Comentario
La sociedad indiana produjo su propia literatura, que Lafaye propone considerar en varias etapas. La primera, correspondiente a la fundación de la sociedad colonial, se caracteriza por las crónicas y epopeyas, inventarios sobre naturaleza y libros sobre el mundo prehispánico. En la primera mitad del siglo XVII aparecen libros que exaltan las nuevas realidades indianas (por ejemplo, Grandeza mexicana, del padre Bernardo Balbuena), para enseguida dar paso a la era del barroco, desde mediados del XVII, con figuras como Carlos Sigüenza y Góngora (que en 1693 publicó el primer periódico americano, el Mercurio Volante), Sor Juana Inés de la Cruz o Pedro de Peralta y Barnuevo.
El siglo XVIII se caracteriza por la exaltación de lo americano y la contribución de la cultura criolla a la de España y del resto del mundo, produciéndose en las últimas décadas de esa centuria un espléndido florecimiento de las artes y las ciencias. Se fundan academias de Bellas Artes, escuelas de minería, bibliotecas públicas, sociedades de amigos del país, observatorios astronómicos, jardines botánicos, teatros, coliseos, etcétera.
La Corona fomenta el desarrollo científico financiando expediciones de botánicos y naturalistas que recorren gran parte de América: José Celestino Mutis en Nueva Granada, Hipólito Ruiz y José Antonio Pavón en Perú y Chile, Martín de Sessé en Nueva España, Guatemala y Cuba, o Alejandro Malaspina por el Pacífico, o la campaña de inoculación de la vacuna dirigida por Francisco Javier de Balmis e iniciada en 1803. En todas las ciudades importantes se publican periódicos (como el Mercurio Peruano y muchos más, hasta 25 a fines del siglo), aparecen importantes obras de historia (como la de Francisco Javier Clavijero, Historia antigua de México, 1780, o el Diccionario histórico geográfico de las Indias, de Antonio de Alcedo, 1786-89), circulan las obras de los enciclopedistas franceses y de los ilustrados españoles.
Así pues, la América española tenía a fines del siglo XVIII un elevado nivel cultural, bastante similar al de España y Europa en esa época, pero que (como en España y en Europa) sólo alcanzaba a una pequeña parte de la población, la minoría urbana y educada, los criollos.
En definitiva, la colonización española significó un transplante cultural de España y Europa a América, dado que la cultura de los pueblos españoles sintetizaba la cultura europea de su tiempo. Pero esa transculturación fue acompañada de un proceso de aculturación, en el cual los criollos buscan diferenciarse de los españoles mediante la exaltación de lo propio, de manera que el primitivo sentimiento de inferioridad colonial frente a los peninsulares se transforma en un sentimiento de superioridad de lo americano, que puede apreciarse en los siguientes versos de un sainete anónimo publicado en el Río de la Plata a fines del XVIII: "Mujer, aquestos de España/son todos medio bellacos;/ más vale un paisano nuestro/aunque tenga cuatro trapos".
Y en el proceso de búsqueda de la propia identidad, los rasgos diferenciadores se habían encontrado en la propia tierra americana y en el pasado prehispánico. Una expresión simbólica de la nueva cultura criolla puede verse en el arco de triunfo erigido en 1680 en la ciudad de México con motivo de la entrada del nuevo virrey, marqués de La Laguna, en el que se representaba a los dioses y emperadores aztecas. De esa manera, los descendientes de los conquistadores estaban asumiendo el pasado prehispánico como medio de autoidentificación frente a la autoridad colonial.