Época: Primer franquismo
Inicio: Año 1944
Fin: Año 1945

Antecedente:
Franco y la Segunda Guerra Mundial

(C) Stanley G. Payne



Comentario

Al volver oficialmente a la neutralidad, la política española cambió tanto que el 15 de diciembre el nuevo embajador alemán en Madrid informó de que había presentado una queja a Franco por las medidas que había tomado el Gobierno español en perjuicio del Eje; la retirada de la División Azul, el libre pasaje de refugiados a través del Pirineo, el internamiento en campos de las tripulaciones de los submarinos alemanes y diversas restricciones sobre el transporte marítimo alemán. Franco se limitó a responder que estas medidas eran necesarias para mantener la seguridad española frente a los Aliados y que en realidad eran positivas para Alemania.
A principios de 1944 la política económica de los Aliados se hizo mucho más dura. Anunciaron la suspensión total de los envíos de petróleo a España hasta que se pusiera fin a la exportación de materias primas estratégicas a Alemania. Al principio Franco estaba decidido a soportar la presión, a pesar del sufrimiento que supondría para la población española y recibió todo el apoyo de los ministros falangistas.

Jordana le dijo al embajador americano -correctamente- que esto era una violación de la promesa solemne que habían hecho los Aliados cuando aseguraron que España no tenía nada que temer; sin embargo, a Franco le intentó convencer de que la supervivencia económica del país estaba supeditada a sus buenas relaciones con los Aliados. El Ministro de Comercio, el falangista Demetrio Carceller, siempre se había opuesto a la política de Jordana de una neutralidad estricta. Seguía fomentando las relaciones con Alemania, especialmente para lograr llegar a un acuerdo por el que la deuda de España con Alemania por su ayuda durante la guerra civil quedara saldada con el envío constante de materias primas. Pero el desarrollo de los acontecimientos favoreció la postura de Jordana, quien terminó por convencer a Franco. Los dos años de tensión diplomática y comercial con las democracias por la exportación de wolframio y otro tipo de ayuda a Alemania terminaron con un acuerdo finalizado el 1 de mayo de 1944. En él se declaraba que España se reservaría casi todo su wolframio para los Aliados, cerraría el consulado alemán de Tánger y expulsaría a los agentes alemanes a cambio del envío de petróleo y otros productos. El elogio que hizo Churchill de la neutralidad española en su discurso en el Parlamento el 24 de mayo fue muy esperanzador para el Régimen. El aspecto más neutral de la política española fue el tratamiento que se dio a los refugiados, especialmente a los judíos. Durante la primera parte de la guerra unos 30.000 judíos habían podido pasar a España sin peligro, no hay noticia de que se rechazara a ninguno y se le entregara a las autoridades alemanas. Es posible que unos 7.500 más cruzaran la frontera entre 1942 y 1944. Durante las últimas fases de las redadas de las SS en Hungría y los Balcanes los oficiales consulares españoles lograron dar protección -otorgándoles la ciudadanía- a otros 3.200 judíos, muchos de ellos sefarditas.

Sin embargo, no se abandonó del todo la colaboración con la Alemania nazi, y el tono proalemán de la prensa española no cambió hasta después de la guerra. El éxito de la toma de Francia por los Aliados convenció a Franco de que Alemania no tenía ninguna posibilidad de vencer, pero era difícil para los líderes del Régimen imaginar la desaparición total del Reich.

Seguían creyendo que el resultado sería algún tipo de acuerdo negociado en el que sobreviviría el Estado alemán, aunque ligeramente debilitado. Aunque de forma encubierta, continuaron ofreciendo una mínima ayuda -instalaciones para la inteligencia alemana y el primer envío de la nueva droga mágica, la penicilina- con la esperanza de tomar el relevo de Italia como el aliado número uno de Alemania en el sur de Europa.

Jordana, que había logrado que España abandonara en gran medida su actitud colaboracionista, murió de forma repentina como resultado de un accidente de caza a principios de agosto. Para sorpresa de casi todo el Gobierno, le sustituyó José Félix de Lequerica, que había sido embajador en Francia durante los últimos cinco años. Allí se había ganado la descripción de ser más alemán que los alemanes e incluso se le conocía como el embajador de la Gestapo por su costumbre de almorzar con el jefe de la Gestapo en el París ocupado. A Carrero Blanco le parecía que era un hombre sin principios, pero a Franco le parecía adecuado por su pragmatismo, porque había quemado todas sus posibilidades en la política y porque estaba totalmente comprometido con el Régimen. Desde su puesto de Ministro de Exteriores, este oportunista y ex simpatizante del nazismo, se dedicó a lanzar la democracia tradicional en España, la identidad ultracatólica del Régimen, la vocación americana de los españoles y su relación más estrecha con Latinoamérica y la necesidad de una nueva política de cooperación atlántica.

