Comentario
Como acontece en otros territorios, peninsulares o no, las primeras edificaciones levantadas por el Císter en el Reino de León se van a caracterizar por la novedad de sus criterios decorativos y de sus planteamientos -en planta y alzado- respecto de las empresas erigidas en sus proximidades. Y ello en virtud de sus particulares mecanismos de organización interna, ya que el afán de evitar desviaciones llevaba con frecuencia a la abadía-madre a enviar a sus filiales a algún monje o converso, experto en obras, para trazar los planos y dirigir o supervisar la marcha de los trabajos de construcción del nuevo monasterio. Situada en Borgoña la Casa-madre de la práctica totalidad de los cenobios cistercienses leoneses, es normal que remita a esa región francesa lo esencial de sus formulaciones, que en un principio se aplicaron a las fábricas eclesiales y monásticas en general erigidas por los monjes blancos en el Reino leonés.
Soluciones de esa procedencia tuvieron que evidenciarse ya en la iglesia construida en Sobrado tras su fundación cisterciense, esto es, en el templo que precedió al espléndido barroco que vemos actualmente. Comenzado, a juzgar por lo que cabe deducir de la documentación conocida, alrededor de 1150, fue la primera empresa levantada por la Orden con carácter definitivo, no provisional, en el conjunto peninsular. Prioridad que en modo alguno puede desligarse -es su lógico resultado- de la que también le corresponde a la abadía en el contexto fundacional del mismo territorio. Del trazado
de los planos y de la dirección de los trabajos de este templo -también, obviamente, del bloque monástico- se encargó un religioso, no sabemos si monje o converso, de nombre Alberto, llegado a Sobrado desde Borgoña con la comunidad pionera.
Su origen, lo que sabemos hoy de los hábitos constructivos de la Orden y las pistas que proporciona el edificio actual, sugieren que el anterior debió supeditarse escrupulosamente al esquema aplicado a partir de 1135 en Clairvaux, es decir, una iglesia con planta de cruz latina de tres naves, crucero marcado y cabecera con cinco capillas rectangulares, la central saliente, las laterales cerradas a oriente por un muro común plano. Aunque con menos seguridad, también cabe suponer para su alzado una ordenación análoga a la que, según todos los indicios, poseyó ese mismo templo claravalense, que no es otra que la que más abajo tendremos ocasión de comentar al analizar la abacial de Santa María de Oia, Pontevedra.
La impronta borgoñona se aprecia también con claridad en la iglesia del monasterio de Armenteira, Pontevedra, iniciada en 1167, durante el mandato del abad Ero, según indican sendas inscripciones emplazadas en la capilla mayor. Este edificio, de pequeñas dimensiones, exhibe una planta de tipo basilical, con tres naves de cuatro tramos, crucero sin destacar y cabecera integrada por tres ábsides semicirculares, el central marcado, todos con tramo recto presbiterial. A pesar de su modestia, el templo no es un producto uniforme, sino el resultado de tres campañas de trabajos o, si se quiere, de dos; la primera, subdividida a su vez en dos fases. Todo en estas últimas, dominadas por una aplastante simplicidad -tipo de arcos, modelo de pilares, sistemas de cubrición, incluso la solución adoptada para la cabecera, frente a lo que una aproximación superficial podría sugerir-, remite a pautas foráneas, borgoñonas en concreto, siendo en la campaña final, al filo del año 1200 o muy a principios del siglo XIII, cuando se produce, como se dirá, la incorporación de sugerencias autóctonas o mejor, para ser más precisos, de progenie peninsular.
En una fecha no muy diversa de la del arranque de Armenteira comenzaron los trabajos de construcción de la monumental abacial, hoy maltrecha, de Santa María de Moreruela. Ostenta una planta de cruz latina, con tres largas naves -nueve tramos- en el brazo longitudinal, crucero muy marcado y cabecera, de notable envergadura, compuesta por una capilla mayor semicircular precedida de tramo recto y un deambulatorio al que desembocan siete capillas radiales tangentes, con planta en forma de una especie de tímido arco de herradura, en algún caso incipientemente apuntado. Otras dos capillas, similares en su forma, pero de menores dimensiones -no superan, de hecho, el grosor del muro-, se abren, una por lado, en el frente oriental de los brazos del transepto.
Valorada en su conjunto, una zona del templo de Moreruela -y así ha sido repetidamente indicado- destaca por su singularidad: la cabecera, análoga en lo esencial, pero no exactamente igual, a la que exhiben las abaciales también cistercienses y españolas de Poblet, Fitero, Veruela y, en parte, Gradefes, única del grupo destinada a una comunidad femenina.
