Época: Arte Español del Siglo XVIII
Inicio: Año 1700
Fin: Año 1800

Antecedente:
El obrador del Palacio Real

(C) María Concepción García Gaínza



Comentario

La obra de Felipe de Castro marca en la escultura la inflexión hacia el neoclasicismo. Castro ofrece la imagen del artista culto que además de ser escultor y excelente dibujante fue escritor y poeta, facetas a las que se une su actividad de profesor académico. Nacido en la comarca de Noya en los primeros años del siglo XVIII, su primera formación tiene lugar en Santiago junto a Miguel de Romay para pasar después a Portugal y finalmente a Sevilla, donde entra en el taller de Pedro Duque Cornejo con el que permanece siete años. No obstante, poco quedará en Castro del barroquismo del imaginero sevillano, pues una dilatada estancia en Roma (1733-1746) le permitió colaborar primero con Giuseppe Rusconi, discípulo del famoso escultor Camilo Rusconi, y después con Filippo della Valle. Alumno de la Academia de San Lucas de Roma ganará en 1739 la primera medalla de escultura y más adelante será nombrado Académico de Mérito.
El eco de la fama ganada en Roma llega a oídos del rey Felipe V, quien lo hace venir a España a fines de 1746. Al año siguiente el rey Fernando VI le nombra su escultor personal y, como artista que goza de la confianza regia, es designado director extraordinario de escultura de la Academia para mantener la Junta Preparatoria bajo el directo control real. Análogas pretensiones regias encierra el nombramiento de Felipe de Castro en 1749, como codirector del taller de escultura del Palacio Real, cuyos trabajos se repartirá a medias con Olivieri. En una carrera ascendente de cargos y honores, Castro será nombrado en 1752 tras la inauguración de la Academia, director de Escultura al frente de tres tenientes directores: Luis Salvador Carmona, Juan Pascual de Mena y Roberto Michel. Finalmente en 1763 conseguirá ser nombrado director general de la Academia.

La intensa actividad docente y directiva llevada a cabo por Felipe de Castro le impidió plasmar una amplia obra escultórica, a pesar de su larga vida, ya que muere en 1775. Como cabe esperar de un artista con su trayectoria, la escultura de Castro se inscribe casi exclusivamente bajo el epígrafe de arte oficial o arte cortesano. Su participación en el programa del Padre Sarmiento para el Palacio Real Nuevo, puesto en marcha en 1749, el mismo año de su incorporación como director al obrador real, le llevó a esculpir algunos reyes, entre ellos los monarcas reinantes Fernando VI y Bárbara de Braganza, a quienes había retratado nada más llegar a España; bustos que ocupan hoy el ático de la fachada principal. También esculpió a Ataúlfo, Walia, Turismundo y Enrique IV, además de Felipe II -uno de los mejores, acertado en el parecido y en la actitud- así como a Luis I, para la balaustrada de palacio. Las estatuas de los emperadores Trajano y Arcadio, para el piso principal, muestran la asimilación de la escultura romana, cuyo clasicismo sirve de contrapunto a las estatuas de Teodosio y Honorio, más esbeltas y gráciles, de Olivieri.

Realizó también Castro el famoso León de la fachada principal y otro más para la escalera de Palacio, además del boceto en barro de la Batalla del Salado, tema de una de las medallas militares de la galería. También participó con Roberto Michel y otros maestros en el conjunto de Ángeles en estuco que decora la Capilla Real. Importante es la aportación de Felipe de Castro al retrato regio, coincidiendo con el reinado de Fernando VI. Así, por encargo real ejecutará entre 1746 y 1747 los bustos de Fernando VI y Bárbara de Braganza, posando los reyes para el escultor. Se conservan los modelos en yeso de los citados bustos en la Academia de San Fernando, que sirvieron para realizar la pareja de retratos en mármol que firmados por Castro guardan las Salesas Reales. Estos bustos se hicieron por orden de Carlos III y representan a los reyes idealizados; Fernando VI, con la cabeza coronada de laurel, como un nuevo Apolo. La evolución hacia el neoclasismo patente en estos bustos ha hecho desaparecer el ímpetu expresivo que conservaban los retratos de Olivieri.

Muy interesantes para conocer la personalidad artística de Felipe de Castro son los numerosos dibujos, tanto de tema mitológico como religioso que de él se conservan.