Época: Barroco Español
Inicio: Año 1600
Fin: Año 1699

Antecedente:
Gregorio Fernández y su escuela

(C) Isabel del Río



Comentario

Entre 1601 y 1606, la capital de España se estableció en Valladolid por la hábil política de beneficio personal que mantuvo el duque de Lerma. En estos años la ciudad se afianzó como centro de la nobleza y de encuentro de intelectuales y artistas. Aquí coincidieron Góngora, Cervantes, Quevedo y el arquitecto Juan Gómez de Mora. Quevedo, en un magnífico soneto, describió el inmoral despilfarro que se practicaba en Valladolid con el pretexto de entretener a los visitantes capaces de influir en la voluntad real. Gregorio Fernández, con Millán de Vimercato, quien había trabajado en El Escorial, realizó esculturas para el salón de fiestas del palacio de la Ribera, residencia del rey, donde trabajaba el más importante de los escultores, Pompeo Leoni. Varios meses de 1603 estuvo Pedro Pablo Rubens en la Corte, en este enrarecido ambiente de maquinaciones e intrigas. Todas las órdenes se habían volcado sobre la ciudad y las construcciones monásticas no se paralizaron por el retorno de la Corte a Madrid; hasta 1630 no estuvieron terminados el Carmen Calzado, el Carmen Descalzo, Porta Coeli, las Agustinas Recoletas, San Diego o los Mercedarios Descalzos.
Los pintores de cámara Carducho y Pantoja de la Cruz siguieron al Rey en su vuelta a Madrid; lo mismo hizo Mora. Gregorio Fernández, pese a que Leoni murió en 1608, se quedó en Valladolid, ciudad que mantenía una actividad comercial muy importante y poseía instituciones arraigadas desde el siglo XVI, como la Real Chancillería y la Universidad, que continuaron en funcionamiento. La clientela, por tanto, que podía tener el escultor era muy adecuada y el nivel cultural, de primer orden. En Valladolid había importantes colecciones privadas. En el palacio Ribera había pinturas de Veronés y esculturas de Giambologna decorando los jardines, la de Sansón y el filisteo fue regalada en 1623 al príncipe de Gales, cuando acudió a Valladolid acompañado por el duque de Buckingham para concertar su matrimonio con la infanta María. Es decir, Gregorio Fernández estuvo en una situación de privilegio, pudo aprender mucho de las colecciones privadas y de estos notables artistas, los del arte oficial, llegados de Madrid. De esta influencia, donde imperaba el más exquisito gusto por la estética clasicista, nació una obra maravillosa: el Arcángel San Gabriel (Museo Diocesano de Valladolid), talla directamente inspirada en el Mercurio de Giambologna (1529-1608), un prodigio de acrobático equilibrio. San Gabriel es una delicadísima figura que se sostiene en la punta del pie; el cuerpo desnudo, una línea diagonal abierta por las proyecciones del brazo y la pierna. Las bellas proporciones y suave anatomía pertenecen a un modo de hacer sensual y ligero, como es el arte del clasicismo. En la parroquia de Tudela de Duero (Valladolid) tenían un retablo del siglo XVI, que fue completado por el joven Fernández, a quien, aparte, le compraron este famoso arcángel.

En 1611 realizó el tabernáculo de Tudela de Duero (Valladolid), un mueble sagrado que en el clasicismo mantuvo una forma de templete -el de El Escorial impuso la moda-, ahora se transforma en una imitación de las custodias procesionales. El primer caso de la historia donde se reproduce la custodia en el tabernáculo del retablo es el de la catedral de Toledo (1500) y se hizo por una voluntad de resaltar que tamaño aparato ornamental se fundamentaba en el misterio de la Eucaristía. Hacer este tipo de tabernáculos fue una especialidad del taller de Gregorio Fernández; en la provincia de Valladolid están los de Villaverde de Medina y Velliza y hay otro en la localidad burgalesa de Villaveta. El coste de un nuevo retablo representaba toda una fortuna y muchas iglesias se conformaron con renovar el tabernáculo en el que, por su uso diario, puertas y cerrajes se deterioran fácilmente.