Época: Cristianismo
Inicio: Año 1
Fin: Año 400




Comentario

Siguiendo el mandato de Jesús, los apóstoles y otros discípulos, junto con María, se reúnen en Jerusalén para esperar el cumplimiento de la promesa que hiciera el Mesías de enviarles el Espíritu Santo. Completado el número de doce apóstoles con la designación de Matías en el lugar de Judas, quien le había traicionado, al décimo día, según los Evangelios, descendió sobre ellos el Espíritu Santo, capacitándoles para divulgar la fe cristiana por el mundo. Desde el principio, Pedro aparece como el líder de los apóstoles, que se organizan como una pequeña comunidad a la que llaman ecclesia, es decir, "asamblea oficial" del pueblo de Dios.
La mayoría de creyentes en Jesús son judíos palestinos, aunque a partir de las dos décadas posteriores al año 40 d.C. la situación comienza a cambiar radicalmente, pues los cristianos llevaron su mensaje a los gentiles o no judíos. La figura cumbre de este cristianismo primitivo es San Pablo o Saúl de Tarso, un judío de la Diáspora y ciudadano romano que participa en la persecución de los cristianos e incluso asiste a la lapidación de Esteban, considerado el primer mártir cristiano. A las puertas de Damasco, por una aparición de Cristo, Pablo se convierte al cristianismo, pasando tres años en el desierto de Arabia probablemente en una comunidad cristiana relacionada con los esenios. Desde entonces Pablo comienza a predicar la doctrina cristiana, labor a la que dedicará toda su vida y que le llevará por numerosos lugares del Imperio romano. También se debe a Pablo -formado en tres tradiciones, la judía, la helenista y la romana-, la fijación de una primera doctrina cristiana distinta de la práctica y la ley judías.

La propagación del cristianismo por el Imperio romano no estuvo exenta de grandes dificultades, siendo un proceso gradual. Una carta de Plinio el Joven al emperador Trajano sobre los cristianos (Cartas, X, 96), confirma otras noticias sobre la gran expansión de las comunidades cristianas en Asia Menor ya a comienzos del siglo II. La difusión del cristianismo en Occidente fue posterior, al margen de los viajes de Pedro y de Pablo a Roma y de la interpretación que se ofrezca sobre el dudoso viaje de Pablo a Hispania. Desde finales del siglo II y en un lento pero continuado proceso durante el siglo III, se fueron creando comunidades cristianas en todo Occidente. Pero el cristianismo se había difundido casi exclusivamente en los medios urbanos.

El carácter monoteísta del cristianismo y, por lo mismo, el negarse los cristianos a dar culto a los dioses romanos, fue el motivo principal de las persecuciones. La historiografía moderna (Frend, Moreau, Simon-Benoit) permite advertir que no hubo una persecución indiscriminada y generalizada de los cristianos. En la respuesta de Trajano a Plinio el Joven (Cartas, X, 97), el emperador ya pone unos límites a la persecución de cristianos: "no es preciso perseguirlos sistemáticamente. Pero si son denunciados y convictos, se les debe castigar con la siguiente excepción: quien negara que es cristiano y diera prueba de ello sacrificando a nuestros dioses, aún cuando sea sospechoso sobre su pasado, debe ser perdonado. Y no debe prestarse ninguna atención a las acusaciones hechas mediante anónimos, pues es un procedimiento de un mal ejemplo y no es propio de nuestra época".

La necesaria clandestinidad a que se vieron forzados los cristianos, muy a menudo condicionó fuertemente la organización de sus propias comunidades. Por una parte, se fue configurando una jerarquía eclesiástica; más importante aún fue el abandono paulatino del carácter democrático de las primitivas comunidades. Así, los obispos pasaron a ser los únicos intérpretes válidos de la voluntad divina.

Tertuliano dice que los cristianos estaban organizados en asociaciones, collegia; él utiliza el término corpus. Sobre este punto, la historiografía moderna no es unánime sobre algunas de sus implicaciones: si eran asociaciones permitidas, ¿cómo explicar la persecución de sus miembros? En todo caso, es cierto que, al amparo de la normativa sobre el régimen asociativo, las comunidades cristianas antes de Constantino llegaron a tener su propio patrimonio.

Si, en sus comienzos, había un predominio de cristianos pertenecientes a los bajos estratos sociales, a principios del siglo IV había cristianos en todos los niveles de la sociedad. Por otra parte, el cristianismo era la única religión coherente, sin sincretismos. Aún así, la síntesis pagana que se estaba operando entre Apolo-Sol y el acercamiento de Mitra no permitía ver con total claridad qué apoyo religioso era más conveniente para el poder político. La decisión de Constantino de reconocer al cristianismo reforzó las posibilidades de éste de ser la opción preferida como religión oficial del Imperio.

El poder político fue permisivo frente a toda forma religiosa que no amenazara el orden vigente, pero, hasta el siglo III, ese poder encontró su justificación y apoyo en los dioses del panteón romano.

La persecución de los cristianos finalizó tras el Edicto de Milán (313 d.C.), mediante el que cual el emperador Constantino decreta la tolerancia hacia todas las religiones. En el año 392 Teodosio I proclama a la religión cristiana como la única religión del Imperio.

En este primer periodo del cristianismo, denominado frecuentemente como era "patrística", debido a los Patres Ecclesiae (Padres de la Iglesia), los grandes teólogos contribuyen a modelar el pensamiento y la doctrina, siendo el más importante San Agustín, obispo de Hipona (África). La estructura de esta Iglesia primitiva ayuda también a la difusión del cristianismo, facultando a los líderes locales, los obispos -del griego episkopos, "vigilante"- para dirigir la vida espiritual y religiosa de los feligreses. Los obispos de Roma, Antioquía, Jerusalén, Alejandría y Constantinopla serán considerados los "patriarcas" de la Iglesia.