Época: India
Inicio: Año 1500 A. C.
Fin: Año 2003

Siguientes:
El sacrificio de viudas



Comentario

En la religión hindú es costumbre incinerar al cadáver, una tradición que tiene innegables connotaciones rituales y sanitarias. La muerte es considerada una contaminación de la vida, por lo que el mejor elemento para liberar el alma es el fuego, el elemento purificador por antonomasia.
Tradicionalmente la cremación se realizaba con madera de sándalo, pero su alto precio actual hace que ésta sólo sea usada por las familias más pudientes, si bien se deposita en la pira funeraria un pequeño trozo a modo de símbolo. El cuerpo de los varones es envuelto en un lienzo blanco, siendo el rosado el color de las mujeres. Tras confeccionar la pira con madera, el cuerpo es llevado en andas por los familiares varones del difunto desde su casa hasta el lugar de la cremación, donde será sumergido previamente en el agua sagrada del río. Llena la boca del cadáver de agua, será colocado sobre la pira por los encargados de la cremación, generalmente miembros de una casta inferior, siendo después tapado con madera.

A la cremación asisten habitualmente sólo los hombres de la familia. Los hijos varones del muerto visten túnicas blancas y llevan la cabeza rapada. El hijo mayor deberá rodear la pira cinco veces antes de proceder a prender el fuego. Cuando éste se extingue, las cenizas son arrojadas al río sagrado o bien guardadas por un familiar para llevarlas en peregrinación al Ganges u otro río.

Tras la incineración, los familiares del difunto siguen un periodo de luto en el que es importante aislarse socialmente, mostrarse recogidos, y seguir una serie de prescripciones alimenticias, como la de cocer los alimentos en cazos de barro y sobre un fuego hecho en el suelo. Este periodo, que puede durar quince días, finaliza con un banquete familiar.

Existen tres supuestos en los que no se lleva a cabo la incineración del cadáver: cuando el muerto es un niño, siendo el cuerpo arrojado al río; si el finado era un enfermo de lepra, pues se considera que su vida de sufrimiento ya hace innecesario purificar su alma; y si se trata de un personaje santo, pues también su vida espiritual hace que no se requiera un último acto purificador.