Lo infrecuente de una cabecera como la descrita en una empresa cisterciense -el resto de la planta se ajusta a procedimientos que cabe conceptuar como tradicionales dentro de la Orden- ha propiciado la elaboración de numerosas hipótesis sobre su origen, casi todas faltas de consistencia. Por mi parte, en fechas recientes y a partir de la combinación del perfil que por el exterior ofrece la corona de capillas radiales con la presencia en la zona oriental de la iglesia de determinados datos estructurales y decorativos, llegué a la conclusión -cito textualmente- "de que el punto de partida de tal solución, reelaborada con ingredientes de inequívoca filiación o procedencia borgoñona, se encuentra en empresas del norte de Francia -Ile-de-France y territorios próximos-, derivadas o inspiradas por el prototipo concebido en Saint-Denis bajo el mandato del abad Sugerio".
La fundamentación de esta progenie, de la que se deducirán, como se verá, importantes beneficios para la significación de la fábrica de Moreruela dentro de la edilicia de la Orden del Císter, nos obliga a efectuar algún comentario sobre la secuencia constructiva de su cabecera.
Hasta finales de los años ochenta, y aunque en alguna ocasión se había aludido a la existencia de desajustes, titubeos o cambios de planes en esa zona, nadie había cuestionado, en línea con las ideas expuestas a principios del siglo XX por Gómez Moreno, el primer investigador riguroso de nuestro templo, la homogeneidad de su fábrica. Corresponde el mérito de haber roto con ese criterio, en lo que toca a la cabecera del edificio, a Isidro G. Bango Torviso. Para él esa zona es producto, en definitiva, de dos campañas de trabajos, divididas cada una de ellas, a su vez, en subperíodos.
En otro lugar he tenido ocasión de comentar pormenorizadamente la propuesta de Bango, imposible de glosar con detalle aquí por falta de espacio. Baste decir ahora que la comparto en sus grandes líneas, si bien discrepo de ella en varios aspectos y muy particularmente en dos: el alcance -punto de arranque y de terminación- de la intervención de cada uno de los dos talleres que participan en la construcción de la cabecera -o, mejor, de las parcelas más antiguas del templo, ya que su actividad se detecta también en otras zonas- y el origen de las fórmulas utilizadas por esos equipos.
El primer aspecto, importante obviamente al enfrentarse con el estudio de la abacial, no repercute directamente en su valoración o consideración. Por ello y en aras de la brevedad, no entro a considerarlo aquí. No sucede lo mismo con la segunda cuestión, razón por la que me detendré en su exposición.
Para Bango lo esencial, o la mayor parte de las soluciones o elementos empleados en la cabecera de Moreruela, depende de la catedral de Zamora, edificio no muy alejado del monasterio y con el cual su fábrica siempre se ha puesto en relación, oscilando las posturas de los arqueólogos en la concesión de prioridad a uno o a otro. Para mí, sin embargo, lo fundamental de los planteamientos de ambas iglesias nada o muy poco tiene que ver entre sí, debiendo explicarse sus semejanzas, que las hay, pero sólo en aspectos que hay que conceptuar como secundarios, como consecuencia, verosímilmente, de la formación de sus artífices respectivos en fuentes u horizontes comunes situados, sin duda, más allá de los Pirineos.
Centrándonos sólo en el análisis de Moreruela, por ser el edificio que en esta ocasión nos incumbe, dos son los núcleos a los que remite la mayor parte de los ingredientes utilizados en sus zonas más antiguas: el norte de Francia (Ile-de-France y regiones inmediatas) y Borgoña. Son fórmulas o principios de una y otra filiación, más abundantes, en cualquier caso, los que apuntan al segundo bloque (apertura de capillas a los brazos del crucero; inserción de vanos encima de los arcos triunfales de acceso a las capillas radiales; superposición de columnas para apeo; modelos de capiteles; perfiles de nervios; composición de basamentos o zócalos, etcétera). El primero, por su parte, aporta tipos de capiteles y de basas; perfiles de cimacios e impostas; apéndices salientes del cuerpo de un capitel y de su parcela superior, pero integrados en el mismo bloque, para ampliar la superficie destinada al soporte; ordenación de la corona de capillas radiales, etcétera.
No aparecen consecutivamente, unos después de otros, sino conjuntamente, empleándose indistintamente en la totalidad del bloque oriental del templo, lo que indica que los dos talleres responsables de su ejecución procedían de un mismo territorio. Cuál haya sido éste, vista la mayor entidad y cuantía de los diversos aportes, no admite dudas: Borgoña, región donde, por otra parte, está bien documentada en los años en que nos movemos -séptima década del siglo XII- la presencia de innovaciones o sugerencias procedentes de empresas clasificables dentro del gótico inicial de la Ile-de-France y espacios vecinos.
