Época: Arte Español Medieval
Inicio: Año 785
Fin: Año 987

Antecedente:
La Mezquita de Córdoba

(C) Alfonso Jiménez Martín



Comentario

Afortunadamente, el día es lo bastante piadoso como para no mojarnos más de la cuenta y, por lo mismo, tampoco nos freiremos, que sería lo más probable si efectuamos el tawaf a esta hora, pero dentro de un mes. En estos días, que sobre poco más o menos corresponden al Ramadán, los musulmanes que hayan peregrinado a La Meca estarán dando unas vueltas rituales en sentido antihorario en torno al edificio, cubierto de telas negras, que existe en el centro de la aljama de aquella ciudad de Arabia Saudí: es lo que se llama el tawaf. Aunque sea una sola vuelta, nosotros la haremos igual, comenzando por contemplar el gran campanario que se nos muestra en el lado norte del patio, casi enfrentado al mihrab, lo que demuestra que, aunque en su aspecto exterior sea obra iniciada en 1593 por el tercero de los Hernán Ruiz que trabajaron en el edificio, es una obra musulmana y anterior a la ampliación de Almanzor. No debe confundirte el aspecto tan musulmán de la suntuosa puerta que existe al pie, y que enfila la nave central de la aljama, pues si bien pudiera ocupar el sitio de otra omeya, ésta se formalizó y decoró en 1377. Veo que no tienes mucho empeño en subir hasta el campanario, desde el que se divisa un panorama envidiable, pero comprendo que el simple anuncio de que hay más de cien escalones te haya quitado las escasas ganas de comprobar lo que digo. Has de saber que esta obra renacentista, acabada en 1664, oculta el alminar que se construyó en época del primer califa cordobés, Abd al-Rahman al-Nasir, que no realizó trabajos en la Sala de Oración, pues estaba entretenido construyendo una formidable ciudad en los alrededores, Medina Azahara, pero sí se vio forzado por las circunstancias a intervenir en el patio, que se había quedado pequeño en proporción con la parte cubierta, aunque la decisión de prolongarlo hacia el norte afectaba al humilde alminar sobrepuesto a fines del siglo VIII; así, en el 945 comenzó las obras de ampliación.
En sólo trece meses se hizo una torre extraordinaria, se labraron los nuevos muros perimetrales del nuevo patio, las galerías que lo circundaban, repitiendo el ritmo de columnas y pilares de la aljama de Damasco, y finalmente se derribó lo antiguo, inaugurando la obra el propio califa cuando subió a la terraza de la torre por una escalera y bajó por otra, pues este alminar es tan raro que constituyó un caso único en todo el Islam. Hasta entonces los de Al-Andalus habían sido simples torrecillas dotadas de una única escalera, girando como el tawaf, a izquierdas, y sin mayor problema. Como éste quiso hacerse altísimo, fue necesario darle mucha base, y así hubo sitio para dos escaleras, una normal y la otra girando al contrario; ello obligó á duplicar las ventanas de dos de las caras, rasgo que quedó como recurso estético para la composición de las fachadas de las torres andalusíes, e incluso también para las cristianas, pues en la Cataluña del siglo XI proliferaron los campanarios que, con una sola escalera, ofrecían parejas de dobles ventanas al exterior. No nos vamos a entretener más en la torre, de la que publicó un estudio exhaustivo don Félix. Vamos a iniciar el tawaf pasando ante una torrecilla dieciochesca que es en realidad un arca de agua, desde la que se repartía a todo el edificio. Antes, en época del emirato, el agua procedente de la lluvia se subía desde el aljibe por medio de una noria, pero el 25 de enero del año 967 comenzó a correr una acometida, procedente del acueducto de la sierra, de la que es heredera ésta que vemos.

Observa que los muros que hay hasta la esquina, e incluso un poco más allá, tienen aspecto muy gótico, pues todo fue intensamente renovado, por dentro y por fuera, en época del obispo Martín Fernández de Angulo, entre 1510 y 1516. La fachada de poniente, única que conserva su alineación desde el siglo VIII, aunque no sus dimensiones, se nos muestra como un accidentado conjunto de estribos, incluso algunos parecen torrecitas, andenes nuevos y viejos, rejas, tejados, buhardillas y cupulillas que emergen tras el muro musulmán, que conserva cierta unidad, lograda gracias al aparejo de piedra y las almenas que lo coronan; en esta fachada veremos ocho puertas, musulmanas todas en origen e irregularmente repartidas, pues al patio abren dos, un postigo muy gótico, que acabamos de pasar, y una sencilla puerta, llamada hoy de los Deanes, que es de las más viejas del edificio, al igual que la siguiente, llamada de San Esteban en la actualidad, pero que las crónicas llamaron Bab al-Wuzara, o puerta de los Visires; es interesantísima, pues nos ofrece los más antiguos restos de decoración arquitectónica in situ de toda la España musulmana.

