Comentario
La época de los flavios y el comienzo del período de los emperadores de la dinastía hispana supone para toda la Península un momento de esplendor, una incostestable proyección dentro del mundo romano. Es la hora, pues, de Hispania y Emerita no va a quedar descolgada de ese ambicioso plan de rehabilitación. Es entonces cuando se acometen considerables proyectos de reforma de sus más señalados monumentos: el Teatro y algunos edificios del foro municipal.Esta reactivación monumental, impulsada por los flavios, Trajano y Adriano, tuvo un paralelo claro en la iniciativa particular que, al amparo del desarrollo económico, construyó sus moradas con un lujo y magnificencia que en nada tenían que envidiar a sus congéneres de las zonas más privilegiadas del Imperio. Así lo testimonian las casas de la Torre del Agua y del Mitreo, sobre todo.
Este esplendor continuó sin menoscabo durante el período antoniniano, durante el que se conocen casos de evergetismo. Así, se emprendió la ejecución de diversos complejos de tipo religioso, como el templo de Marte, merced a la iniciativa de la piadosa Vetilla, mujer de Páculo, prócer emeritense de raigambre itálica, y el santuario consagrado a las divinidades orientales que se emplazó en el cerro de San Albín y cuyo esplendor procuró el gran sacerdote Gaius Accius Hedychrus.
Que la vida en Emerita era floreciente y que se había formado una clase social pudiente e imbuida de cultura, lo pone de manifiesto el hecho de que los talleres de escultura no dieran abasto a las continuas demandas de los emeritenses a lo largo del siglo I d. C., como en toda la segunda centuria. Fue la escuela emeritense de escultura una palmaria manifestación del genio popular hispanorromano, bien equipada en cuanto a técnica y en cuya formación no es difícil atisbar la presencia de buenos artistas griegos. Igualmente podríamos afirmar, aunque ya en un tono algo menor, de la producción pictórica y musivaria, que vive un momento de auge entre el comienzo del siglo II d. C. y el primer cuarto del siglo III. Gracias a la preparación de estos artistas y artesanos, y a la presencia en la ciudad de otros llegados de diversos puntos, se pudieron afrontar con solvencia tanto proyectos oficiales, como una serie innumerable de encargos de particulares deseosos de contar en sus casas con ricas decoraciones que elevaran su prestigio social.
Son pocas las noticias que tenemos a nuestra disposición para historiar la Mérida del siglo III. No parece que la colonia sufriera, dentro de la atonía generalizada en la que se vio inmersa la parte occidental del Imperio, problemas de consideración, al menos hasta los comedios de la centuria, ya que los talleres de escultura siguieron produciendo sus obras a satisfacción de todos. La crisis, al parecer, hizo acto de presencia a raíz de ese período y hasta el advenimiento de Diocleciano no hubo de concluir. Con este emperador es cuando se inicia la ascensión irresistible de la ciudad, que será citada entre las urbes más preclaras de su tiempo. No hay duda, como han demostrado con autoridad Robert Etienne y Javier Arce, que Emerita fue el lugar de residencia de la máxima autoridad política de la Península, el vicarius de la diócesis de las Hispanias, afecto al prefecto de las Galias. La antigua colonia se convierte así, de hecho y de derecho, en la capital de Hispania y de parte del Norte de África, y en sede de un centro administrativo y jurídico de primer orden.
Este hecho, bien atestiguado por las fuentes, se confirma claramente con los resultados más recientes de la investigación arqueológica llevada a cabo en la ciudad. Se observa, efectivamente, una auténtica eclosión urbana. Emerita, lejos de ver constreñido su espacio urbano, como sucedió en otras ciudades de Hispania, se extendió con la creación de nuevas zonas urbanas, ubicadas por lo general a lo largo de las calzadas que salían de la ciudad, y que ocuparon antiguas áreas de necrópolis. Es lo que se ha podido comprobar en la zona de Los Columbarios, estación del ferrocarril, área del Anfiteatro, etcétera.
Ese buen momento vivido por la colonia se constata con noticias que refieren la reconstrucción de diversos edificios públicos como el Teatro y el Circo, y con la edificación de numerosas mansiones: Casa del Anfiteatro, Huerta de Otero, Alcazaba, Suárez Somonte, que con sus magníficas decoraciones muestran en todo su esplendor la bondad de los tiempos, que propició, además, un importante florecimiento cultural, motivado por la presencia de un buen número de intelectuales.