A partir de la filiación que acabamos de proponer, cambia radicalmente la valoración que debemos hacer del modelo de cabecera adoptado en Moreruela. No es, como en ocasiones se ha dicho, ni un expediente marginal ni una solución sin relación con las preocupaciones que por entonces tenía la Orden del Císter. Se trata, por lo pronto, de uno de los ensayos -no uno cualquiera, como se dirá- realizados en el tercer cuarto del siglo XII dentro del organismo para tratar de dar respuesta a uno de los mayores problemas que por esas fechas se le planteaban: la necesidad de disponer de numerosas capillas para que pudieran oficiar diariamente los monjes sacerdotes.
Conocido el punto de partida de la solución aplicada en su cabecera -el esquema desarrollado en Saint-Denis hacia 1140-1144, Moreruela se convierte, a la vez, en un eslabón capital en la secuencia que irá llevando a la Orden del Císter paulatinamente a la utilización de referencias proporcionadas por las grandes empresas de la época, con las catedrales góticas en primer lugar, proceso que, según ha señalado C. A. Bruzelius, alcanza su plena plasmación en la abacial de Longpont, ya en el siglo XIII.
Vista la cronología que poseen los ejemplos que vienen citándose en esa evolución y la que cabe adjudicar a Moreruela, puede afirmarse incluso que estamos ante el primer ejemplo hoy conocido -no parece probable que haya sido el primero en términos absolutos, como se verá- acometido por la Orden del Císter en esa dirección. Es decir, el primer edificio en el que se adopta una cabecera dotada de girola con capillas radiales salientes, perfectamente individualizadas al exterior.
En efecto, mientras la iglesia de Mortemer (Francia), invocada siempre como el testimonio más precoz de esta trayectoria, comienza a levantar su nueva cabecera, similar en múltiples aspectos a la de Moreruela, entre 1174 y 1179, diversos argumentos, resultantes en esencia de la combinación de las pistas que proporcionan los precedentes, los rasgos de su fábrica y la evolución de su dominio, permiten pensar que el inicio de las obras de la abacial zamorana debe relacionarse, tal como ya se insinuó en alguna ocasión, con la incorporación del cenobio a la Orden del Císter, acontecimiento fechable entre 1158 y 1162, año éste en el que consta hoy por vez primera su pertenencia a la nueva observancia.
Las obras, ejecutadas con planos y bajo la dirección de artífices venidos de Borgoña, al igual que los religiosos que tenían la responsabilidad de introducir a la comunidad de Moreruela en las normas cistercienses, debieron paralizarse, acaso por falta de recursos económicos suficientes para hacer frente a una empresa de la envergadura que se había proyectado, al poco tiempo de principiadas. Los desajustes que en algunos aspectos -y concretamente en el exterior- se detectan hacia el norte, tras la capilla central de la girola, así lo sugieren.
La consolidación del dominio de Moreruela hacia 1170 posibilitará la reanudación de los trabajos, encargados a un equipo distinto del anterior, aunque de la misma procedencia. La homogeneidad estructural y decorativa que se desprende de la cabecera tras los titubeos citados permite pensar que su construcción se llevó a cabo con gran rapidez. Análoga valoración, dada su identidad formal con esa parcela, hay que asignar a las zonas del complejo monumental en que se documenta la intervención del mismo equipo: crucero y arranque de las naves de la iglesia, por un lado y, por otro, el bloque de naciente del monasterio propiamente dicho.
Una datación algo más tardía, muy poco, en cualquier caso, que la propuesta para el arranque estricto de Moreruela debe adjudicarse al comienzo de las iglesias de Poblet, Veruela y Fitero (Gradefes, como se indicará, es considerablemente posterior). Aunque se hayan puesto en relación con Moreruela en alguna ocasión, el único contacto que hoy puede invocarse entre ellas es el derivado del tipo de planta adoptado para sus respectivas cabeceras. En su ejecución, esto es, en alzado, no existe parentesco alguno entre la fábrica de Moreruela y la de las restantes empresas.
La similitud formal de las plantas de las cabeceras de los cuatro edificios citados, al margen de las diferencias de detalle existentes, por un parte, y la proximidad cronológica entre todas, por otra, tiene sin embargo un extraordinario interés. Revela, en primer lugar, que los cuatro templos responden, en lo esencial, a un mismo estadio evolutivo y, en segundo lugar, dada la inexistencia de contactos directos entre ellos -o por lo menos entre Moreruela y los otros tres, ya que entre estos últimos sí parece haber existido relación - que todos derivan de un prototipo común, hoy desconocido, emplazado en Borgoña. Que tal solución, reducida, ciertamente, se emplee en la abacial del monasterio benedictino de San Lorenzo de Carboeiro, Pontevedra -iniciada en 1171 y considerada unánimemente por la crítica más rigurosa como de inequívoca filiación borgoñona, sobre todo en lo estrictamente constructivo- confirma rotundamente esa sospecha.