Comentario
La época de Teodosio de Teodosio propició que la Iglesia desarrollase un poder tal que la vida del Imperio y su propia descomposición aparecen íntimamente vinculados a ésta. Su pacifismo o, más exactamente, en palabras de Gibbon, "la predicación cristiana de paciencia y pusilanimidad", restó energía a la reacción militar del imperio. Mientras el imperio occidental sufría las tormentas de las invasiones del siglo V, Agustín y los cristianos de su tiempo se preguntaban si la guerra en defensa propia estaba o no justificada. Se establecía como principio fundamental el perdón a los prisioneros de guerra y se predicaba un universalismo que atacaba directamente los valores de la romanidad. Agustín afirmaba que "la ciudad de Dios tiene tanto sitio para godos como para romanos" y otros, como Salviano de Marsella, alababan la pureza de las costumbres bárbaras y los consideraban como salvadores del Imperio. Ciertamente esta corriente de opinión no fue ajena al hecho de que, al menos desde la época de Teodosio, la resistencia a los bárbaros ya no fuese una opción. Los bárbaros se iban instalando en el Imperio y en todas las escalas administrativas y de poder. Las guerras fueron en estos últimos años determinadas más por los enfrentamientos entre unos y otros bárbaros (los instalados dentro del Imperio y los invasores) que por la defensa del mundo romano frente a ellos.
A la muerte de Teodosio es el general vándalo Estilicón quien actuará, de hecho, como el verdadero dueño del poder en la parte occidental del Imperio. En Oriente había sido proclamado emperador el hijo mayor de Teodosio, Arcadio, mientras que Honorio, aún un niño, quedaba como emperador de Occidente bajo la tutela de Estilicón, el cual había sido nombrado por Teodosio jefe de los ejércitos para las dos partes del imperio.
Desde el 395 hasta la caída de Estilicón, en el 408, se producen dos acontecimientos especialmente relevantes. El primero se refiere a la instalación de facto en el Ilírico de un Estado bárbaro a cuyo frente estaba Alarico y a la imposibilidad de evitar las oleadas germánicas que, durante estos años, saquearon las Galias, el norte de Africa, Hispania e Italia, obligando al emperador a elegir como nueva capital Rávena, más fácil de defender que Milán. El segundo acontecimiento se refiere a las tensiones surgidas entre Estilicón y los consejeros de Arcadio, Rufino y, a la muerte de éste, el eunuco Eutropio. Las hostilidades entre éstos marcaron la ruptura de relaciones entre los emperadores, llegando incluso a temerse una guerra entre ambos imperios. Los distintos pueblos bárbaros fueron utilizados por uno u otro emperador con el fin de debilitar a la parte contraria, como hizo Arcadio con el príncipe bereber Gildón, que sublevó el Magreb contra Honorio. Éste lo hizo a su vez con Alarico a fin de sustraer el Ilírico oriental a Arcadio. La fisura entre ambos Imperios (difícilmente se puede hablar ya de un único imperio) era un hecho irreversible.
En esta situación, los estados bárbaros surgidos dentro del Imperio se consolidaban y ampliaban sus demandas sin cesar. Alarico, que no obtuvo de Honorio las tierras, dignidades e indemnizaciones que pretendía, no dudó en dirigir su ejército contra Roma, a la que sitió por primera vez en el 408. La situación de pánico supuso la vuelta a los antiguos dioses y los senadores hubieron de comprar la retirada de Alarico y el inicio de negociaciones mediante el pago de una indemnización. Ya no es sorprendente que Alarico debatiese en el Senado el alcance de sus pretensiones ni que éste llegara a designar a un nuevo y efímero emperador, elección que recayó en el prefecto de la ciudad, Atalo, que poco después sería depuesto por el propio Alarico. Pero la aceptación de las demandas de Alarico suponía en cierto modo la defección del Imperio Occidental. En el 410 Alarico no se limito a sitiar Roma, sino que entró por la vía Salaria y sometió la ciudad a un saqueo feroz, respetando únicamente las iglesias. Al cabo de tres días abandonaron la ciudad, llevándose numerosos cautivos, entre ellos a Gala Placidia, hermana del emperador que, posteriormente, se casaría con el sucesor de Alarico, el príncipe visigodo Ataúlfo.
El saqueo de Roma conmocionó a todo el Imperio. En casi todas las obras de la época se alude a este hecho en términos de estupor. Jerónimo se preguntaba "cómo era posible que fuese conquistada la propia ciudad que había conquistado el Universo". La respuesta que gran parte de la opinión pública dio a este hecho insólito fue el abandono de la antigua religión: "Perdiendo a sus dioses, Roma está perdida". Este convencimiento debió ser tan profundo en una población traumatizada, que Agustín decidió escribir "La Ciudad de Dios", precisamente para combatir el alcance que esta opinión iba teniendo.
