Época: Arte Español Medieval
Inicio: Año 1200
Fin: Año 1350

Antecedente:
Los edificios y las formas

(C) Gema Palomo Fernández



Comentario

La Alta Edad Media ofrecía a las catedrales modernas dos modelos para el desarrollo de sus cabeceras: uno comportaba deambulatorio o girola rodeando la capilla mayor, con o sin capillas absidales; el otro, simplemente, ábsides abiertos a una nave de transepto.
Conocemos bien la fábrica románica de Sigüenza que, comenzada hacia mediados del siglo XII, respondía al lenguaje propio de la arquitectura de la época: cinco ábsides semicirculares y escalonados se abrían a una amplia nave transversal. Se trataba de un antiguo esquema fraguado como respuesta a la necesidad práctica, por parte del monacato benedictino, de un número elevado de altares donde los monjes pudieran celebrar los oficios religiosos. Este sistema resultaba más simple y más económico que el de las complejas girolas y se reiterará, por tanto, en los edificios más modestos, en nuestro caso en las catedrales de Cuenca y Burgo de Osma. La diferencia es que en éstas el ábside central -el único que, aunque enmascarado, aún podemos ver en ambas- abandona la forma semicircular y se hace poligonal, porque se adapta mejor a las nuevas bóvedas nervadas (desconocemos la disposición de los ábsides laterales en Cuenca; en Burgo de Osma eran semicirculares y alineados). Sin embargo, con el paso del tiempo este tipo de cabeceras se considerará insuficiente y en los siglos modernos se tenderá a sustituirlas por pasillos anulares en torno a la capilla mayor pues, por un lado, contribuían a solemnizar las procesiones litúrgicas de los canónigos, y por otro, se ampliaba la posibilidad de abrir espacios secundarios (nuevas capillas, sacristías, salas capitulares, etc.).

En Cuenca esta transformación tendría lugar en la segunda mitad del siglo XV, implicando la total desaparición de las capillas laterales; en Sigüenza en el siglo XVI y en El Burgo de Osma en el XVIII

La girola, de remotísimo origen en las criptas anulares del mundo carolingio, se había definido perfectamente en el románico pleno en edificios como la catedral compostelana, donde las capillas absidales se distribuían dejando un tramo de separación para la disposición de ventanas. Más tarde, precisamente esa necesidad de un mayor número de altares había dado lugar a la aparición de otro tipo de girola con capillas antiguas o tangenciales, con la posibilidad de añadir una o dos más a los brazos del transepto; tipología que se difunde entre algunas iglesias cistercienses (Moreruela, Poblet, Veruela, Fitero o Gradefes). Sin embargo, por el tratamiento de los muros y la concepción del espacio, seguían respondiendo a criterios románicos. Con éstas se ha relacionado la cabecera de la catedral de Ávila, donde, en cambio, se logró uno de los más antiguos ambientes góticos, con su doble pasillo anular de tramos abovedados con crucería y sencillos soportes monocilíndricos. Se evoca en ella el recuerdo de la doble girola de Saint-Denis, aunque sin el alarde técnico de englobar las capillas absidales en el deambulatorio externo. En Ávila, los reducidos y oscuros absidiolos quedan embebidos en un inmenso cubo, que se destaca con respecto al lienzo oriental de la muralla de la ciudad, el famoso cimorro.

Un paso mucho más adelante en este proceso de investigación hacia la creación de verdaderos espacios góticos, lo representan las cabeceras de Burgos y Toledo; en ambas nos encontramos ya con la modernidad arquitectónica, si con ello entendemos la perfecta asimilación de las novedades, la sintonía con lo que se hacía fuera de España. La burgalesa, tal y como se presentaba al final del siglo XIII, se componía de una capilla mayor de cinco paños, rodeada de una girola de otros tantos tramos trapezoidales -cubiertos por bóvedas de cinco nervios- a los que se abrían, a su vez, capillas semidecagonales (tan sólo subsisten dos, muy transformadas). Por delante del polígono del ábside tres tramos rectos, flanqueados por el mismo número a cada lado y sendas capillas cuadradas abiertas al transepto, de las que sólo queda la del lado norte (San Nicolás). Así descrita, es evidente la similitud con la normanda de Coutances y con ella se ha relacionado. Sin embargo, esto parecía contradecir la sugerencia de Bourges para la organización del alzado. Los especialistas se han preguntado si se trataría de un mismo taller, dirigido por un maestro conocedor de ambos modelos, o de dos diferentes trabajando sucesivamente. La reciente tesis del alemán Karge ha ofrecido una solución al problema. La construcción iniciada en 1221 se planteó con un deambulatorio y capillas absidales; pero éstas no tenían nada que ver con las actuales, ni en número, ni en forma, ni en dimensiones. Se trataba de pequeñas capillas de traza semicircular, dispuestas a intervalos regulares y separadas por muros dotados de contrafuertes, del mismo modo en que lo hacían en la catedral de Bourges. El hallazgo de dos fragmentos mutilados de nervaduras que, arrancando desde las claves de las bóvedas del deambulatorio, irían a descansar sobre los pilares de acceso a esas primitivas capillas, fue sin duda su más feliz descubrimiento. Así, a la ya admitida identificación en el alzado entre las catedrales de Bourges y Burgos, se unía la identidad de soluciones planimétricas. A medida que las obras avanzaban hacia el hastial occidental, la cabecera experimentaba sus primeras modificaciones (las nuevas capillas de la girola se abrirían a partir de 1275, aproximadamente); se modernizaba en el sentido en que lo hacía la arquitectura francesa.

Por su parte, en la doble girola de Toledo se concentra lo más interesante de las experiencias y logros constructivos de la época, buena muestra de un concienzudo proceso de reflexión sobre una serie de ensayos previamente desarrollados en el territorio galo. Las dos galerías del deambulatorio, formadas por la prolongación de las naves laterales del cuerpo mayor, se descomponen en una sucesión de tramos, alternando los triangulares con los rectangulares, cubiertos por bóvedas de tres nervios y crucería simple respectivamente. Con esta solución el arquitecto de Toledo resolvía los problemas que desde hacía tiempo planteaba a los arquitectos góticos la aplicación de bóvedas de crucería sobre tramos de planta trapezoidal, que obligaba a quebrar los nervios o combarlos para no desplazar la clave del centro del trapecio, con la consiguiente pérdida de estabilidad. Si en la catedral de París se había salvado esta dificultad mediante la fragmentación de su doble girola en una serie de tramos triangulares y en Le Mans se adoptaba, en las mismas fechas que en Toledo, la alternancia de triángulos y rectángulos, pero sólo en el pasillo externo, en la catedral castellana el sistema será llevado al máximo grado de armonía y perfección al utilizarlo simultáneamente en los dos deambulatorios.