Ibn Hud no tuvo otra salida que pagar tributo comprando una paz artificial que se mantuvo hasta 1238, fecha de su muerte y año en el que entró el rey castellano definitivamente en Córdoba. La infiltración castellana en el territorio andalusí no se había detenido durante estos años de supuesta paz; sutilmente se iba reduciendo el poder efectivo de los musulmanes. Jaime asediaba por Levante, actuación de suma trascendencia como se verá a continuación. Ibn Hud marchó a Almería en 1236, donde se mantuvo hasta su muerte, habiendo sido testigo previamente del triunfo de uno de sus rivales, el mencionado Ibn al-Ahmar, que entró en Granada en 1237 y que con Almería y Málaga constituyó el reino nazarí del que se hablará más adelante.Tras la muerte de Ibn Hud ocupó su lugar Abu Bakr ibn Hud, su hijo, el cual se mantuvo por un período escaso en el poder. Un destacado personaje de la corte murciana lo suplantó: Aziz ibn Jattab, cuyo gobierno tampoco alcanzó el año de duración. Decepción, inseguridad, agotamiento..., el hecho fue que los murcianos lo destituyeron para aclamar al que había sido gobernador del territorio vecino, Zayyan ibn Mardanis, quien había perdido Valencia y, desde Alcira y Denia, mantenía relaciones de estrategia política con Túnez, al tiempo que se respaldaba en unas treguas concedidas por Jaime I. Entró en Murcia en 1239. El territorio murciano continuó, no obstante, desintegrándose: Cartagena, Lorca, Mula y Orihuela se independizaron. Su poder duró apenas un par de años, tras los cuales fue destituido por otro Hudi. Este, enfrentado a una realidad que se desmoronaba sin solución posible, se entregó como vasallo a Castilla en 1243. Lorca, Cartagena y Mula fueron conquistadas en 1244-1245. Las condiciones establecidas habitualmente en un pacto de vasallaje dejaron de estar en vigor para el caso de Murcia tras la revuelta mudéjar que, iniciada en Andalucía en 1262, llegó a la zona hacia 1264. A partir de esta fecha el territorio pasó al control directo de Castilla.También en el sector levantino, en 1229, se alzó en Onda y después en Valencia Zayyan ibn Mardanis, descendiente del famoso Muhammad ibn Mardanis, el rey Lobo de las fuentes castellanas que tanto esfuerzo había dedicado tiempo atrás a la resistencia contra los almohades. El territorio valenciano se vio asediado desde el principio por su rival más cercano, Ibn Hud, quien no logró acceder a la ciudad por imperativos militares más acuciantes que lo alejaron de dicha empresa. No volvió a intentarlo.Las incursiones cristianas afectaron de manera directa a Zayyan, quien quiso alardear de fortaleza militar, quizá por inconsciencia ante la realidad, como afirmó P. Guichard y sobre lo que hace hincapié María J. Viguera en su estudio Los reinos de taifas y las invasiones magrebies. Jaime I tomó Mallorca en 1229 y Valencia, por capitulación, en 1238 tras asediarla.Zayyan salió de esta última ciudad y un año más tarde, como hemos visto, fue proclamado en Murcia. Aunque insistía en su adhesión al califa de Túnez, mantuvo relaciones diplomáticas constantes con el rey de Castilla; con ambos intercambiaba correspondencia continuamente. E. Molina, basándose en dichos documentos epistolares, demostró la puesta en práctica de una gestión política no exenta de complicados entramados estratégicos en pro de una supervivencia que se veía constantemente amenazada. Estas cartas afirmaban que bajo su dominio, además de Murcia, permanecían los castillos de Chinchilla, Elche, Alicante, Cartagena, Lorca, Játiva y Alcira. No obstante, y de manera paulatina, algunos de ellos lo fueron abandonando; así ocurrió con Orihuela, Cartagena y Lorca; finalmente, los murcianos lo depusieron al cabo de dos años. La suerte que a partir de ahora tocó protagonizar a Murcia ya fue descrita anteriormente. Sólo queda recordar que Zayyan se exilió a Túnez tras haberse refugiado en Denia durante algún tiempo. Allí murió en 1269-1270.En el sector occidental de la Península, en el año 1234, se proclamó como gobernante independiente Suayb ibn Muhammad ibn Mahfuz, quien mantuvo como último reducto de poder musulmán un amplio ámbito territorial que se extendía en su primera etapa desde Niebla hasta el Algarve y desde Sierra Morena hasta el mar, participando, además, en una compleja trama político-militar y diplomática que mantenían los reyes de Castilla y la monarquía portuguesa.En el proceso de deterioro del gobierno almohade en la Península y los levantamientos locales subsiguientes vimos la gestión llevada a cabo por Ibn Hud, el cual llegó a controlar un amplio dominio geográfico que lo llevó hasta Mérida y Niebla, a la que asedió sin conseguirla. No se sabe con seguridad si fueron los acontecimientos de la zona levantina los que le hicieron retroceder o si fue una probable avanzada de protección por parte del entonces infante Alfonso. No se tiene constancia documental de vasallaje alguno de Ibn Mahfuz con respecto a Fernando III, pero sí parece que al menos mantuvieron cordiales relaciones que favorecían a ambos.Por su parte, los portugueses se introdujeron en el