Comentario
En buena medida los tres apelativos del enunciado aún hoy en día se utilizan indistintamente, o casi indistintamente, por los historiadores para designar la secuencia estilística en la evolución de nuestra pintura medieval que estamos intentando definir. Si bien algunos estudiosos como Gudiol i Cunill, Bertaux, Sanpere i Miquel, Mayer, etcétera, a lo largo del primer cuarto de nuestro siglo ya se interesaron por el problema de la transición entre la pintura del románico pleno y la del gótico pleno (utilizamos una terminología posterior), fue Ch. R. Post quien, en su segundo volumen de "A History of Spanish Painting" (1930), intentó definir un cuerpo congruente para esa primera fase del estilo gótico en España.
Siguiendo un tanto a C. Enlart, que había propuesto el nombre -nunca aceptado, por otra parte- de estilo francés para designar toda la producción gótica, Post adoptó el de francogótico para agrupar aquellas obras realizadas en la Península Ibérica, anclada durante todo el siglo XIII en el mundo románico, en las que empiezan a ser patentes las primeras formas góticas que ya han alcanzado gran aceptación en el país vecino.
Para el historiador norteamericano, las vías de penetración del gótico francés fueron fundamentalmente la miniatura, tanto la autóctona francesa como las posibles adaptaciones hispánicas de la misma, los modelos de vidrieras y la producción escultórica. En esa pintura la estilización hierática bizantina, característica del románico, quedó superada por la concepción naturalista propia de la cultura occidental, y la austeridad románica dejó paso a una concepción del mundo en la que se empezaron a valorar las realidades, las emociones y lo cotidiano de la vida.
Tras Post diversos fueron los estudios que se preocuparon del tema. Mn. Trens, en "La Peinture Gothique jusqu'a Ferrer Bassa", considera que la influencia francesa fue decisiva en la renovación pictórica románica, en total decadencia en el siglo XIII y en el que sólo incidía la savia regeneradora del mundo árabe. Gudiol Ricart en sus primeras publicaciones, referidas sobre todo a la pintura catalana, plantea que existen dos momentos importantes en la renovación estilística de la pintura medieval: uno, a principios del siglo XIII, en el que se infiltran influencias de Roma y la Toscana y otro en el último cuarto del siglo XIII, en el que el gótico francés es la tendencia aceptada. Tras estos historiadores el tema reapareció en trabajos de Cook y Gudiol, Ainaud, Durliat, etc., si bien fue Gudiol quien en el volumen de la colección "Ars Hispanie" correspondiente a la pintura gótica se replanteó en profundidad la cuestión.
Su aportación básica fue la propuesta del cambio de la denominación introducida por Post; lo que éste llamaba francogótico, Gudiol lo pasó a llamar gótico lineal: "No lo hacemos por subestimar ciertos sectores del arte extranjero sobre la pintura hispánica -aclara Gudiol en su texto- sino por considerar inexacto el apelativo, ya que la modalidad en cuestión, eminentemente linealista, no era característica en exclusividad del gótico francés de aquel momento, sino que lo encontramos en otros países de Europa".
Gudiol centró la cronología del estilo gótico lineal entre 1300 y 1390 y señaló los caracteres fundamentales del mismo: figuras recortadas sobre fondos monocromos dentro de un sistema rigurosamente bidimensional, predominio del diseño sobre lo pictórico y la influencia de las vidrieras. Pero quizá el mayor acierto de Gudiol fue el poner de manifiesto un hecho de capital importancia para la comprensión de este tipo de pintura: "Hallazgos recientes demuestran que, contra lo que se ha venido diciendo, la pintura mural existió en abundancia dentro de este ciclo de transición y, como en siglos anteriores, resulta en general más trascendente y progresiva que la pintura sobre tabla".
Efectivamente, lo que ha hecho avanzar el estudio de la pintura protogótica ha sido el descubrimiento de numerosos conjuntos murales.
Pero, como se ha visto, el apelativo protogótico no había aparecido aún en los estudios relativos al arte medieval español, aunque sí en el de otros países. El primer historiador que lo utiliza congruentemente es el profesor Azcárate en su muy importante discurso de entrada en la Real Academia de Bellas Artes: "El protogótico hispánico" (1974). Azcárate se adentra en el problema haciendo ver la falta de concreción sobre esta época de nuestra historia del arte, y entiende que el error primordial ha sido la consideración del período cronológico que abarca aproximadamente de 1170 a 1225, es decir, una época que debe considerarse como final del románico y no como inicio del gótico.
En la concreción de estas fechas, Azcárate se decide por unas fechas más significativas para los reinos occidentales que para los orientales de la Península. El estilo protogótico, para el gran medievalista, queda enmarcado en torno al reinado de Alfonso VIII de Castilla, cuyo mecenazgo artístico supone la iniciación del nuevo estilo, y alrededor también de Pedro II el Católico.
Es de destacar, por tanto, que al menos en el ámbito de la pintura, Azcárate avanzó de manera considerable los inicios del arte gótico en tierras hispánicas, ya que, con diferencias, los historiadores que le habían precedido en el estudio de este problema se refieren al mismo a partir de la segunda mitad y aun desde finales del siglo XIII. En lo que respecta a las tendencias dentro de la pintura protogótica, Azcárate cita cuatro básicas: la arcaizante, la neobizantina, la naturalista y la protogótica avanzada, si bien la que configura la estética de la pintura protogótica es la neobizantina. Con posterioridad a Azcárate, otros historiadores como el propio Gudiol, Ricart y Yarza han estudiado esta pintura, pero sin realizar sustanciosas aportaciones al respecto.
En 1977, Joan Sureda, en "El gótic catalá. Pintura I", planteó sin embargo una nueva definición de pintura protogótica. Aunque el término fuese el mismo, el marco de referencia cronológico y estilístico de la pintura protogótica era muy distinto al señalado por Azcárate; para Sureda, la mayor parte de la pintura que Azcárate señala como protogótica debe considerarse como constituyente de la última secuencia estilística del románico, la tardorromántica, entendiendo como protogótica aquella pintura que empieza a aparecer en la Península en el último tercio del siglo XIII, se desarrolla en su último tramo junto a la italianizante a lo largo de la primera mitad del siglo XIV, prolongándose en su epigonismo hasta los inicios del último cuarto del siglo XIV y en casos aislados, aunque con absoluta plenitud como ocurre con el retablo de Quejana, hasta finales del mismo siglo y principios de la siguiente centuria.
No es pues la pintura de la que hablamos entonces y de la que hablamos ahora una pintura de transición, sin contenido propio, ni una última expresión de la tradición románica; es la primera pintura que sin romper los lazos con lo románico tiene rasgos pertinentes que la distancian de la misma y que la definen como propia.