Comentario
Nada más llegar a Madrid, en agosto de 1753, fue nombrado Giaquinto Primer Pintor de Cámara, puesto vacante desde el regreso a Francia el año anterior de Louis-Michel van Loo. Se encargaría, además de decorar al fresco los techos del nuevo Palacio Real, de toda la dirección artística del mismo; ello demostraba que el rey Fernando VI y Carvajal no sólo admiraban su arte, sino que le consideraban la persona idónea para tan complejo y variado cometido. Además, el 8 de diciembre el Rey le nombraba director general de la Academia de San Fernando, cargo que compartiría con otros dos artistas italianos, el arquitecto Giovanni Battista Sacchetti y el escultor Giovanni Domenico Olivieri. Con este nombramiento no sólo se pretendía concederle los máximos honores, sino también que su influencia en la orientación de la pintura en línea rococó fuese decisiva; esos deseos los expresaba muy claramente Alfonso Clemente de Aróstegui en una de sus cartas: "así pillará más ánimo y los buenos se aplicarán más a imitarle". En pocas palabras, Giaquinto era la figura artística indiscutible de la Corte.
Antes de aplicarse a la decoración de techos, recibió el encargo de pintar dos series de lienzos religiosos, con predominio de los referidos a la Pasión de Cristo, una para el Reclinatorio (oratorio) del Rey y otra para el Reclinatorio de la Reina (hacia 1754-55) en el Palacio del Buen Retiro. Esos cuadros, hoy conservados en el Prado y en otros museos e instituciones, muestran el predominio de una refinada y fría gama cromática y la factura abreviada, casi abocetada, peculiar de Giaquinto por entonces.
En esos mismos años pintó también siete lienzos para completar la decoración de la Sala de la Conversación (actual Comedor de Gala) del Palacio de Aranjuez, que había quedado incompleta a la muerte de Amigoni; cuatro narran pasajes de la Historia de José, y los tres restantes son alegorías. De hacia 1755 sería también su magnífico cuadro alegórico de La Paz y la Justicia (Prado), en el que aúna Giaquinto un gran sentido escenográfico con unas sutilezas cromáticas de extraordinaria belleza.
Los compromisos oficiales también le llevaron a dirigir y realizar pinturas para la gran fundación de Fernando VI y Bárbara de Braganza en Madrid, el convento de las Salesas Reales. Para los frescos de las bóvedas de su iglesia realizó Giaquinto los bocetos (hacia 1757), que ejecutarían Antonio y Luis González Velázquez. Unos años antes había pintado dos grandes lienzos de altar, una Sagrada Familia (1753), que se colocó en la sala del capítulo, y otro de San Francisco de Sales y santa Juana Chantal adorando al Sagrado Corazón de Jesús, en el altar de la primera capilla de la epístola; éste, sin duda, es uno de los más hermosos cuadros religiosos de Giaquinto, lleno de emotiva espiritualidad y aciertos en la recreación de la visión sobrenatural.
Trabajador infatigable, Corrado Giaquinto no paró de dibujar y hacer bocetos. Como Primer Pintor de Cámara le correspondió supervisar la realización de cartones para tapices de la Real Fábrica de Santa Bárbara, de los que la serie de la Historia de José fueron todos de su invención. Bajo sus órdenes se hicieron series de tapices para adornar el Palacio Real y el de El Pardo.
Pero sus intervenciones artísticas más sobresalientes las encontramos en los techos del Palacio Real. Primero decoraría la Capilla, comenzando por la cúpula (1755), donde representó una Gloria celestial, que resumía sus experiencias anteriores en Roma y en Cesena, y a San Hermenegildo, San Isidoro, San Isidro Labrador y Sta. M.ª de la Cabeza en las pechinas. Después continuaría en 1756 con la bóveda de ingreso, donde pintó el espectacular fresco de Santiago en la batalla de Clavijo; la bóveda del presbiterio, con La Santísima Trinidad con Cristo Muerto, y la del coro.
En 1759-60 pintó el gran fresco de España rindiendo homenaje a la Religión y a la Iglesia sobre el Salón de Baile, después convertido en la definitiva y actual escalera principal. A continuación pintó la última gran realización del maestro de Molfetta en España, el fresco del Nacimiento del Sol y Alegría de la Naturaleza (1761-63). Ambas obras, deslumbrantes de fuerza, colorido y belleza, muestran el nivel máximo de la maestría de Giaquinto.
Paralelamente a su actividad pictórica, se dejó sentir la desbordante presencia de Giaquinto en la Academia de San Fernando, con sus enseñanzas y con sus ideas estéticas, que se convirtieron sin imposición en norma para sus muchos y jóvenes discípulos y seguidores, que copiaban al maestro e imitaban su alegre y resuelta manera de pintar.
La década de estancia de Giaquinto en España (1753-62) fue la del triunfo de la pintura rococó en la Corte y en la Academia, y la orientación de las artes estuvo totalmente en sus manos. Pero en febrero de 1762, Corrado Giaquinto solicitaba al nuevo monarca, Carlos III, permiso para marchar a Nápoles, alegando su mala salud; tenía el brazo dolorido y torpe para pintar, a causa de lo húmedo de la cal que se utilizaba en los frescos. Aparte de esos motivos, totalmente ciertos, otros de índole artística debían pesar en la decisión de regresar a Italia: los gustos estéticos del nuevo monarca, más clasicistas y menos rococós, y la llegada de un gran competidor en 1761, el gran pontífice del idealismo clasicista, Antón Rafael Mengs, que iba a ser el mentor artístico de la nueva época carolina. Con un permiso temporal llegó Giaquinto a Nápoles en julio de 1762, pero ya no regresó. Moría en 1766 en la ciudad del Vesubio.