Comentario
Frente a los manes o espíritus benignos de la muerte, otras almas se convertían en malvadas. Eran los lemures. Para combatirles, el pater familias debía seguir un rito especial los días 9, 11 y 13 de mayo. Así, a la medianoche, se lavaba las manos y arrojaba habas negras tras de sí para aplacar su hambre y calmarlos.
Otros espíritus malignos eran las larvas, las almas de los criminales y los fallecidos de manera trágica. Estos se dedicaban a atacar a las personas, pudiendo enloquecerlas o poseerlas. Para combatirles la familia debía realizar un exorcismo, para el que debía estar preparada o bien recurrir a los servicios de una bruja o hechicero. Estos especialistas en magia debían realizar conjuros y fabricar pócimas para contrarrestar el poder de la larva, luchando con ella hasta hacerla desaparecer del entorno familiar.