Época: Roma
Inicio: Año 509 A. C.
Fin: Año 27 D.C.

Siguientes:
Final de la República y transición al Imperio



Comentario

La década que siguió al 509 (fecha en que se produce la conspiración que derroca al último rey de Roma) es un período oscuro del que se conocen hechos aislados, algunos seguros y otros sólo probables y que ha planteado a los historiadores no pocas incertidumbres.
El derrocamiento de Tarquinio el Soberbio aconteció cuando estaba fuera de Roma, sitiando la ciudad de Ardea. Las razones de su caída son bastante confusas. Lo único que se sabe con toda seguridad es que no fue debido a causas exclusivamente internas, ni se trató de un asunto de mujeres, como nos lo presenta la tradición, con la leyenda de la violación de Lucrecia por el hijo del rey. La reconstrucción de los hechos permite suponer que se produjo una conjura palaciega contra el rey, debida sin duda a múltiples causas de carácter interno y externo. Entre las razones externas, la más decisiva fue la invasión de Roma por Porsenna, rey de la ciudad etrusca de Clusium (Chiusi) que, en cierto modo, representa al último de los conquistadores etruscos y cuyo objetivo era adueñarse del Lacio. Cuando las tropas de Porsenna emprenden la conquista de Aricia, los latinos coaligados cuentan con el apoyo decisivo de Aristodemo de Cumas, amigo de Tarquinio. La victoria es para los latinos y supone la liberación de Roma y la huida de Porsenna. Sin embargo, el exilio en Cumas de Tarquinio continúa hasta su muerte, acaecida en el 495. En Roma ya se había producido el cambio de régimen, en cierto modo de forma constitucional, pues la tradición nos dice que los dos primeros cónsules fueron elegidos por los Comicios Centuriados, tal como Servio Tulio había prescrito.

En Roma se dio la paradójica situación de que la República se instauró bajo el dominio o protectorado que sobre la ciudad ejercía Porsenna. En estas circunstancias tan difíciles (guerras entre Porsenna y los Tarquinios, entre el primero y la Liga latina junto con Aristodemo de Cumas...) Roma inició una forma de gobierno que llenará el repentino vacío político sin ser, por otra parte, dueña absoluta de su política. En medio de esta incierta situación se fueron dibujando las nuevas instituciones.

Éstas parecen haber sido creaciones empíricas marcadas por las diversas vicisitudes de la historia de Roma y la necesidad de adecuarse a ellas. La magistratura consular no fue creada inmediatamente después de la caída de la monarquía. Es de suponer que los pretores o cualquiera de los binomios que cubrieron el vacío político en aquellos años ya cumpliera uno de los requisitos inherentes al consulado: el de la anualidad, y que tendieran a cumplir el de la colegialidad ya antes del 449, año en el que los supremos magistrados son designados cónsules. Esta colegialidad podría venir expresada por el propio nombre si ciertamente el término cónsules derivase de consodes, del verbo sedeo, los que se sientan juntos. Pero tal etimología no es segura.

El régimen consular se basa, pues, en la colegialidad y anualidad. Los cónsules ostentan el poder en términos de absoluta igualdad y cada uno de ellos, en virtud de la capacidad de intercessio, puede oponerse a la acción o propuestas del otro. Los cónsules eran elegidos por los Comicios Centuriados y recibían la investidura, por la Lex curiata de imperio, de manos de los representantes de las curias primitivas, creadas durante la primera fase de la monarquía romana. Estas curias no fueron suprimidas hasta la creación por Servio Tulio de los Comicios Centuriados, pero perdieron prácticamente todas sus atribuciones y quedaron reducidas a cumplir una simple formalidad: la de realizar la investidura de los cónsules, los supremos magistrados. A los cónsules les correspondía el imperium y los auspicios. Después de los cónsules venía el pretor, magistrado con imperium pero inferior a los cónsules, que era el titular de la jurisdicción.

Los cuestores eran colaboradores de los cónsules y tenían funciones administrativas y jurídicas a su cargo. El primer cuestor plebeyo se remonta al 409 a.C.

La concepción colegial de los cónsules ofrecía en ocasiones el inconveniente, frente a los graves peligros de orden externo o interno (como las sublevaciones de la plebe), de no contar con una unidad de mando fuerte. Cuando esta necesidad se presentaba, se procedía al nombramiento de un dictador. Esta magistratura, la dictadura, tenía carácter extraordinario y su limitación en el tiempo era de seis meses.