territorio del musulmán. Sancho II con ayuda de las órdenes militares del Hospital y de Santiago, respectivamente, tomó Serpa, Moura, Aracena y Aroche, así como Mértola, Alfayat de la Peña, Ayamonte y Tavira. Estas incursiones redujeron el territorio del rey musulmán al comprendido entre el río Odiel y El Aljarafe además de determinadas zonas algarveñas más occidentales no conquistadas por los portugueses. Dada la doble amenaza que sufría, Ibn Mahfuz prefirió mirar hacia Castilla, a la cual beneficiaba con dicho gesto frente al reino vecino, tanto desde el plano geográfico como jurídico.Las dificultades políticas de los portugueses, que sustituyeron a Sancho II por Alfonso III en 1245, permitieron intercambios y pactos territoriales a cambio de apoyo político y estratégico. Recuperó Castilla, de esta manera, parte de los enclaves perdidos por el rey de Niebla. Vueltos a conquistar por Portugal, no obstante, se concretó una tregua de cuarenta años entre ambos contendientes a partir de 1251. Fueron numerosas y complejas las intervenciones a que dieron lugar estos acontecimientos que se solucionaron, en parte, con el trazado de una frontera natural marcada por el Guadiana.Téngase en cuenta que en 1248 había sido tomada Sevilla por Fernando III. Rodeado de tal forma, la supervivencia del reino de Ibn Mahfuz se complicaba. Decidió convertirse entonces en vasallo de Alfonso X a finales de 1253; es a partir de ahora cuando aparece como confirmante de privilegios rodados. Desde entonces, la existencia de Niebla como célula política independiente fue ficticia, y se convirtió definitivamente en objetivo de conquista. Castilla ya poseía Tejada, Morón, Lebrija, Arcos y Medina Sidonia y quedaban por conquistar Niebla y Cádiz. Las revueltas de mudéjares que ya se gestaban podían generar un nuevo conflicto, de convertirse Niebla en refugio de muchos de aquéllos. Mantener el vasallaje, pues, carecía a estas alturas de interés y, por tanto, se decidió su disolución. Es muy probable, tal como sugirió M. González, que el asedio fuera concebido fríamente tras las Cortes celebradas en Sevilla en la primavera de 1261. Tras varios meses, según algunas fuentes de información, Ibn Mahfuz cedió y aceptó capitular en 1262. El trato ofrecido por Alfonso X a él y a sus súbditos corresponde al otorgado al dirigente de una ciudad tomada por este medio. Le fue concedido el derecho al cobro del diezmo del aceite aljarafeño, la Buhayra de Sevilla y el cobro de ciertos impuestos de la judería sevillana, según se lee en la Crónica del rey Alfonso X. El historiador Ibn Idari afirma, en cambio, que el rey de Niebla marchó a Marrakech, donde transcurrieron sus últimos días.La última de las cuatro taifas mencionadas más arriba, la que gozó con diferencia de mayor duración en el tiempo, corresponde a la inaugurada en Arjona, cerca de Jaén, por Muhammad ibn Yusuf ibn Nasr. Fueron sus acciones militares las que le procuraron el apoyo de su familia, los Banu Nasr o Banu l-Ahmar y de sus parientes, los Banu Asqilula; con su ayuda extendió su autoridad por Jaén, Porcuna, Guadix y Baza. Aunque se declaró vasallo de Ibn Hud en 1234, años después, el descontento de la población con respecto al murciano le sirvió de acicate para entrar en Granada en 1237, ciudad que convirtió en capital del futuro reino nazarí. Tras la muerte de Ibn Hud, en 1238, tomó Almería y al poco tiempo se sometió Málaga. El marco territorial de su reino ya estaba trazado. Paralelamente avanzaba la reconquista aragonesa por Levante, las circunstancias acontecidas en este ámbito territorial, así como en la zona occidental de la Península, han sido descritas anteriormente. Ahora cabe centrarse en los particulares avatares que afectaron a esta taifa. Dentro de su ámbito de poder, Jaén era lugar codiciado por los castellanos no sólo por su fertilidad, sino por tratarse de un lugar estratégico. Jaén capituló en 1246 tras ser asediado, mientras Muhammad I b. al-Ahmar se convertía en vasallo de los cristianos; sólo de esta manera pudo mantenerse vivo el reino de Granada. Téngase en cuenta la trascendencia de este hecho; Jaén proporcionaba a los cristianos vía libre para internarse en el territorio sin dificultad. Así, en 1248 fue tomada Sevilla, para lo que contaron, además, con ayuda de los granadinos. Ello les abría, por otra parte, el camino hacia el valle del Guadalquivir. Asimismo, parece ser que los nazaríes colaboraron en el asedio a Niebla, ejerciendo un poder sin escrúpulos que les permitió sobrevivir aún dos siglos.El reino de Granada se extendía ahora desde la serranía de Ronda hasta Almería. La capital granadina se convirtió en refugio de los musulmanes huidos de otros reinos; buscaban la paz que proporcionó la tregua firmada por Muhammad I con Fernando III. Granada crecía en población y, por tanto, en infraestructura urbanística, mientras Ibn al-Ahmar mantenía relaciones diplomáticas con Castilla y con las dinastías establecidas al otro lado del Estrecho. Esta fue a partir de ahora la pauta política mantenida mediante un equilibrio inestable por los nazaríes.