Comentario
El teatro catalán en su vertiente religiosa se distingue por la fidelidad a los textos sagrados en que se sustenta. También por seguir representándose en los templos, a diferencia de lo que sucede en Europa, donde se da una desvinculación progresiva, cosa que puede explicar un cierto talante conservador; por una gran complejidad y variedad escenográficas; por su carácter tradicional, lo que explica su larga pervivencia, que en algunos casos llega hasta hoy. Así sucede con el Cant de la Sibil-la -en catalán desde el siglo XII- cuyos impresionantes versos resuenan en Santa María del Mar o en la catedral de Mallorca.
Hay que relacionar con la liturgia textos como el Sermó del bisbetó, que se representaba por san Nicolás de Bari, patrón de los monaguillos, o como les Epístoles farcides. La práctica teatral religiosa se puede ordenar temáticamente en seis grandes ciclos: Pascual, un ciclo que pervive en las actuales "pasiones" o en espectáculos como la Dansa de la Mort de Verges. Navideño, que da origen a los actuales pastorets. Veterotestamentario, en vigor hasta el siglo XIX. Mariano, que acoge obras que destacan el momento de la muerte y asunción de la Virgen, como la Representació de l'Assumpció de Tarragona de 1388, y como el que es sin duda el máximo ejemplo de pervivencia del espectáculo medieval en Europa, el Misteri d'Elx, cuyos orígenes se remontan a finales del siglo XV. Hagiográfico, consagrado a la vida de santos y mártires y Ciclo de Corpus, en el que destaca, como parte integrante de la procesión de Valencia, el Misteri d'Adam, ya representado en el XV, o espectáculos en la actualidad tan vivos como las danzas mallorquinas de "cossiers" y caballeros y la famosa Patum de Berga.
El teatro profano, en cambio, apenas si ha dejado rastro. Unos diálogos copiados en el Cancionero de Híjar son del siglo XVI, y de la misma época es una entretenida Farsa d'En Cornei. Por lo que respecta al llamado teatro culto, recordemos, aunque sea muy tardía -se representó en Valencia en 1574-, la Fabella Aenaria de Lorenzo Palmireno, en la que el latín comparte la escena con el catalán y el castellano.