A la muerte de Honorio, en el 423, Teodosio II, hijo de Arcadio, apareció momentáneamente como emperador de ambas partes del Imperio. Pero poco después fue proclamado emperador Valentiniano III, hijo de Gala Placidia y de su segundo marido, Constancio, general que había sido proclamado augusto por Honorio a comienzos del 421 y que había muerto ese mismo año.
Durante la regencia de Gala Placidia, el hombre fuerte de Occidente fue el general Aecio, que consiguió mantener precariamente la paz por algún tiempo, entre otras razones por la amistad que le unía al rey de los hunos, lo cual le permitía disponer de un ejército de bucelarios a su voluntad. Sus excelentes relaciones con el Senado de Roma se constatan en la sesión senatorial en la que se aprobó para Occidente el "Código Teodosiano", recopilación jurídica llevada a cabo en Oriente por iniciativa de Teodosio II.
Pero Valentiniano III, tras la muerte en el año 450 de su madre, adoptó una actitud hostil hacia el Senado. En un Imperio asolado y devastado por las invasiones, los senadores seguían detentando enormes dominios, denominados massae (los más extensos) y fundi (los de menor extensión). El patronato se había extendido y desarrollado en todos estos grandes dominios y su tendencia a la autarquía y a la independencia del poder central suponía un elemento no sólo de debilidad de las arcas estatales, sino de anarquía e inestabilidad social para el Imperio. Su política activa contra los enormes poderes de estos domini casi feudales, fue la causa de la muerte de Valentiniano III en el Campo de Marte, víctima de una conjura, en el 455. Con él desaparecía la dinastía teodosiana.
Como los conjurados habían sido los grandes propietarios clarissimi, el poder imperial pasó a sus manos. Petronio Máximo, tal vez el más rico de los senadores de Roma, se hizo proclamar emperador. Las princesas se convirtieron en presas codiciadas, tanto por los usurpadores como por los pretendientes bárbaros al Imperio, deseosos todos de legitimar su poder. Petronio forzó a Eudocia, hija mayor de Valentiniano III, a casarse con él. Atila había solicitado a Valentiniano la mano de Honoria, hermana del emperador. Aecio obtuvo para su hijo la mano de la hija menor del emperador, Placidia, que a la muerte de éste fue obligada a casarse con Paladio, hijo de Petronio. Genserico, para vengar la muerte de Valentiniano III, asesina a Petronio Máximo y obliga a Eudocia a casarse con su hijo Hunerico. Los pretendientes al Imperio seguían manteniendo la ficción de establecer dinastías vinculadas al linaje imperial.
El nuevo emperador, Avito, fue proclamado en Arlés, en las Galias, y era miembro de la aristocracia galo-romana. Pero el general suevo Ricimero se convirtió en el nuevo hombre fuerte, gracias a la numerosa tropa de elementos fieles de que disponía. Él fue quien decidió la muerte de Avito y el nombramiento del nuevo emperador, Mayoriano, así como su posterior eliminación. También elevó y destronó a los siguientes emperadores: Libio Severo y Antemio. A éstos les sucedieron Glicerio y Julio Nepos. Toda esta serie de sucesiones fue acompañada por una sucesión ininterrumpida de guerras civiles. La propia institución imperial había alcanzado tales cotas de desprestigio en el imperio occidental, que los emperadores carecían del mínimo grado de autoridad.
En el año 475 el patricio Oreste, jefe de los ejércitos, designó emperador a su hijo Rómulo, llamado -por su corta edad- Augústulo, a fin de poder controlar el poder en su nombre. Pero las revueltas de los soldados de Italia, que no habían recibido su paga, dieron la ocasión al jefe bárbaro Odoacro de asumir el poder, eliminando primero a Oreste y, poco después, a Rómulo Augústulo, último emperador de Occidente, destronado en el 476. Esta fecha señala el fin del Imperio Romano occidental y así lo entendieron también los autores antiguos. El historiador Símmaco, cónsul en el 485, señalaba en su "Historia Romana" -no conservada- la desaparición del Imperio de Roma y Jordanes, basándose en él, afirma: "Así el Imperio occidental y el principado del pueblo romano que el primero de los Augustos, Octavio Augusto, había ostentado a partir del año 709 de la fundación de la Ciudad, perecieron con este Augústulo en el 522 del reinado de los emperadores que le habían precedido".