Época: Roma
Inicio: Año 27 A. C.
Fin: Año 305




Comentario

El fenómeno asociativo en Roma tiene sus comienzos en la época de los Reyes. A fines de la República, las asociaciones habían sido utilizadas, a veces, para crear organizaciones destinadas a la actividad política; éstas fueron prohibidas el 56 a.C. y de nuevo el 55 a.C. Al amparo de la paz de Augusto, habían ido surgiendo muchas nuevas asociaciones que, según Suetonio (Augusto, XXXII), presentaban toda clase de malos fines; Augusto las prohibió respetando sólo las antiguas y las legalmente constituidas. Esta medida no iba destinada a luchar contra las asociaciones, como a veces se ha creído, sino a conseguir que éstas se organizaran con los requisitos legales precisos. De hecho, el fenómeno asociativo tuvo una gran importancia en todo el ámbito del Imperio.
El nombre latino más frecuente para designar a una asociación era el de collegium. Pero recibieron otros muchos nombres, sodalicium, corpus, contubernium, sodalitas... Según la finalidad primordial de las mismas han sido clasificadas en asociaciones: religiosas, profesionales, de esparcimiento o diversión, funeraticias, de jóvenes, militares... Al parecer la intervención de Augusto puso fin a las asociaciones políticas, que son desconocidas en el Imperio. Las asociaciones de jóvenes, collegia iuvenum, a las que pertenecían hijos de buenas familias, cumplían funciones paramilitares además de las deportivas, como demostró Jaczynowska. Las de militares, permitidas sólo desde los Severos, tenían por finalidad el crear cajas de provisión con vistas al licenciamiento. Las más extendidas fueron las religiosas, las funeraticias, las de profesionales y las de esparcimiento. Los pertenecientes a las mismas procedían de las bajas capas sociales, incluidos los esclavos.

Toda asociación debía contar con una sede, schola. Se mantenía con las cuotas de sus socios y con las ayudas que pudieran recaudar de sus patronos. Tenían una divinidad protectora. La actividad y las obligaciones de sus socios estaban reguladas por unos estatutos, una lex collegii.

Las asociaciones se difundieron sobre todo en los medios más romanizados, ciudades privilegiadas, como puede comprobarse por los estudios de Waltzing, de Robertis, Santero y otros. La atención a los servicios urbanos podía realizarse con esclavos públicos, o bien con el apoyo de asociaciones profesionales; éstas son mencionadas en algunos textos como tria collegia principalia y estaban formadas por artesanos, fabri, bomberos, centonarii, y especialistas en la comercialización y artesanía de la madera, dendrophori. Pero había además otras múltiples formas de asociación: de zapateros, de pescadores, de fabricantes de mechas para lucernas, etcétera.

Los miembros de las asociaciones funeraticias eran personas económicamente necesitadas. La asociación se encargaba de ofrecer unas honras fúnebres dignas a sus miembros. Tal función podía igualmente ser cubierta por muchas asociaciones religiosas. Estas podían tener divinidades romanas como protectoras; así, los devotos de los dioses Lares. Pero, con frecuencia, los creyentes en divinidades orientales se sirvieron de una asociación para organizarse y difundir sus creencias. Las sinagogas judías eran equivalentes a las sedes obligadas para cada asociación. Los creyentes de Mithra, de Cibeles... y los mismos cristianos se organizaron en asociaciones. El propio Tertuliano llamará corpus a las asociaciones cristianas.

Con tal variedad de asociaciones, se entiende que la organización interna de las mismas era diferente. Al frente de la asociación había un/ os magister/ tri. Debían tener igualmente tesoreros y escribas. En asociaciones muy numerosas y complejas se podían nombrar otros cargos cuyos nombres se tomaban de la administración civil como sacerdos, aedilis, etcétera. Y esa terminología cambiaba en asociaciones religiosas; así los devotos de Mithra llamaban Pater o Pater Patrum a su presidente y Leo a un grado sacerdotal intermedio.

La sociedad romana altoimperial no estaba sólo marcada por los estatutos jurídicos de las personas, sino que seguía conservando formas de relaciones que habían cumplido importantes funciones durante la República. Todos los historiadores modernos coinciden en afirmar que los vínculos entre un patrono y su cliente se debilitaron a fines de la República y que sólo quedó la condena moral y la pérdida de prestigio para cualquier patrono o cliente que faltara a sus compromisos. De ello dan claro testimonio autores como el hispano Marcial o el poeta Juvenal. Pero la debilidad del vínculo se suplió con la práctica de tener un mayor número de patronos.