Época: Roma
Inicio: Año 753 A. C.
Fin: Año 431 D.C.




Comentario

Los pueblos más próximos al Lacio y con los que Roma mantendrá en primer lugar relaciones, generalmente hostiles, fueron los sabinos, los hérnicos, los volscos y los ecuos.
Los sabinos, contiguos al Lacio, tuvieron una estrecha relación con la Roma primitiva. La tradición presenta a tres reyes de Roma como de origen sabino: Tito Tacio, Numa Pompilio y Anco Marcio. Hasta Rieti, que era una aldea situada en el centro del territorio sabino, llegaba la vía Salaria que desde Campania pasaba por Roma. La actividad económica primordial en la Sabina era la ganadería. La discusión sobre la presencia de sabinos en la Roma primitiva ha oscilado entre los que mantienen la existencia de un dualismo latino-sabino, hasta los que han borrado toda presencia sabina destacable en Roma hasta la llegada de Attus Clausus, a comienzos de la República. Hoy día se admite que ya desde el siglo VIII a.C. hubo grupos de sabinos asentados en Roma atraídos por la importancia de esta ciudad como centro comercial y, sobre todo, como centro redistribuidor de la sal que llegaba hasta la Sabina. Debemos tener en cuenta la importancia de la sal en el mundo antiguo tanto para las personas como para el ganado, la conservación de alimentos, etc. Pero la existencia de sabinos en la Roma primitiva no permite hablar de un origen sabino de ésta.

Los hérnicos, situados al sureste del Lacio, mantuvieron una estrecha relación con los latinos e incluso llegaron a formar parte de la Liga Latina para protegerse frente a los volscos y ecuos, también vecinos suyos. En el 362 a.C. fueron sometidos por Roma, como consecuencia de lo cual perdieron gran parte de sus territorios. Entre los hérnicos parece que no se había alcanzado un desarrollo urbano notable. Su núcleo urbano más importante, Anagni, era más que una ciudad, un centro religioso.

Al suroeste del Lacio antiguo, entre los montes Albanos y el mar, se extendía una vasta llanura que entonces y ahora es una importante zona cerealística y hortícola, además de ofrecer buenas condiciones para la pesca y el cultivo de la vid. Es la llanura Pontina. Desde comienzos del siglo V a.C., los volscos consiguieron adueñarse de la mayor parte de esta región, que anteriormente había servido de zona de expansión para los latinos. En el tratado romano-cartaginés del 509 a.C. se dice que los cartagineses no debían molestar a las ciudades pontinas, aludiendo expresamente a Ardea, Anzio, Laurentum, Circei y Terracina. Sin duda es ilustrativo de los intereses que Roma tenía en esta región, rica y bien comunicada, ya que era la salida del Lacio hacia la Campania, por donde mas tarde se construiría la vía Apia. La apropiación de gran parte de la Pontina por los volscos, que la ocuparon durante más de cien años, fue una de las razones que explican la crisis económica de Roma durante el primer siglo de la República.

Todo el siglo V a.C. de la historia de Roma está salpicado de enfrentamientos con los volscos. Aunque Roma logró varias victorias sobre ellos, como la de Algido en el 431 a.C., el peligro volsco sólo se conjuró definitivamente cuando Roma concluyó un tratado con los samnitas en el 354 a.C. que colocaba a los volscos entre dos fuegos. Por este tratado, ambas partes se comprometían a repartirse el territorio volsco a conquistar. En el 338 a.C. tuvo lugar la derrota decisiva de los volscos, cuyo territorio pasó a manos de romanos y samnitas.

Los ecuos, cuyo territorio se extendía al este del Lacio, entre los sabinos y los hérnicos, no conocían la organización urbana. Su población se mantenía en aldeas dispersas y fortines en las alturas, a semejanza de los samnitas. Estos fortines, además de servir de refugio a la población, solían encerrar un templo o santuario. Ya en el siglo VII a.C., los ecuos suponían una amenaza constante para la ciudad latina de Preneste. Desde comienzos del siglo V éstos, unidos a los sabinos y a los volscos, constituían un grave peligro para Roma y la población del Lacio, pero la victoria del dictador romano A. Postumio Tuberto, en el 431 a.C., sobre ecuos y volscos logró conjurar definitivamente dicha amenaza.