Época:
Inicio: Año 64 A. C.
Fin: Año 1

Antecedente:
Intervención de Pompeyo



Comentario

La tradición antigua, especialmente Tito Livio y Apiano, ligan estrechamente el retorno de Pompeyo de Asia y la conjuración de Catilina. Este, perteneciente a la familia de los Sergios (nobles, pero empobrecidos), había sido partidario de Sila e inició su carrera siendo cuestor en el 78, edil en el 71, pretor y propretor en África (68 y 67-66). En el 65 a.C. presentó su candidatura al consulado pero, ya fuese por vicio de procedimiento o por la acusación de Clodio de malversación de fondos en la provincia de África, Catilina y el otro aspirante al consulado fueron sustituidos por dos cónsules optimates. Esta acusación le impidió presentarse a las elecciones del 64 a.C. y del 63 a.C., año en el que accedió al consulado Cicerón. La conjuración de Catilina -si bien no se conocen los términos exactos de la misma puesto que los testimonios de la acusación son, por una parte, muy exagerados y, por otra, omiten algunos datos- evidencia la falsa dicotomía entre optimates y populares y la amplitud y relajación de los modos en que se luchaba por el poder. El propio Catilina, antes silano, decidió incluir en su programa al consulado leyes agrarias en favor de los desheredados, condonación de las deudas... Pero, al no lograr acceder al cargo, perpetró un complot cuyos objetivos parece que eran asesinar a los dos cónsules en ejercicio y constituirse en dictador. Antes del 64 a.C. había mantenido estrechos vínculos con los optimates y había sido absuelto en el proceso por malversación gracias a César, que presidía el jurado. La mayoría de los implicados en la conjura presentan rasgos de frustración personal o política que, en esencia, parecen constituir el auténtico vínculo, más que la defensa de ningún tipo de programa común. Así, el propio Craso, que sufragó las campañas electorales de Catilina y parece que estuvo implicado a medias en la misma. Su complejo de inferioridad por el poder de Pompeyo y su falta de éxito en algunas de sus iniciativas políticas, tales como sus proyectos -siendo censor en el 66- para dar la ciudadanía a las comunidades de la Galia Cisalpina o para explotar el testamento del rey de Egipto que dejó su país a Roma, fueron frustrados por su colega Q. Catulo. Sin duda su resentimiento pudo decidir, en un primer momento, su apoyo a Catilina. También estuvo implicado en la conjura C. Antonio Hybrida, de familia ilustre, antiguo silano y, al igual que Catilina, con dificultades económicas, aun cuando fuera colega de Cicerón en el consulado en el 63.Endeudados y ambiciosos eran también los nobles que le rodeaban: M. Calpurnio Bestia, tribuno al que se había encargado iniciar los disturbios en Roma, incendiando la ciudad e invadiendo el Senado. Léntulo, que había intentado concluir un trato con los alóbroges a fin de poder invadir la ciudad, si bien éstos descubrieron los planes a su patrono romano, Q. Fabio Santa. César mantuvo una posición más independiente. En el 63 a.C. la acción de los populares le había hecho alcanzar el pontificado máximo y, si bien parece que inicialmente apoyó a Catilina, nada pudo probarse al respecto. Por último, el ejército reclutado por Catilina se componía tanto de campesinos arruinados por las expropiaciones de Sila, como de los propios colonos silanos oprimidos por las deudas y bajo amenaza de verse reducidos a la esclavitud.Catón el Joven, líder de la nobilitas senatorial, y Cicerón fueron quienes dirigieron la acción contra Catilina. Desvelados sus planes por Cicerón ante el Senado, Catilina huyó. Sus partidarios en Roma fueron descubiertos y encarcelados y, poco después, en Pistoia, Catilina se suicidó tras la derrota de su ejército. Había sido su antiguo alumno, Antonio, el encargado de dirigir el ejército contra él. Sus inmediatos seguidores fueron condenados a muerte y sólo César pronunció un discurso instando a que los conspiradores fuesen juzgados. Si bien inútilmente, puesto que fueron ejecutados sin juicio. El fin de la conspiración de Catilina llevó a Cicerón a la cúspide de su carrera política. Durante este breve tiempo fue aclamado como el salvador de Roma y, probablemente, llegó a creer que había conseguido la anhelada concordia ordinum. Ciertamente, el Senado había salido fortalecido de todo este proceso y habían emergido nuevas figuras políticas como Catón el Joven, que había logrado convencer al Senado de que encarnaba la vieja moralidad republicana. César, por su parte, se iba convirtiendo en inspirador de los populares, aunque como señala Syme, era consciente de que manteniendo su independencia aumentaba su precio. Cicerón, durante su consulado, había adoptado diversas disposiciones importantes que reforzaban la autoridad del Senado. Una de ellas era que los decretos del Senado tuvieran fuerza de ley, sin intervención de los comicios y que si un poder igual o superior se impusiera, los senado-consultos quedaban registrados.