El carácter empírico y utilitario de las magistraturas romanas llevó a la creación de una nueva magistratura a partir del 444 a.C., los tribunos militares con poder consular o, sencillamente, los tribunos consulares. Las fuentes nos ofrecen una visión de la creación de los mismos totalmente mediatizada por los enfrentamientos patricio-plebeyos. Según éstas, se trataría de un invento patricio para satisfacer a los plebeyos sin necesidad de perder el monopolio del consulado. La explicación de esta magistratura, sin embargo, parece más sencilla. Los cónsules, siempre patricios entre el 444-367, se vieron obligados por la complejidad de las tareas militares, administrativas y jurídicas, a delegar parte de sus competencias en una serie de colaboradores que eligieron entre los tribunos militares, es decir, los oficiales que componían el Estado mayor de cada legión. Como el ejército en el siglo V a.C. estaba compuesto por dos legiones y los tribunos de cada legión eran seis, el total de tribunos militares era de doce. De éstos, probablemente los propios cónsules (o tal vez el Senado) eligieron a tres, a los que los otorgaron potestad consular con el fin de que pudieran realizar las tareas asignadas pos los cónsules.

Creados los tribunos consulares, los plebeyos añadieron la nueva magistratura a sus objetivos y ciertamente ésta resultó ser más abierta que el consulado, puesto que a partir del 400 a.C. ya hay constancia de plebeyos entre los tribunos consulares.

Otra magistratura del siglo V fue la censura, cuyo origen la tradición sitúa en el 443 a.C. Los censores fueron dos y a ellos correspondía la elaboración del censo que se renovaba cada cinco años. Ejercían además la vigilancia sobre las costumbres, la cura morum, que les facilitaba el control de las actividades públicas de los ciudadanos y, frecuentemente, también de las privadas. Su permanencia en el cargo era de ocho meses y carecían de imperium o poder de mando.

Por último, además del Senado y de los Comicios Centuriados, durante el siglo V se procedió a la elección de los Decemviri, para recopilar y redactar las leyes de las XII Tablas. Durante sus años de existencia constituyeron una magistratura con imperium, como el poder consular. La elección de esta comisión, los Decemviri, tuvo lugar en el 451 y se suspendieron las magistraturas ordinarias para sustituirlas por esta comisión, integrada mayoritariamente por patricios que, además de escribir las leyes, asumió el gobierno de la ciudad. La historia de esta comisión es bastante confusa. Inicialmente, parece que estos decemviros contaron con el apoyo de todos los ciudadanos. Cicerón dice que también los tribunos de la plebe abdicaron aquel año en pro de los decemviros. De este modo, concentrando en sus manos todas las magistraturas y el consenso general, procedieron al gobierno de la ciudad y elaboraron las diez primeras tablas de leyes.

Al año siguiente se eligió una segunda comisión de decemviros, puesto que la tarea no había sido terminada. En esta segunda comisión había bastantes elementos plebeyos, pero su gobierno degeneró en tiranía e intentó, en el 449 continuar en el poder. Los diez Tarquinios, como se les designaba, fueron abatidos por una revuelta popular y se restauró el consulado.

En el año 483 a.C., después de la primera secesión de la plebe, se instituyeron los tribuni plebis o tribunos de la plebe. Inicialmente eran dos y a partir del 456-459 a.C. llegaron a ser diez. Los plebeyos recurrieron a medios de naturaleza religiosa para declarar el carácter inviolable de sus jefes, los tribunos. Estos convocaban y presidían las asambleas de la plebe. Las decisiones que se aprobaban por mayoría tenían un carácter vinculante. El cuadro que estas asambleas utilizaron como instrumento organizativo fue el de las tribus creadas por Servio Tulio. En el 495 a.C., según Tito Livio, el número de tribus romanas era de veintiuno: cuatro urbanas y diecisiete rústicas. A la cabeza de cada una de estas tribus había un tribuno que poseía atribuciones de carácter administrativo, económico (percepción del tributo), militar (levas del contingente que cada tribu debía aportar) y civil. Esta organización administrativa era común a todos los ciudadanos, patricios y plebeyos, puesto que unos y otros convivían en las mismas tribus. Estos cuadros administrativos fueron los utilizados por los plebeyos para su organización. Así, el nombre elegido para los jefes de la plebe se vincula a las tribus y sus asambleas se designan Concilia plebis tributa. Conviene tener en cuenta que los tribunos de la plebe no eran los tribunos de las tribus territoriales urbanas o rústicas. Estos eran preexistentes a los primeros y sólo la coincidencia del nombre tenían en común.

