Comentario
La década final del XIX supuso en España, como en el conjunto de Europa, una etapa de crisis económica. En nuestro caso se podría pensar que esta situación estaría agravada por el hecho del desastre del 98 pero, en realidad, éste tuvo unas consecuencias económicas que pueden calificarse de netamente positivas en cuanto que produjo una importante repatriación de capitales. La crisis económica, sin embargo, produjo una inflexión que habría de ser de una enorme repercusión en la historia económica española. Al entrar los productos nacionales en competencia con nuevos productores cuyos precios eran mucho más bajos, se produjo una creciente tendencia hacia el establecimiento de barreras proteccionistas, favorecidas por la organización de cada rama de la producción en organizaciones sectoriales.
Ya en la década de los noventa los aranceles empezaron a subir, pero con la reforma de 1906 se convirtieron en los más altos de toda Europa: la protección era normalmente del 50% y los derechos debían ser pagados en oro. Cuando en 1907 llegó al poder, Maura inició una política de corte muy nacionalista y de estímulo directo a la producción a través de la directa intervención del Estado. Así se configuró toda una tendencia en la política económica española que habría de alcanzar su momento culminante durante la dictadura del general Primo de Rivera.
Señalados estos rasgos generales en la evolución de la política económica, la impresión predominante en un examen general de los distintos sectores productivos es la de que en todos ellos se produjo una modernización que puede parecer modesta, pero que en términos comparativos resulta significativa.
En la agricultura, por ejemplo, el ritmo de crecimiento se duplicó, a pesar de lo cual era de tan sólo un 1,5% anual. El incremento se debió principalmente a la introducción de nuevas técnicas. No sólo se introdujo maquinaria importada sino que, además, la producción de abonos aumentó y en el año del estallido del conflicto mundial era ya superior a la importada. También se produjo una importante difusión del regadío aunque mucho más gracias a la iniciativa privada que a la de carácter público, inducida por uno de los aspectos de la mentalidad regeneracionista. Este fue el caso, a título de ejemplo, de Valencia.
El conjunto de estas innovaciones en la forma de cultivo produjo un cambio en la producción. Desde comienzos de siglo España se autoabasteció de trigo y hasta los años treinta la superficie cultivada creció en aproximadamente un tercio. La vid tardó en recuperarse de la crisis de la filoxera, pero el valor de la producción se incrementó de forma considerable aunque lo hiciera menos la extensión del cultivo. El olivo no llegó a duplicar el número de hectáreas dedicadas al cultivo durante las tres primeras décadas del siglo pero sextuplicó su producción.
Lo más novedoso en lo que respecta a la agricultura española del comienzo de siglo reside en la difusión de cultivos de cara a la exportación. A fines del XIX el incremento de la exportación de la naranja valenciana se llevaba a cabo a un ritmo de incremento del 20% anual. Desde comienzos del XX hasta el final de la segunda década se pasó de 3 a 10 millones de toneladas. En un tono menor la almendra también se convirtió en un cultivo de exportación conectado con la propiedad parcelada. Papel de parecida importancia a la exportación cabe atribuir a la configuración definitiva de un mercado nacional, gracias a lo cual se fue introduciendo una creciente especialización. De estos años data, en efecto, la especialización ganadera de Asturias y de Galicia. En ésta la industria conservera data también de estos momentos.
El comienzo de siglo también resulta esencial para entender la configuración definitiva del sistema bancario español hasta el momento actual. La repatriación de los capitales procedentes de las colonias facilitó la creación en 1901 del Banco Hispanoamericano y, al año siguiente, la conversión del Crédito Mobiliario en Banco Español de Crédito. El resto de los grandes bancos españoles procedieron de la capitalización obtenida por la exportación de mineral de hierro hacia Gran Bretaña y por eso remiten a nombres vascos (Bilbao, Urquijo, Vizcaya...). Desde un principio la banca española tuvo un carácter mixto, no sólo comercial sino también industrial.
Asimismo, en el terreno industrial los años del comienzo de siglo presenciaron novedades muy importantes. Las primeras grandes empresas de producción siderúrgica datan de estos años -Altos Hornos, 1902- lo que en la práctica supuso que una porción considerable de la producción de hierro quedara en España y no fuera, por tanto, exportada hacia Gran Bretaña. Todavía en 1914 la exportación era la actividad mayoritaria, pero ya la ría de Bilbao se había convertido en la zona siderúrgica por excelencia en España. El otro mundo industrial, Cataluña, pasó por una crisis como consecuencia de la pérdida del mercado colonial, pero el arancel de 1906 le reservó en la práctica la totalidad del mercado interior, no sólo del algodón sino también de la lana.
Sin embargo, la industria catalana no tuvo tan sólo esta faceta conservadora sino también otra mucho más innovadora en la que pudo competir, con ventaja incluso, con el País Vasco. Así sucedió en los sectores de la electricidad, el cemento o la industria química. Con la primera se produjo la sustitución del vapor como fuente energética por excelencia. Aunque Iberduero e Hidroeléctrica Española fueran empresas vascas, durante la guerra mundial la industria textil catalana logró sustituir el vapor en su totalidad. La producción de cemento y la química tuvieron su centro de gravedad en Cataluña de forma casi exclusiva.
De los cambios sociales acontecidos en estos años de comienzo de siglo el más importante es el que se refiere a la movilidad de la población. En los tres primeros lustros del siglo el 10% de la población española se desplazó. Lo hizo principalmente del campo hacia la ciudad, de modo que las dos grandes capitales recibieron aproximadamente medio millón de habitantes. Pero hubo también desplazamientos de más amplio recorrido. Durante el mismo período Iberoamérica recibió un tercio de millón de habitantes. En el momento en que estalló la guerra Argentina tenía una colonia de medio millón de españoles, principalmente gallegos. En el tránsito de un siglo a otro la mitad de los gallegos emigraron. Ese fue un testimonio de una sociedad tradicional que iniciaba su transformación.