Comentario
En el cambio de Gobierno de julio de 1962 confluyó un conjunto de factores. En primer lugar, el cambio se produjo después de los habituales cinco años de gestión ministerial que solía considerar Franco. Sin embargo, hay que tener también en cuenta el extraño accidente de caza que sufrió el dictador en diciembre de 1961. El accidente ponía en cuestión el tema de la continuidad del Régimen, por lo que el nuevo gabinete incorporó la figura del vicepresidente del Gobierno, a cargo del general falangista Muñoz Grandes. Otros acontecimientos imprevisibles, como el estallido de las huelgas generalizadas de mayo de 1962 o el coloquio europeísta de Munich, un mes más tarde, ayudaron a que se realizase un amplio reajuste del Gobierno.
De él desaparecían los veteranos Arrese, Sanz Orrio o Arias Salgado, desgastado por el tratamiento informativo de Munich, mientras que la incorporación más importante era la de Manuel Fraga. El joven ministro, catedrático de Derecho Político, había sido previamente colaborador de Joaquín Ruiz Giménez en Educación, de Solís en la Secretaría General del Movimiento y, sobre todo, de su amigo Castiella en el Instituto de Estudios Políticos. Como a otros miembros del Gobierno resulta difícil adscribir a Fraga a una de las tradicionales familias políticas del régimen franquista. Aunque se había iniciado en círculos falangistas y era un entusiasta de la reforma administrativa, su deseo de promover un movimiento de clases medias dentro del Movimiento había chocado tanto con Solís como con Carrero. Dentro del nuevo gabinete, y a pesar de sus prontos autoritarios, Fraga fue, sin lugar a dudas, el ministro más decididamente abanderado de una reforma política todavía anclada, no obstante, en una especie de democracia limitada.
Desde luego, los proyectos de institucionalización del régimen, dada la creciente incertidumbre por el futuro después de Franco, no fueron obra de un solo ministro o grupo de ellos. Además de Fraga, otros ministros como Solís o el tándem Carrero-López Rodó prepararon diversos proyectos constitucionales. Sin embargo, la resistencia de Franco a cualquier limitación de su poder hizo prematuras las tentativas institucionalizadoras. Planes de reforma del régimen como las asociaciones del Movimiento, una tercera cámara sindical, la Sucesión o la separación de las figuras de la Jefatura del Estado y de la Presidencia del Gobierno fueron demorados durante años.
En el seno del gabinete de 1962, pero sobre todo en el formado tras el reajuste ministerial de 1965, se produjo un claro alineamiento de dos bloques y una lucha de tendencias. Por un lado, había un sector de ministros de origen falangista pero con cierta propensión a las reformas políticas. Entre ellos, se encontraban sobre todo Fraga, Castiella y Solís, con el apoyo del almirante Nieto Antúnez y del vicepresidente Muñoz Grandes. Desde 1965, entre este bloque aperturista y el sector tecnócrata, liderado por Carrero y por López Rodó, hacía de puente arbitral el nuevo ministro de Obras Públicas, Silva Muñoz. Procedente de la Acción Católica Nacional de Propagandistas, Silva simbolizaba la transformación y la división de la familia nacionalcatólica en el seno del régimen. La mayor parte de los nuevos ministros tendían a alinearse, sin embargo, con Carrero Blanco, quien en septiembre de 1967 pasó a desempeñar la vicepresidencia del Gobierno en sustitución del agotado y regencialista Muñoz Grandes.