Comentario
El siglo XVII representó la época dorada del arte procesional. Se había realizado multitud de pasos procesionales, que dejaron colmados los deseos de las cofradías. En el siglo XVIII la tarea que se impusieron las cofradías fue la de conservar los pasos, procediendo a continuas restauraciones.
Sin embargo, en un punto brotó con lozanía el arte procesional. El acontecimiento tuvo lugar en Murcia, donde coincidieron dos circunstancias. De un lado, la prosperidad de la región murciana y, por otro, la existencia de un taller escultórico, activo en la región (Murcia y Alicante), en el que sobresalió el gran escultor Francisco Salzillo.
El taller lo creó Nicolás Salzillo. Ya en 1700 triunfó en un concurso para ejecutar un paso de la Sagrada Cena, conjunto de escasa valía, pero noticiable por el intento de reunir un grupo tan numeroso de figuras. Su hijo Francisco Salzillo realizó varios pasos procesionales para la misma cofradía: la de Jesús Nazareno.
Se trata de pasos de varias figuras, constituyendo escenas completas. Son de madera policromada, pero asimismo se usan trajes naturales. Nadie como Salzillo aplicó el criterio de hacer presente del pasado, y la Pasión es interpretada por personajes tan populares que hasta se identifican por sus nombres. Esto le permitió lograr la mayor aproximación a la realidad cotidiana. Igual que los pasos vallisoletanos, los de Salzillo se componen de varias figuras en grandes plataformas, pero hay menor riqueza de puntos de vista, de suerte que propenden a la perspectiva frontal, hasta el extremo de que se ha considerado probable que se inspirara en grabados.
Hay que observar que se trata de una obra escultórica de producción tardía. Salzillo inició su actividad escultórica hacia 1730. No obstante, el primer paso le fue encargado en 1752: es el paso de la Caída. En otras poblaciones españolas había comenzado ya el declive de la Semana Santa y de las procesiones. Sólo en Murcia hubo un ascenso, pero sin duda la popularidad estaba en relación con la euforia económica que se vivía en esta región.
El paso de la Caída está constituido por cinco figuras. Cristo se halla caído; mientras el Cirineo ayuda a levantar la cruz, un sayón va a descargar su cachiporra. La composición es tan frontal que se comporta como relieve. El paso, además, está compuesto sobre un suelo de tierra natural, a diferencia de las planas plataformas vallisoletanas.
El paso de la Oración del Huerto data de 1754. Por necesidad requiere colaboración paisajística: el árbol. En el suelo, acoplados a las irregularidades del terreno, se hallan profundamente dormidos san Pedro, san Juan y Santiago. Tan horizontalmente ha sido concebido este pequeño grupo, que sólo desde los balcones puede disfrutarse del conjunto. Por ello, las miradas se dirigen hacia el grupo constituido por Cristo y el Angel que le consuela.
En 1762 concierta el paso de la Sagrada Cena. Es de ponderar el esfuerzo que realizó Salzillo para huir de la monotonía. Cambió los colores, los movimientos, las miradas y tipos de cabello y barba. Eso hace que no entorpezcan la visión unas figuras a otras. El Prendimiento (1763) se desdobla en dos asuntos. Por un lado está el anecdótico de san Pedro a punto de cortar la oreja de Malco. Pero la acción se dirige a las cabezas de Cristo y Judas. El brutal beso de concupiscencia de Judas no engaña a Cristo, que le taladra con su mirada.
En 1777 entregaba el paso de los Azotes. Es obra claramente neoclásica. Cristo permanece insensible a los espinos que le amenazan. Uno de los sayones pone el pie en la columna para apoyarse, en un movimiento que se diría de danza.
El repertorio de pasos procesionales creció en Salamanca, en el ámbito de la cofradía de la Vera Cruz. Se renovó el templo, se hizo el retablo mayor por Joaquín de Churriguera y se fabricó la capilla de las Angustias. Adquirieron el patronato de esta capilla el matrimonio compuesto por don José Calvo Tragacete y doña Francisca de Mercadillo. Encargaron al escultor valenciano Felipe del Corral una copia de la Virgen de las Angustias de Juan de Juni. La obra fue realizada en Madrid, donde tenía taller el maestro. Hubo de servirse de algún grabado o de copias de barro de la figura, que estaban muy divulgados. La obra fue llevada procesionalmente desde Madrid, llegando a Salamanca poco antes de 1714. Objeto de intensa devoción, figuró en los cortejos procesionales desde 1754.
El escultor vallisoletano Alejandro Carnicero, afincado en Salamanca, hizo al menos dos pasos de varias figuras. Afirma Ceán Bermúdez que Carnicero realizó en Salamanca el paso de los Azotes y otros que se sacan en procesión por semana santa. Se conserva este paso. Está compuesto a la manera de Gregorio Fernández, es decir, con la figura de Cristo atado a la columna en el centro, rodeado por tres verdugos.
La diferencia es el movimiento giratorio. En la Biblioteca Nacional se guarda un dibujo de este mismo tema, firmado por Alejandro Carnicero. Sin duda lo entregó Carnicero como modelo, pero después introdujo variantes. Con todo, es un inapreciable testimonio de la contribución del dibujo a la escultura procesional, pues es el único conservado. Asimismo, de Alejandro Carnicero es el paso del Ecce Homo o de la Caña.
Finalmente, del gran escultor Luis Salvador Carmona también se poseen esculturas hechas para cofradías, lo que significa que las usarían para sacar en procesión. Tal sucede con las imágenes que hiciera para La Granja, donde radicaban las cofradías del Santísimo Sacramento y Animas y la de Nuestra Señora de los Dolores. Procesional es una de sus más famosas imágenes: el Cristo del Perdón. El mismo carácter procesional tiene el Cristo del Perdón del Hospital de Santa Ana, de Atienza (Guadalajara), que estuvo al cuidado de una cofradía.