Comentario
Derecha y antirrepublicanismo no eran conceptos totalmente equiparables en la España republicana, y menos aún derecha y monarquismo. Pero es indudable que esta última opción aglutinaba a una parte considerable del conservadurismo social y que incluso la derecha "accidentalista", unificada desde comienzos de 1933 en la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), hubiera aceptado de buen grado una restauración monárquica. Pero fue precisamente el desarrollo de esta accidentalidad táctica lo que frustró por algún tiempo la reorganización del monarquismo alfonsino, del que procedía la inmensa mayoría de los seguidores de la Confederación. Por el contrario, los carlistas, opuestos por principio a cualquier forma de Estado liberal, encontraron en el cambio de régimen el impulso preciso para reunificarse rápidamente y atraer hacia la Comunión Tradicionalista a muchos conservadores abiertamente antirrepublicanos.
Carentes del apoyo popular de otros sectores, los alfonsinos renunciaron pronto a levantar un movimiento de masas y buscaron consolidar su posición en tres frentes: a) el cultural, básicamente centrado en la actualización del discurso tradicionalista, para lo que contaron como principal instrumento con un grupo de intelectuales agrupados en torno a Acción Española, una revista de considerable influencia entre los sectores burgueses más proclives a la radicalización; b) el insurreccional, teorizado por el sacerdote Castro Albarrán como "el derecho a la rebeldía" de los católicos frente a un orden que consideraban injusto, y que inspiró la formación de sucesivas tramas conspiratorias dirigidas por militares antiazañistas; c) el político, consolidado desde comienzos de 1933 por una opción propia, Renovación Española, partido muy minoritario cuyos intentos de desestabilizar al sistema republicano le llevarían a intentar instrumentalizar al naciente fascismo español y a buscar, de forma intermitente, la formación de un frente monárquico con los carlistas o de una unión de derechas con la CEDA y otros grupos no específicamente republicanos.
En sus orígenes, la conspiración contra la República tuvo como eje a un grupo de nostálgicos primorriveristas, como los generales Barrera, Ponte y Orgaz. Ya desde mayo de 1931, buscaron atraerse el apoyo de los oficiales descontentos con las reformas de Azaña y de monárquicos acaudalados, dispuestos a financiar un golpe de Estado. Se acercaron sin éxito a los carlistas, que iniciaban en Navarra la reorganización de sus milicias requetés, y al nacionalismo vasco. Los conspiradores buscaron aproximaciones, aún mal conocidas, a una trama civil paralela, inspirada por el antiguo grupo constitucionalista de Burgos y Mazo y Melquíades Álvarez, quienes, con la colaboración del propio jefe del Estado Mayor del Ejército, general Goded, y quizá con alguna connivencia por parte de Lerroux, se disponían no a terminar con la República, sino a rectificar su rumbo, expulsando a la izquierda del Poder. En enero de 1932, el antiguo responsable de la Guardia Civil, general Sanjurjo, fue colocado al frente del cuerpo de Carabineros, un puesto de menor relieve, en lo que se interpretó como un castigo por sus críticas a la política gubernamental de orden público. Era lo que necesitaban los conspiradores para captar a un militar de gran popularidad. Poco después, Sanjurjo se convertía en responsable máximo de una trama golpista tan confusa como mal organizada.
El debate en las Cortes del Estatuto de autonomía para Cataluña y el desarrollo de las reformas militares contribuyeron a aumentar la determinación de los conspiradores, pese a que el Gobierno les seguía los pasos. Por su parte, los responsables carlistas volvieron a negar la colaboración formal de la Comunión, pero autorizaron la participación individual de sus militantes, que debían formar grupos civiles de apoyo a los golpistas, juntamente con otros elementos de la extrema derecha. Cuando, a comienzos de agosto de 1932, la policía comenzó a desarticular la organización de estos grupos civiles, los militares comprometidos decidieron adelantar el golpe, que se fijó para el día 10. En Madrid, fracasaron en el asalto al Ministerio de la Guerra, donde se encontraba Azaña, y en el intento de sublevar a la guarnición. En Sevilla, Sanjurjo logró hacerse con el control de la ciudad y publicó un manifiesto anunciando una dictadura militar, pero sin mencionar la restauración de la Monarquía. Falto de los apoyos prometidos desde otras guarniciones, y enfrentado a una huelga general convocada por los sindicatos, el general intentó huir a Portugal, pero fue detenido cerca de la frontera. Condenado a muerte por un consejo de guerra, recibió el indulto del presidente de la República y, tras una temporada en la cárcel, terminó estableciéndose en el país vecino.