La formación, a lo largo del siglo IV a.C., de una nueva elite dirigente en Roma constituyó un hecho político por el que se posibilitaba que los plebeyos ricos, antes marginados, pudieran ahora entrar también en la clase dirigente y acceder al consulado (367 a.C.). En realidad, el surgimiento de la llamada nobilitas patricio-plebeya fue el factor que inició una etapa de la historia de Roma durante la cual se destacan dos hechos característicos: el profundo avance y desarrollo económicos y la nueva articulación de la sociedad romana.

El saqueo de Roma por los galos en el 390, por traumático que fuera en su momento, tuvo poco efecto sobre el desarrollo interno de Roma o sobre el proceso de conquista, pese a que muchos historiadores han magnificado su importancia. La tierra adquirida a raíz de la conquista de Veyes fue repartida entre los plebeyos de Roma, lo cual tuvo como resultado la creación de una nueva y enorme reserva de soldados campesinos. Hacia mediados del siglo IV a.C., Roma dominaba el sur de Etruria, había superado sus desgarradoras luchas sociales y se encontraba inmersa en un proceso de desarrollo cargado de vitalidad y rapidez.

Desde los comienzos de la República las magistraturas más elevadas eran las militares. Por tanto, Roma practicó una política militar desde el principio y uno de los objetivos militares básicos de entonces era la expansión.

En muchas ocasiones podrían considerarse razones defensivas, en otros casos no. Se buscaban intereses económicos -nuevas tierras- o estratégicos: seguridad en sus fronteras, aumentar su autoridad política protegiendo a sus aliados frente a otros agresores, etc.

En una segunda fase, a partir del siglo III, los intereses siguieron siendo básicamente los mismos, pero los éxitos conseguidos habían generado una dinámica de alianzas políticas, de grupos de poder y de necesidades que implicaban la continuación de su política expansionista.

Las guerras samnitas, presentadas por Livio como una guerra de razzias jalonada de continuas incursiones a la búsqueda de botín y de tierras, tuvieron como fin último el logro de la supremacía romana en Italia. Las guerras se desarrollaron en varias fases (343-341, 327-304, 298-290), con intervalos de relativa tranquilidad y con algunas batallas importantes y la ampliación por parte de Roma del sistema de alianzas.

El siglo III a.C. marcó la cima del sistema de alianzas de Roma con Italia. La hegemonía romana en Italia estableció un conjunto de relaciones voluntariamente diferenciadas, tanto en el plano jurídico como en el plano de las obligaciones que Roma asumía respecto a las diversas comunidades aliadas. Pero el potencial económico y militar de Roma tras la anexión de Italia era enorme y sin duda le permitió contrarrestar el choque que supuso la invasión de Italia por Aníbal. Polibio describe los recursos humanos disponibles en Roma hacia el 225 a.C. y aunque su lista no es muy fiable, sugiere que la cantera disponible para Roma, contando a romanos e itálicos, era el de una población del orden de los 6 millones.

La primera Guerra Púnica fue la primera guerra extra-itálica de Roma. Se inicia en el 265 a.C. y dura 24 años. La causa la encontramos en la solicitud de ayuda por parte de los mamertinos en su enfrentamiento con los siracusianos. Roma apoya a los primeros y Cartago a los segundos. La victoria romana permitirá la conversión de Sicilia en provincia romana. La Segunda Guerra Púnica (218-201) se libró entre cartagineses y romanos por el control del Mediterráneo occidental. Sus principales protagonistas serán Aníbal y Escipión Africano. El primero vencerá en Cannas pero la victoria definitiva será para el romano en Zama.

Entre el 236 y el 177 a.C. se produjo la conquista del territorio norte de la península itálica, derrotando a los belicosos galos que habitaban en aquella zona. La victoria romana fue asegurada con la creación de dos importantes colonias latinas, Cremona y Plasencia, con seis mil colonos cada una.

La expansión romana por el Mediterráneo continúa imparable. Hacia el año 202, Roma se expande por las costas del sur y este de la península Ibérica, así como por el litoral mediterráneo de Francia. En el año 100 a.C., ya controla buena parte del Mediterráneo, fraccionando sus posesiones en provincias. Hispania es dividida en Ulterior y Citerior; la Galia romana se organiza en Narbonense y Cisalpina. Además, se han establecido otras provincias romanas en África, Macedonia, Acaya, Asia y Cilicia.