Comentario
Fue en el siglo XIII cuando las fábricas catedralicias fraguaron sus núcleos originarios. En los siglos sucesivos se concluyó lo que se había comenzado, al tiempo que se introducía una serie de cambios en el proyecto inicial, en la concepción del edificio en sí y de su disposición planimétrica, en íntima relación con la evolución experimentada por la mentalidad religiosa del hombre bajomedieval.
Intentaremos, pues, reconstruir a grandes rasgos la imagen con que estas catedrales se presentaban a los coetáneos hacia el 1300, antes de que la apertura de capillas, desde el siglo XIV, en torno a sus muros perimetrales y la multiplicación de ornamentos transformase sus fábricas primitivas. No podemos olvidar que la enorme lentitud de los procesos constructivos hace que tengamos una imagen distorsionada, no acorde con la realidad material del templo que contemplaban los hombres de la época.
Normalmente el impulso más vital es el que corresponde a la primera fase, es decir, el que sucede inmediatamente a la decisión de construir una nueva catedral; es entonces cuando el entusiasmo es mayor y los donativos para la obra más fuertes; después, a medida que se agotan los recursos y surgen dificultades los trabajos pudieron sucederse con más o menos interrupciones. En algunos casos se consigue una cierta regularidad (Burgos); pero en otros los parones llegarán a ser reiterados y largos, de modo que la conclusión del cuerpo principal del edificio puede dilatarse durante siglos (Toledo o Ávila). Lo más fácil es que al finalizar el siglo XIII buena parte del templo esté aún sin abovedar -se solía disponer una cubierta provisional en madera mientras esto sucedía-, y eso cuando ha llegado a cerrarse todo su perímetro mural. Las cubiertas, junto con los remates de las partes altas -cornisas, cresterías, arquerías en fachadas, pináculos-, los cuerpos superiores de las torres y las galerías del claustro, con sus respectivas dependencias, generalmente estaban en ejecución en el siglo siguiente, y aún en el XV. Los cimborrios -cuerpos torreados que monumentalizan el centro del crucero- son unas complejas estructuras que si se proyectan, generalmente no se llegan a concluir en el siglo XIII, y a veces nunca (el de Sigüenza, por ejemplo, se levantó en pleno siglo XX). A medida que se avanzaba se podían utilizar elementos previamente preparados en las lonjas o casas de la obra; pero sucedía además, con frecuencia, que el deseo de lograr una coherencia o unidad en el conjunto llevaba a los maestros y talleres de las segundas, terceras o posteriores generaciones a tratar de ser fieles a lo ya ejecutado, circunstancias que sin duda han provocado -y aún lo hacen- la confusión en los especialistas. Por supuesto los vanos carecían de las vidrieras que se irían colocando durante los siglos XIV y XV, con la consecuente transformación de los efectos lumínicos y de la mística de la luz experimentada por el hombre del siglo XIII.
Señalábamos en otro epígrafe que antes de que el gótico clásico, tal y como se había definido en Francia, fuese recibido e interpretado en nuestro país, entrado ya el siglo XIII, muchos arquitectos se hicieron eco de algunas novedades que, poco a poco, y no siempre con la misma fortuna, fueron incorporándose a edificios de estructura románica, de acuerdo con el momento histórico en que se habían comenzado.