Época: Arte Español del Siglo XVIII
Inicio: Año 1700
Fin: Año 1800

Antecedente:
La generación de 1670. Casas y Novoa

(C) María Dolores Vila



Comentario

Si Fernando de Casas gusta de la ornamentación naturalista refinada y de detalle, de modo que para él el muro es soporte de una ornamentación, el otro gran arquitecto de esta generación, Simón Rodríguez (1697-1752), opta por valorar el material en sí mismo, dominando a la perfección la estereotomía de un granito que, en sus manos, se geometriza y convierte en el elemento volumétrico desafiante de la estática en esa sucesión de placas que han dado nombre a esta peculiar fase del barroco gallego. Discípulo probable de Domingo de Andrade, de él toma, no el sentido decorativo (que será patrimonio de Fernando de Casas) sino el interés por los volúmenes y las estructuras arquitectónicas, a lo que hay que añadir su dedicación a la retablística y la carpintería, de donde puede proceder la decoración de virutas y placados, que se completarán con las enseñanzas que pudo recopilar de su conocimiento a distintos tratados de arquitectura (Dietterlin, Vredeman de Vries, Caramuel, fray Lorenzo de San Nicolás...).
Aparte de su peculiar interpretación del tratamiento del material, a base del juego de volúmenes geométricos que caracteriza el llamado estilo de placas, Simón Rodríguez es también un anticlásico en cuanto a la concepción estructural del edificio, y prueba de ello es el desafío a la estática y a las normas de la construcción en la fachada del convento de Santa Clara (1719), uno de los edificios más audaces del barroco español, fachada ficticia tras la cual no se halla la iglesia sino simplemente la portería del convento y un pequeño jardín por el que se accede al recinto religioso. El efecto dominante de la fachada es el de un gran retablo pétreo, una obra de marquetería en la cual los distintos elementos decorativos van ganando volumen y fuerza plástica a medida que ascienden en el muro. La decoración se concentra en la calle central, en la que alternan los espacios macizos y huecos flanqueados por una indescriptible variedad de molduras, placas semicirculares y cilíndricas, grapas, volutas, frontones partidos... hasta culminar en el abigarrado frontón triangular que cobija en su parte central el escudo de la Orden y que está rematado central y lateralmente por tres insólitos cilindros que dan un indudable aire de modernidad a la fachada, casi de sensibilidad cubista, como han apuntado tanto Weisbach como Bonet. Según Folgar de la Calle, tal tipo de remate puede inspirarse en algunos grabados de Serlio contenidos en su "Libro Extraordinario", grabados que ya habían inspirado a otras obras españolas del siglo XVII, pero nunca con la audacia y la fuerza plástica de la fachada Clarisa.

Es muy personal también la concepción de sus retablos que, como señala Folgar de la Calle, se convierten en sus manos en escenarios en los que obliga al espectador a penetrar en su profundidad para abarcarlos íntegramente; véase por ejemplo el retablo de la iglesia de la Compañía de Jesús de Santiago (1727), calificado por Otero Túñez como el más barroco y también el más original de los retablos compostelanos. Concebido como una inmensa máquina teatral que sale al encuentro del espectador, en él se rompe con todo sometimiento a un esquema clásico: las calles y cuerpos desaparecen y se enmascaran por el dinámico movimiento de los diferentes planos, el entablamento se quiebra e individualiza sobre cada columna y, sobre el capitel, un cilindro incrementa el efecto de inestabilidad; la decoración naturalista, menuda y refinada de elementos vegetales y trapos colgantes, recorre las columnas panzudas y la gigantesca placa del remate vuela sobre el plano del retablo hasta cerrarse con su masa la dominante tensión vertical de esta calle central.

En 1729 Simón Rodríguez dio las trazas y dirigió las obras de la capilla del Cristo del convento de Conxo (Santiago) destinada a cobijar una imagen del Crucificado atribuida a Gregorio Fernández, donde no sólo se ocupó de la arquitectura sino que diseñó también los retablos y sepulcros. La capilla es de planta de cruz con una nave, crucero de un tramo y capilla mayor rectangular a la que se adosa el camarín; los muros se articulan por medio de pilastras rematadas en su parte superior por movidas placas y el crucero se cubre con cúpula. La tipología de los sepulcros de esta capilla es muy novedosa, ya que se aparta del esquema de los escurialenses para limitarse a un juego de cilindros y volutas que recuerdan a los de la fachada de Santa Clara y que se repiten en la fachada posterior del Colegio de Ejercitantes.

A partir de 1740 la actividad artística de Simón Rodríguez empieza a decaer, sin duda por el peso de la edad, aunque en estos años finales lleva a cabo obras importantes, como la iglesia de San Francisco de Santiago (1740), la capilla de la Tercera Orden Franciscana de La Coruña (1743), quizá la intervención de la iglesia de San Nicolás de La Coruña, y la iglesia del convento de Santa Clara de Allariz (1749).

La iglesia de San Francisco fue cuidadosamente supervisada en su construcción por el arquitecto, pero no pudo evitar que quedase inconclusa a su muerte y que en su fachada interviniese un dictamen de la Academia de San Fernando que obligó a normalizar la traza y a eliminar los excesos barrocos, razón por la cual tan sólo el primer cuerpo mantiene la estructura diseñada por el arquitecto, mientras que los cuerpos se han transformado en un sentido neoclásico. El interior de la iglesia sí responde al planteamiento de Simón Rodríguez, dominando el juego volumétrico de los placados de piedra, el vuelo de las cornisas o la presencia de puertas y marcos de retablos decorados con estos mismos motivos.

Simón Rodríguez muere en 1752 sin llegar a ver concluida la iglesia franciscana, y justamente el mismo año en que se funda en Madrid la Academia de Bellas Artes de San Fernando, que tan virulentamente atacó las libertades compositivas practicadas por el arquitecto y los artistas de su generación, los llamados "fatuos delirantes".