En el verano de 1944 España se incorporó, de hecho, al entramado militar de los Aliados, a los que se concedió el derecho de sobrevolar el espacio aéreo español, de realizar controles antisubmarinos y de evacuar heridos de Francia pasando por España. El 6 de junio Franco le explicó al embajador americano que confiaba en que Gran Bretaña y Estados Unidos defendieran Europa del comunismo después de la derrota de los alemanes. El 21 de agosto la prensa española recibió instrucciones de ser realmente neutral a la hora de hacer comentarios sobre la situación internacional, con la excepción expresa de lo que estuviera relacionado con la Unión Soviética. También recibió la orden de dar un tratamiento de favor a Estados Unidos al mencionar su papel en la guerra del Pacífico. Barcelona se convirtió en un puerto franco para el paso de material aliado y en febrero de 1945 se permitió el uso regular de instalaciones españolas a los aviones de transporte americanos.

Animado por el discurso de Churchill de mayo del año anterior, Franco le escribió una carta personal y bastante autocomplaciente el 18 de octubre en la que hablaba de la necesidad de una relación más cercana para salvar a Europa occidental del comunismo. En esta ocasión fue demasiado lejos. Churchill tardó tres meses en responder y cuando lo hizo fue sólo para rechazar su sugerencia en tono desalentador. El embajador británico le hizo saber a Lequerica que el sistema no democrático español era una barrera casi insuperable para mejorar las relaciones. El Ministro le respondió, haciendo gala de una lógica aplastante, que esa no podía ser la explicación dadas las excelentes relaciones que mantenían los aliados con Stalin.

El Generalísimo hizo un intento más en noviembre a través de una entrevista que mantuvo con United Press en la que recordó que su Régimen había mantenido una neutralidad absoluta durante la guerra y no tenía nada que ver con el fascismo, ya que no podía España ligarse ideológicamente con quienes no tuvieron la catolicidad como principio. Se inauguraba así lo que sería la línea ideológica fundamental durante la larga historia del Régimen. Franco insistió en que, a pesar de no celebrar elecciones, su Régimen era una verdadera democracia a su manera; era una democracia orgánica, que se basaba en la religión, las instituciones locales, los sindicatos y la familia. Al mismo tiempo, los portavoces del Gobierno se encargaron de llamar la atención sobre unas elecciones sindicales de escasa importancia que acababan de tener lugar los días 21 y 22 de octubre, y anunciaron que se celebrarían elecciones municipales en el futuro. Franco se había estado preparando para darle un nuevo aspecto al Régimen desde diciembre de 1943 por lo menos, cuando dio instrucciones por primera vez al Ministro de Justicia para que preparara un borrador de una posible ley de derechos civiles.

Sin embargo, Gran Bretaña y Estados Unidos siguieron endureciendo su política, a pesar de que habían tomado la decisión de no intervenir directamente en España. En los primeros meses de 1945 sus embajadores lanzaron repetidas protestas por lo que ellos llamaban el incumplimiento por parte de las autoridades españolas del acuerdo firmado el 1 de mayo de 1944. El Régimen se temía que la nueva administración Truman en Washington fuera más reacia todavía que la de Roosevelt y así se demostró en la conferencia de Potsdam de julio de 1945. En contra de los deseos de Churchill, se recomendó oficialmente a la Organización de las Naciones Unidas, que se estaba creando, que rompiera relaciones con el Gobierno español y que se diera apoyo a las fuerzas democráticas para que España tuviera el régimen que quisiera.

La reunión en que se fundó la organización internacional aquel verano en San Francisco, marcó la victoria total para la nueva Junta Española de Liberación formada por los republicanos y los partidos de izquierda en el exilio. La moción que presentó el Gobierno de México -máximo enemigo de Franco en Latinoamérica- en la que se excluía al Gobierno español, fue aceptada por aclamación general. La nueva ola de izquierdismo en la Europa occidental de posguerra -que llevó a los laboristas al Gobierno británico y pronto instalaría una coalición de izquierdas en Francia- estableció nuevas administraciones cuyos líderes habían jurado hostilidad al Régimen español. La Unión Soviética, el enemigo permanente de Franco, fue un paso más allá, inició una campaña diplomática contra los cinco gobiernos neutrales a los que acusaba de haber favorecido a Alemania durante la guerra -España, Portugal, Suecia, Suiza y Argentina- y exigía que se aplicaran medidas urgentes contra ellos.