Época: España de los Borbones
Inicio: Año 1700
Fin: Año 1808

Antecedente:
La política exterior

(C) Roberto Fernández



Comentario

La política de pactos familiares no pareció ser muy beneficiosa para España. Algunos políticos eran conscientes de este relativo fracaso y apostaron cada vez más por una política exterior menos agresiva y que permitiese liberar recursos susceptibles de ser invertidos en la recuperación interior de la monarquía. Esta nueva visión iba a tener su oportunidad con la subida al trono de Fernando VI. De la mano de hombres como José de Carvajal, el marqués de la Ensenada y Ricardo Wall, la diplomacia española experimentaría un importante giro al promocionar una política de equidistancias y equilibrios con las diversas potencias europeas. Sin embargo, esta teoría general de relativa neutralidad, que no de aislacionismo, tuvo en ocasiones un evidente matiz anglófilo en el pensamiento y en la acción de José de Carvajal. Para este político, España precisaba la paz para regenerarse y volver a pesar en Europa, cuestión que debía conseguirse ayudando a reequilibrar el mapa europeo a través de un acercamiento a Gran Bretaña y un cierto alejamiento de Francia, máxime cuando los ingleses, según pensaba ingenuamente Carvajal, no parecían practicar una política agresiva y expansionista. Posición que en nada compartía el otro hombre fuerte del reinado, Ensenada, que de clara filiación francófila estaba potenciando notablemente la Armada española y con ello provocando los recelos de los británicos. Estos últimos no dudaron en conspirar contra él hasta conseguir que en 1754 fuera destituido gracias a las gestiones del embajador inglés Keene y la complicidad de Wall, precisamente un año después de la muerte de Carvajal.
Así pues, a lo largo del reinado se consiguieron normalizar las relaciones con Austria, recuperarlas con Portugal gracias al Tratado de Madrid firmado en 1750, al tiempo que la política exterior española se despegaba de Francia para acercarse tímidamente a Inglaterra. Sin embargo, la mejora de las relaciones con los británicos no supuso ningún logro tangible en cualquiera de los asuntos pendientes, que pasarían intocados a las manos del próximo rey. Los asentamientos de Honduras, la falta de respeto al pabellón español en el mar, los diversos asuntos comerciales y los difíciles temas de Gibraltar y Menorca quedaron sin resolver y pesando como una losa en la incipiente opinión pública española. De hecho, los acontecimientos posteriores vendrían a demostrar que la entente con los insulares era una ardua tarea: los ingleses mostraban unos fuertes intereses expansivos provocados por un nacionalismo mercantil muy arraigado en los escaños del parlamento londinense.