Los efectos de la sanjurjada fueron los contrarios de los que buscaban sus protagonistas. El régimen republicano salió consolidado. La izquierda gobernante reforzó sus lazos de solidaridad y sacó adelante con rapidez los atascados proyectos legislativos de la Reforma Agraria y del Estatuto de autonomía de Cataluña. La derecha, con su Prensa clausurada por el Gobierno, hubo de poner fin a su campaña obstruccionista. Los "accidentalistas" de Acción Popular -nombre adoptado por AN en la primavera- alarmados ante las consecuencias negativas que el fracasado golpe podía tener para su táctica de oposición dentro de los cauces legales, multiplicaron sus manifestaciones de acatamiento del juego democrático y aceleraron la expulsión de los monárquicos fundamentalistas de su partido. Sobre éstos, alfonsinos y tradicionalistas, señalados por la opinión pública como inductores del golpe, cayeron casi todas las medidas represivas previstas por la Ley de Defensa de la República. Se clausuraron las sedes de sus organizaciones políticas y culturales y algunos de sus más significados órganos de Prensa, como Acción Española y ABC; muchos de sus activistas fueron detenidos y más de un centenar de ellos deportados al Sahara occidental; la alta nobleza, acusada de sufragar el golpe, sufrió la expropiación de sus tierras por el Parlamento, etc.
La eclosión del fascismo español se produjo en 1933, y obedeció en buena medida al interés con que los monárquicos contemplaron el triunfo del nazismo en Alemania, que parecía señalar el camino para terminar con la democracia republicana. Durante la primavera y el verano, se sucedieron varias iniciativas que buscaban impulsar el lanzamiento de una organización fascista:
- En marzo, el director del diario primorriverista La Nación, Manuel Delgado Barreto, reunió en torno al proyecto de un semanario de carácter doctrinal, El Fascio, a varios miembros de la reducida intelectualidad fascista -Ledesma, Giménez Caballero, Sánchez Mazas- junto con algunos derechistas radicales susceptibles de un rápido proceso de fascistización, como el abogado José Antonio Primo de Rivera y el periodista Juan Aparicio, con la intención de establecer las bases de un "fascio intelectual", del que terminaría surgiendo un núcleo político. Pero el primer número de El Fascio fue secuestrado por las autoridades republicanas y la publicación no tuvo continuidad.
- Las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, fundadas en 1931 por Ramiro Ledesma Ramos y Onésimo Redondo, intentaron incrementar su reducida capacidad sacando en mayo una revista doctrinal, JONS, y organizaron "escuadras", pequeños grupos de asalto que desarrollaron actuaciones violentas contra los estudiantes republicanos y algunas organizaciones izquierdistas. Pero la enérgica reacción policial, que detuvo poco después a gran parte de la exigua militancia "jonsista", frenó la pretendida progresión del movimiento que, por otra parte, no logró rentabilizar las simpatías de algunos monárquicos -José Mª de Areilza, José Félix de Lequerica- bien relacionados con los medios del capitalismo vasco.
- Pese a estos fracasos, los alfonsinos siguieron manifestando interés por la creación de un fascismo subordinado a sus intereses, católico y socialmente más conservador que el nacional-sindicalismo "jonsista". Surgió así el Movimiento Español Sindicalista, un grupúsculo liderado por el abogado José Antonio Primo de Rivera, el periodista Rafael Sánchez Mazas y el aviador Julio Ruiz de Alda. A lo largo del verano de 1933, el MES intentó sin éxito un pacto político con las JONS, cuyos dirigentes estimaban demasiado reaccionario al grupo primorriverista. En cambio, logró la adhesión del filofascista Frente Español, constituido por un grupo de intelectuales discípulos de Ortega y Gasset bajo la dirección de un antiguo integrante de la Agrupación al Servicio de la República, Alfonso García Valdecasas.
La formación resultante seguía siendo muy débil, pero en agosto, Primo de Rivera concluyó con los alfonsinos el llamado Pacto de El Escorial, por el que éstos se comprometían a financiar su partido a cambio de que éste asumiera un programa político satisfactorio para los monárquicos. Ello reforzaba la dependencia de la pequeña formación fascista respecto de sus protectores conservadores, pero a cambio obtuvo un mayor margen de maniobra e incluso el hijo del dictador y uno de sus colaboradores, el marqués de la Eliseda, fueron incluidos en el otoño en la candidatura derechista a Cortes por Cádiz, lo que les permitiría conseguir dos actas de diputado. En plena campaña electoral, el triunvirato director del MES, Primo, Ruiz de Alda y García Valdecasas, protagonizaron un acto de afirmación españolista en el Teatro de la Comedia, de Madrid (29-10-1933), que ha sido comúnmente considerado como un punto de inflexión en la hasta entonces vacilante trayectoria del fascismo español. Tras el mitin, el partido fue refundado con el nombre de Falange Española. El fascismo era ya una realidad política en la España republicana.