Época: Castilla Baja Edad Media
Inicio: Año 1406
Fin: Año 1454

Antecedente:
Inestabilidad política y fortaleza económica
Siguientes:
Recuperación demográfica y agraria
El fin del cisma. Los herejes de Durango

(C) Julio Valdeón Baruque



Comentario

El rey Juan II, en el momento de acceder al gobierno efectivo de Castilla, parecía hallarse prisionero de los infantes de Aragón, cuya cabeza visible era el duque de Peñafiel, Juan, que en 1425, por su parte, pudo coronarse rey de Navarra. Pero la causa monárquica encontró un firme defensor en la persona de Alvaro de Luna, un personaje originario de Aragón que escaló de tal manera puestos en la corte regia que llegó a convertirse en una especie de valido del nuevo rey. Es posible que estuviera movido por la ambición, pero Alvaro de Luna, a quien el cronista Gonzalo Chacón presenta como un gobernante celoso del bien público y de la gloria de su soberano era, sin la menor duda, un decidido partidario del fortalecimiento de la autoridad monárquica.
En una primera etapa (1419-1431) Alvaro de Luna tuvo la habilidad de presentar el combate contra los infantes de Aragón como una pugna entre reinos. Las treguas de Majano, del año 1430, suscritas por el propio rey de Aragón, Alfonso V el Magnánimo, significaban la desaparición de los infantes de la escena castellana y la consolidación del triunfo de Alvaro de Luna, que había sido nombrado en 1422 condestable. Unos años más tarde el privado de Juan II reanudó la guerra contra los nazaríes, obteniendo, en el año 1431, un importante éxito en La Higueruela, localidad cercana a Granada.

La prepotencia de Alvaro de Luna era indiscutible. Mientras su hermano Juan de Cerezuela accedía al arzobispado de Toledo, él recibió de Juan II, en 1437, la villa y el castillo de Montalbán. Pero buena parte de la alta nobleza castellana se mostraba sumamente reticente ante él, al que acusaban nada más y nada menos que de tiranía. La ocasión fue aprovechada por el infante Juan, rey de Navarra, que buscó nuevamente una aproximación a la aristocracia de Castilla. Su objetivo era acabar con la dictadura impuesta por el privado.

El destierro de Alvaro de Luna a la villa de Escalona, que tuvo lugar en el año 1439, parecía dar el triunfo a sus rivales. Pero aquello fue sólo una cuestión táctica. El condestable regresó prontamente a la corte con vistas a preparar el desquite. Al lado de Juan II y de su privado estaban algunos linajes nobiliarios, fieles en todo momento a la causa monárquica, como los Mendoza, pero también se encontraba el tercer estado, que fue llamado a una reunión de Cortes, celebrada en la primavera de 1445 en las afueras de la villa de Olmedo. Allí se mostró, por parte de los procuradores de las ciudades y villas, un inequívoco apoyo al poder real, del que se dijo que era la expresión de la común unidad del reino. Poco después tuvo lugar la batalla de Olmedo, entre el bando realista, por una parte, y el que formaban la nobleza rebelde de Castilla y los infantes de Aragón. Sorprendentemente, la caballería de la aristocracia castellana y del rey de Navarra fue diezmada por los peones de las milicias reales.

Los éxitos del año 1445 fortalecían el poder regio, pero también la imagen de Alvaro de Luna. A los ricoshombres que habían peleado contra Juan II les fueron confiscados sus bienes, en tanto que los infantes Enrique y Juan abandonaban una vez más Castilla. Sin embargo, en Olmedo comenzó también, por paradójico que pueda parecer, el declive del condestable. La nobleza castellana desconfiaba del privado de Juan II, pero también se pusieron en su contra el príncipe heredero, Enrique, el favorito de éste, Juan Pacheco, y la segunda esposa del monarca castellano, Isabel de Portugal. A raíz de un oscuro suceso, el asesinato de Alonso Pérez de Vivero, Alvaro de Luna fue hecho prisionero. Juan II, presionado por unos y por otros, aceptó firmar su sentencia de muerte. Alvaro de Luna fue degollado públicamente en junio de 1453 en Valladolid. Un año más tarde moría el rey Juan II.