Comentario
Fernando de Casas, reclamada su presencia en otras obras, dejó al frente de la capilla lucense a su aparejador Lucas Ferro Caaveiro, limitándose el arquitecto a visitar y supervisar su evolución en algunas ocasiones hasta su conclusión en 1736. Al mismo tiempo, Casas trabajó como maestro de obras de San Martín Pinario, monasterio que atravesaba entonces por uno de sus períodos más prósperos y necesitaba concluir la edificación de sus dependencias y engalanar la iglesia con magníficos retablos. Así, en 1730 se le encomendó la traza del retablo mayor, en donde el arquitecto desplegó toda su capacidad inventiva hasta diseñar ese magnífico iconostasio que separa dos recintos de la iglesia y que se alza como un apoteósico Triunfo de la Orden Benedictina.
Casas y Novoa concluyó finalmente la construcción del claustro procesional, al que faltaban las crujías del lado este (fechadas en 1743), remató la portada principal del monasterio con la adición de la escenográfica peineta y colocó, en el centro del claustro, una fuente, la fons vitae, habitual en todos los claustros monásticos. En el interior de la iglesia, Casas construyó la capilla de la Virgen del Socorro, aprovechando y prolongando la superficie de la segunda capilla del lado de la epístola. En su planta, Casas recoge la experiencia apuntada en la capilla de la Virgen de los Ojos Grandes, en cuanto a la tendencia a un dominio del espacio centralizado presidido por la cúpula, así como la imbricación de retablo y arquitectura, repitiendo en el camarín de la Virgen del Socorro la tipología del lucense. También responde a su concepto arquitectónico la distribución espacial del interior, las grandes pilastras corintias y el volado entablamento, así como la utilización de la policromía en las paredes mediante la alternancia de materiales distintos que ya había ensayado en la capilla del Pilar. En 1740 se concluye la sacristía del monasterio, también de planta centralizada, y en esos momentos Fernando de Casas se hallaba empeñado en lo que sería su obra culminante, la fachada del Obradoiro, el colofón de toda la transformación barroca de la catedral de Santiago.
Sabemos por un dibujo del Informe de Vega y Verdugo cuál era el aspecto de la fachada oeste de la catedral a mediados del siglo XVII, así como las reformas por él aconsejadas y llevadas a cabo en las torres. Por consiguiente, cuando en 1738 Fernando de Casas se hace cargo de la obra, tiene ya un punto de partida, un esquema previo de fachada torreada que él ha de transformar dándole un sentido de arco de triunfo, en el que de nuevo aflora la idea del Triunfo sevillano, así como la necesidad de mantener una iluminación correcta al recinto interior, por lo que toda la parte central se ha de plantear como un enorme espejo o vidriera a través de la cual entre la luz conveniente. Este espejo se une con las partes laterales de la fachada mediante una forma cóncava que dinamiza el muro, decorado por grandes volutas y toda una serie de trofeos y menudos temas vegetales que recorren los lienzos murales hasta rematar en el dinámico templete en el que se recorta la imagen de Santiago peregrino, a quien, en definitiva, va dedicado el Triunfo.
Fernando de Casas muere en 1749, cuando tan sólo quedaban pequeños detalles por concluir en la fachada del Obradoiro, que será rematada por su mejor discípulo, Lucas Ferro Caaveiro, en cuyas manos todo el concepto arquitectónico del genial Casas se hace más refinado y detallista, sobre todo en lo decorativo, hasta enlazar con una sensibilidad rococó.