Está situada esta puerta en la parte más antigua de la aljama, pero un letrero cúfico que bordea el arco nos explica que "mandó el príncipe ¡Allah sea generoso con él! Muhammad b. Abd al-Rahman la edificación de lo que se renovó de esta mezquita y su consolidación, esperando la recompensa ultraterrena de Allah por ello. Y se terminó aquello en el año uno y cuarenta y doscientos, con la bendición de Allah y Su ayuda, bajo la dirección de Masrur, su fata". La puerta nos ofrece, pese a los síntomas evidentes de su decrepitud, un esquema muy claro, maduro y de larga descendencia, pues desde la fachada del mihrab a las puertas de la última ampliación estará presente o latente el gran arco, su alfiz, los arquillos de la parte alta, con un friso de modillones que forman un guardapolvo apenas insinuado, las fingidas puertas laterales, con sus celosías encima, etcétera. Como en tantas y tantas cosas, esta parte de la aljama nos ofrece un panorama complejo y novedoso, cuyos hallazgos se incorporaron, como modelo, a un escaso caudal arquitectónico.

De las puertas siguientes debo anotar varios datos, que te comento mientras seguimos bajando y sorteamos los naranjos de la fachada del antiguo palacio de los Obispos, entre demasiados vehículos mal aparcados, y al final hasta autobuses, salpicados por agobiantes invitaciones a restaurantes, tablaos flamencos o coches de caballos. La siguiente puerta es la que hizo el emir Abd Allah para dar paso al primer sabat, ya que este postiguillo está donde la qibla de la ampliación de Al-Awsat; luego aparecen tres portadas de las que se hicieron para la mezquita de Al-Hakam, de las que dos están como las dejó Velázquez Bosco y la de en medio es una curiosa intersección, material y estilística, entre la primitiva musulmana y la reforma gótica que la transformó en una de las que deban acceso a la catedral del siglo XV. Aquí el desnivel con la calle es considerable, lo suficiente para imaginar que la puertecita que vemos como colgada, al final de la serie, es la del segundo sabat. Ya estamos en la esquina, y aparece en toda su potencia la hoja exterior del muro de la qibla de Al-Hakam, aunque reformado con numerosas adiciones cristianas, ya sea en forma de miradores y balcones, ábsides salientes, retablos y escudos. Tampoco la ciudad se ha quedado quieta, pues además del muy barroco Triunfo de San Rafael, que aparece posado en la columna, y unos pastiches dedicados a tiendas de recuerdos típicos, aparece ante nosotros el espléndido arco de triunfo que el tercero de los Hernán Ruiz labró delante de la embocadura del puente, que termina, al otro lado del Guadalquivir, en la Torre de la Calahorra.

La calle de Vallinas o del Corregidor don Luis de la Cerda, está dominada por la fachada de la aljama, en la que podemos apreciar, entre la larga batería de estribos que contrarrestan los empujes de las arquerías, el saliente del mihrab, los importantes deterioros que la salpican por doquier y la presencia de algunas celosías, sobre todo en la zona de Almanzor.

La calle siguiente, una vez doblada la esquina, es la que nos llevará de nuevo a la Portada de Santa Catalina y, un poco más arriba, al lugar por el que empezamos nuestro recorrido hace ya algunas horas; subamos la cuesta, pausadamente, como mandan los cánones de esta ciudad, patria del estoico Séneca, con abundantes paradas, para comentar, gesticulando parsimoniosamente, los numerosos episodios de esta, fachada que, por milagro, es toda de la misma época, pues se fabricó de un solo tirón en los años de Almanzor. Comienza ofreciéndonos dos portadas muy deterioradas, a las que no alcanzó la fiebre reconstructora que animó a don Ricardo Velázquez en las cinco siguientes y en dos de las que vimos antes. Algunos críticos, entre ellos mi admirado Ocaña, han vapuleado estas obras, no tanto por sus resultados, que pertenecen a la parte subjetiva, aunque no arbitraria, de los coyunturales criterios de todo arquitecto que restaura, sino porque advertía fallos, que no llegó nunca a explicarme, en la aplicación del único método posible en estas tareas, como es el de la investigación y documentación previas. Vamos, que opinaba que existió algún error por parte de don Ricardo en la interpretación de los restos antiguos.

Más adelante aparece de nuevo la Portada de Santa Catalina, con su peineta manierista, y poco más allá el edificio de la gran aljama se disuelve en la esquina amarilla de la primera sorpresa. Bueno, Alhambra, pues fin. Aquí acaba mi labor proselitista, que ha pretendido adoctrinarte en los secretos del andalucismo arquitectónico que, en su corriente renovadora, tiene como lema un verso de Góngora, escrito con la blanca letra de los omeyas sobre la verde enseña del Profeta; reza así el letrero Córdoba, alma del tiempo, espada del olvido. Amén.