Comentario
Nacido en Cee (La Coruña) en 1639, Andrade estudió en la Universidad de Santiago entre 1654 y 1656 y es probable que haya continuado sus estudios en alguna otra Universidad, quizá en Alcalá de Henares, a donde podría haber acudido por consejo del canónigo Vega y Verdugo, a quien hay que considerar como su más directo maestro, el hombre a cuya sombra forjó su personalidad artística, luego completada con estudios y lecturas que le permitían ser un artista muy al corriente de lo que se estaba haciendo en otros lugares de España, como se recoge en su "Tratado de Arquitectura". No podemos olvidar que fue, además, el prototipo del arquitecto erudito y teórico, él mismo versado en literatura y esporádico escritor que, en su "Excelencias de la Arquitectura", nos resume con claridad cuál es su concepto del arquitecto, eminentemente teórico como proyectista, director de artificios y de artífices, y de la propia arquitectura, a la que concede un papel de privilegio respecto a otras artes, persiguiendo con ello su propio ascenso social, según es común en los artistas de su tiempo. Es interesante destacar las referencias que se hacen en el texto a diversos tratadistas, no sólo de la Antigüedad o del Renacimiento, sino también a los más coetáneos suyos, como el padre Villalpando o Juan Caramuel; asimismo, se menciona a los más ilustres arquitectos del pasado, desde Bramante a Miguel Angel (cuyos ecos, ha señalado certeramente Bonet, se aprecian en el Pórtico Real de la Quintana), así como a algunos coetáneos suyos: Bernini o Herrera el Mozo.
Ya en su primera y más acabada obra, la Torre del Reloj de la catedral de Santiago, Andrade se muestra como innovador en la concepción espacial de sus construcciones, en las que el vacío activo, el hueco, juega un papel al menos tan fundamental como la masa, en una relación de arquitectura y hueco que desarrollarán arquitectos posteriores como Casas o Simón Rodríguez; asimismo, supo interpretar a la perfección el gusto naturalista en la ornamentación que preconizaba Vega y Verdugo, y que será el rasgo distintivo de los arquitectos gallegos de su generación. Todos, con ligeras variantes, van a utilizar una gramática decorativa de frutas, vegetales, trofeos o figuras fantásticas que tiene su origen en Serlio, renovado sin duda a través de la retablística, arte que también practicó Andrade, cuyos comienzos están ligados a la construcción del baldaquino de la catedral de Santiago y que continuó a lo largo de su vida, ya que sabemos que trazó el baldaquino de la Capilla del Cristo de Orense, el retablo del convento de Santo Domingo y el de Santa Clara, ambos en Santiago, o los órganos de la catedral, institución de la que fue maestro de obras entre 1671 (a la muerte de Peña de Toro) y 1711 (cuando le sucedió en el cargo Fernando de Casas y Novoa).
Domingo de Andrade recibió también a lo largo de su vida numerosos encargos de arquitectura civil, viviendas para canónigos y personajes relacionados con la Catedral, unas veces abordando la realización completa de la casa y en otras, dirigiendo o supervisando intervenciones ajenas, como ocurre en la Casa llamada de las Pomas, en la Rúa Nueva de Santiago, cuyo proyecto, de Diego de Romay, fue luego modificado por Andrade.
Pero evidentemente la mayor parte de la vida del arquitecto transcurrió vinculada a las obras encargadas por la catedral de Santiago, de la que tantos años fue maestro de obras: para su engrandecimiento y transformación barroca trazó Andrade sus planos más innovadores, destacando entre todos ellos su actuación en la Plaza de la Quintana, con la construcción de la Torre del Reloj, la remodelación del Pórtico Real y el inicio de la Casa de la Canónica. Con todo ello quedó definido finalmente tan importante espacio urbano, uno de los puntos focales de la urbanística barroca compostelana.
La Torre del Reloj fue la primera intervención en piedra de Andrade (1676-80), pero es sin embargo la obra más innovadora y perfecta de cuantas acometió, incorporando toda su experiencia en el campo de la retablística y de la decoración hasta conseguir esa torre que se ha convertido en uno de los monumentos típicos de Compostela. El punto de partida para la construcción fue la vieja torre del siglo XIV, cuyo primer cuerpo fue aprovechado por Andrade para, sobre él, levantar una estructura cúbica con cuatro templetes circulares en las esquinas y un nuevo cuerpo octogonal con idénticos templetes; el remate se configura con una cúpula, linterna y cupulín.
Innovadora en su estructura y decoración, e incluso en el planteamiento visual con que fue planteada, la Torre del Reloj debe emparentarse, por su tipología, con prototipos renacentistas como el remate de la Giralda de Sevilla, en la que Hernán Ruiz se había enfrentado con un problema similar de intervención en una torre anterior, como señala García Iglesias, para quien Andrade pudo conocer la estructura del monumento sevillano a través del libro de La Torre Farfán sobre las fiestas de canonización de Fernando III el Santo. Hay, no obstante, una diferencia esencial entre ambas torres y es que la Giralda se concibe por el arquitecto como una estructura cerrada y cúbica, en la que el espacio no interfiere, y es por ello netamente clasicista, mientras que la Torre del Reloj es esencialmente abierta y dinámica y en ella el hueco tiene una significación destacada, de modo que el muro se perfora y se quiebra en protuberantes cornisas, o los cupulines del piso superior son como esqueletos articulados sólo por las pilastras con sartas de frutas. No menos novedosa es la decoración que despliega Domingo de Andrade en los muros de la Torre, a base de una plástica ornamentación naturalista de sartas de frutas, trofeos militares, golpes de acanto, etc., cuyo origen ha de encontrarse en los grabados de las portadas del Libro de Serlio, así como en otras fuentes impresas italianas o centroeuropeas.
A la verticalidad de la Torre del Reloj le sirve de contrapunto, por la Plaza de la Quintana, la majestuosa horizontalidad del Pórtico Real, en cuya remodelación intervino Andrade entre 1696 y 1700, que con el empleo de los órdenes gigantes y la configuración palaciega del muro rindió un último tributo a Miguel Angel, como ha señalado Bonet Correa.
Fuera de la catedral, y aún en la ciudad de Santiago, también extendió Andrade su actividad, de la que tan sólo destacaremos las obras en el convento de Santo Domingo de Bonaval, auspiciadas por tan importante mecenas como fue el arzobispo Monroy y que, como señala Ríos Miramontes, afectaron a la fachada, claustro, cuartos del edificio, etc. La parte más novedosa es la escalera de caracol que comunica celdas y habitaciones y que tiene en un mismo hueco tres rampas distintas, de una audacia constructiva insólita en la arquitectura gallega y cuyo modelo puede proceder de Palladio, de la descripción de la escalera que Francisco I había construido en el castillo de Chambord, de la que presenta un dibujo en su "Tratado de Arquitectura".
En los últimos años de su vida, Domingo de Andrade trabajó en la nueva sacristía de la catedral de Santiago, luego convertida en Capilla del Pilar por el arzobispo Monroy, que está enterrado allí. Magnífica construcción de plan central, fue continuada a la muerte de Andrade por Fernando de Casas y Novoa, a quien se debe la ilusionística decoración de perspectivas ficticias, así como el retablo.