Comentario
Las buenas relaciones que Carlos IV había sostenido, siendo Príncipe de Asturias, con Aranda, habían llevado a suponer al conde aragonés y a sus partidarios que Floridablanca sería desplazado de la Secretaría de Estado al acceder al trono el nuevo rey. El 19 de marzo de 1781, el príncipe Carlos había remitido una carta a Aranda, con carácter secreto, solicitándole un plan "de lo que debiera hacer en el caso de que mi padre viniese a faltar, y de los sujetos que te parecen más aptos para Ministros, y algunos otros empleos", dado, en opinión del heredero del trono, lo "desbaratada que está esta máquina de la Monarquía".
Aranda consideró, no sin razón, que el futuro Carlos IV le confiaría la gobernabilidad de España en sustitución de Floridablanca, una vez llegado al trono. La respuesta de Aranda, todavía embajador en París, al Príncipe de Asturias es conocida como el Plan de gobierno para el Príncipe, en el que el político aragonés daba cuenta de su concepción del gobierno de la Monarquía. El largo memorial constaba de dos partes: la primera diagnosticaba los males que afectaban a la administración; y la segunda señalaba los remedios que se debían aplicar. En su opinión, al gobierno de Floridablanca le faltaba la necesaria coordinación, y para lograrla resultaba necesaria la existencia de un ministro confidente del rey y un Consejo de Estado políticamente revalorizado que controlase debidamente las distintas Secretarías, que actuaban a manera de ministerios y cuyos titulares habían adquirido un poder excesivo.
Para sorpresa de Aranda, que había regresado a España desde la embajada de París en 1787 con el objeto de prepararse adecuadamente para el alto destino que creía próximo, la muerte de Carlos III no supuso su nombramiento, sino, por el contrario, la confirmación de José Moñino en su puesto de Secretario de Estado. Carlos III, en el momento mismo de su muerte, había recomendado a su sucesor que mantuviera en el cargo al político murciano, lo que pospuso sine die las "pretensiones arandistas", y creó la sensación en Aranda de que su figura perdía crédito en la Corte.
Los mayores apoyos del conde estaban en el Consejo de Castilla, donde los arandistas estaban dispuestos a colaborar en el desgaste de Floridablanca y favorecer los intereses políticos de Aranda, como se puso de manifiesto en 1790 en el proceso contra el marqués de Manca, un diplomático que no había prosperado en su carrera y que había sido acusado de ser el autor de un libelo que corría anónimo contra el Secretario de Estado, titulado Confesión general del conde de Floridablanca. En el escrito clandestino se hacían graves imputaciones al ministro, como poner en su boca que "siempre he tenido malignidad, y nunca aplicación ni amor al trabajo", por lo que se abrió una investigación que culminó con el convencimiento de que el marqués de Manca, un reputado arandista, era responsable del texto y de su difusión. Detenido, Manca fue juzgado por el Consejo de Castilla, que recibió instrucciones de Floridablanca para que infligiera al acusado un castigo ejemplar. Sin embargo, Floridablanca tuvo ocasión de comprobar, en el momento del veredicto, la fuerza de los arandistas en el Consejo, pues once consejeros votaron en favor de la exculpación de Manca y trece en contra.
La segunda decisión del nuevo rey, tras la confirmación del equipo ministerial heredado de su padre, fue convocar Cortes.