Comentario
Mientras Filipo vivía su aventura con Roma, Antíoco había comenzado a cumplir su parte del acuerdo con Filipo y se había pertrechado para la ofensiva contra Egipto. En poco tiempo había conseguido conquistar la Celesiria. En su objetivo -restaurar el imperio de su antepasado, Seleuco, desde la Tracia hasta el Indo- había avanzado bastante. Obviamente, uno de los estados que tendría que dominar para lograr tal propósito era Pérgamo, separado del imperio seléucida hacía un siglo por un rebelde. Pero la alianza de Atalo y los romanos decidió a Antíoco a aplazar esa guerra. No obstante, esta reconquista exigía también que Antíoco sometiera a las antiguas ciudades seléucidas que posteriormente habían pasado al control de Macedonia y Egipto. Así, Efeso, Esmirna y Lámpsaco, entre otras. Roma, en realidad Flaminio, que actuaba como defensor, casi rey, de las ciudades griegas le prohibió que pasara a Europa, prohibición que no fue considerada en absoluto por Antíoco. En el 196 a.C. se adueñó de Sesto y decidió reconstruir Lisimaquia, desierta y medio destruida. De nuevo, una delegación de Roma le comunicó la voluntad del Senado de verlo partir hacia Asia, lo que no entraba en los planes de Antíoco, que en ese momento era el monarca más importante de Oriente. Su dominio directo y sus alianzas -selladas muchas veces a través de matrimonios, como el de su hija Cleopatra con Ptolomeo V- se extendían a toda Asia y a Egipto.
Cuando en el 194-193 los romanos le propusieron dejarle que actuase libremente en Asia, con tal que abandonara Tracia, se aceptaba una verdadera división de los dos mayores imperios de la época. No obstante, existía el peligro de que Antíoco se convirtiera en el catalizador de todos aquellos que abrigaban sentimientos antirromanos. Aníbal se había refugiado junto a él en el 195 y los etolios que, decepcionados por la ingratitud romana, se habían convertido en irreductibles enemigos de Roma, también habían decidido aproximarse a Antíoco. Estos últimos, aliados con Nabis, habían comenzado a atacar a las ciudades de la Liga Aquea, al poco de partir las legiones romanas de Grecia. Los etolios se adueñaron, además, de la ciudad de Demetrias. Flaminio, que veía toda su obra en peligro, decidió actuar contra los etolios, pero éstos pidieron ayuda a Antíoco, solicitándole como estratega y, sorprendentemente, éste aceptó.
Los historiadores antiguos acusan a Aníbal de haber convertido a Antíoco en un adversario de Roma, pero esta razón parece muy simple. Tal vez él esperaba que las ciudades griegas se vincularan más fácilmente a él que a una potencia occidental como Roma. Sea como fuere, a lo largo de todo un invierno no consiguió someter a Tesalia y mientras se dirigía a Acarnania, el ejército romano, a cuyo frente iba el cónsul Acilio Glabrión, desembarcaba en Apolonia. Reforzado su ejército con tropas macedónicas, se dirigió hacia las Termópilas. M. Porcio Catón, que servia como legado en el ejército de Acilio Glabrión, se inspiró en la estrategia de la histórica batalla contra los persas. Antioco fue derrotado y se refugió en Efeso a fin de preparar la resistencia.
En Roma se planteaba con suma viveza el debate sobre si continuar la campaña en Oriente o no. Muchos senadores se manifestaban contrarios a una aventura oriental que superaba con mucho sus ambiciones de controlar el Mediterráneo occidental. Pero el grupo de los Escipiones logró convencer a la mayoría de los senadores de que la paz exigía doblegar al seléucida y llevar a Aníbal a Roma. Poco a poco se fue abriendo paso la idea de una guerra más amplia, de una mentalidad claramente imperialista, cuyo fin, como señala Polibio, sería la conquista del mundo. Este cambio de objetivos explica que el Senado diera el mando del ejército a L. Cornelio Escipión, actuando como legatus su hermano Escipión el Africano. Ambos, claros representantes de esta voluntad imperialista de Roma.
En el 190 a.C. comenzaron las operaciones, contando con la alianza de Pérgamo- ahora bajo la autoridad de Eumenes, hijo de Atalo- Rodas y Macedonia. La batalla definitiva tuvo lugar en Magnesia del Sípilo y Antíoco hubo de aceptar las condiciones de paz impuestas por Roma: el rey sirio abandonaría todas las posesiones en Asia Menor hasta el Tauro, entregaba la mayoría de su flota y sus elefantes y se le imponía una elevada indemnización de guerra. Aníbal logró huir y encontró refugio en Bitinia. El tratado fue firmado en Apamea, en el 188 a.C. Las ciudades minorasiáticas que habían estado sometidas a los seléucidas pasaron a ser tributarias de Eumenes de Pérgamo, pagándole así Roma su lealtad. El sistema moral romano implicaba que cada beneficium había de ser contrarrestado por un officium, o sentido del deber. Ciertamente se esperaba que estos estados libres actuaran conforme a los deseos romanos. Este era el tipo de alianzas que Roma mantenía.
Los etolios, por el contrario, considerados por el Senado aliados poco seguros, engañosos y principales responsables de la falta de paz entre las ciudades griegas, fueron obligados al pago de una indemnización de 500 talentos y aúnque la Liga Etolia no fue disuelta, se les obligó -mediante un foedus- a no tener más enemigos ni amigos que los de Roma. Esto suponía, en esencia, la privación de libertad política.
Las relaciones de Roma con las diversas ciudades griegas, litigantes entre sí, comenzaron a agitarse en la primera mitad del siglo II. A partir de entonces la política romana cambia sustancialmente respecto a Grecia, pero ya en esta época- antes de la guerra contra Perseo- se fue debilitando en Roma el sentimiento filohelénico.